"Cosas que ya no" (decimos, no hacemos, no existen) es un libro tan divertido como emotivo: invita a mirar al pasado y encontrar en él pistas para darse de bruces con la nostalgia. Su portada es todo un anticipo: una golosa manzana cubierta de caramelo. Ignacio Elguero viaja por el túnel del tiempo a zonas de la memoria que ya no existen para varias generaciones, allí donde se jugaba al pañuelo o a las prendas, donde se veían películas en cines de barrio en sesión continua con pantalla única, donde Avon llamaba a la puerta o vendedores de enciclopedias te colaban veinte tomos que nunca abrías. También evoca esos tiempos en los que había que estudiar latín sí o sí, en los que había que extraer el aire al coche para que el motor se pusiera en marcha, días en que se alquilaban pelis en Beta o VHS y era necesario cambiar la aguja al tocadiscos y darle cuerda al reloj.

Y cómo olvidar esa época en la que se jugaba al fútbol con las chapas y se almidonaban las camisas o se llevaba el carrete de fotos a revelar o se echaba a suertes con monta y cabe o se empapelaban las paredes o se echaba azúcar al pan con mantequilla. "Cosas que ya no" te hace sonreír. Puede, incluso, que te ponga la piel de gallina cuando te recuerda que en casa se leían fotonovelas, se envolvían los bocatas con papel de periódico, se tiraba de la cadena (nada de pulsadores), se daba la vuelta al casete (o se desenrrollaba con un boli) o se curaban los orzuelos con una llave oxidada. En fin, aquellos momentos inolvidables en los que te levantabas del tresillo para cambiar de canal, lanzabas espigas al jersey enemigo o grababas con un tomavistas o una handycam. O veías a hurtadillas pelis con dos rombos.