Treinta años es la edad de Cristo, también la del griego Alejandro y el tercio áureo de casi todas las medidas. Y treinta años de madurez y de plenitud son los que cumple ahora esta edición local de LA NUEVA ESPAÑA que se hizo encarte y regalo en el gran periódico de Asturias.

Eran tiempos de cambio y de progreso, cuando los medios oteaban el horizonte en busca de nuevos lectores y se empeñaban en la elaboración de un mejor producto periodístico. Y giró la política editorial, tal vez en contra de lo esperado, no hacia el falso prestigio y las lejanías de la política internacional. El cambio se hizo hacia lo próximo y lo familiar, a los asuntos locales, a las páginas que huelen a cercanía y a ruido de la calle.

Y así fue apareciendo toda la actualidad, en cierta medida orillada hasta entonces, de la ciudad y su comarca. Las decisiones sobre su industria, el campo, la Ría, y el Puerto, las expectativas de futuro, la vida cultural, la cosa espesa y municipal, las fiestas, verbenas y saraos. Todo el universo de Avilés en tinta negra y en papel de confianza, de mayor valor incluso, en estos momentos, frente al guirigay y las voces disparatadas de las nuevas redes sociales.

Relevancia especial han tenido en estas páginas, historia del día a día, el auge y, en ocasiones, los problemas de las empresas, los planes acelerados de la vivienda, la ausencia de dotaciones y equipamientos urbanos, las luchas sindicales, y los frustrantes despidos disfrazados de jubilaciones anticipadas.

No quisiera pasar por alto entre los aspectos positivos, que los hubo, la construcción del magnífico Niemeyer, que ha coronado, como un faro, la dársena de San Agustín, abierto a todas las manifestaciones culturales, con algunos problemas iniciales de navegación, cierto, pero que terminará por encontrar su rumbo más seguro.

Nadie tiene la llave del provenir y nada está escrito; debemos resistirnos a dar por sentado que las nuevas generaciones vivirán peor que las precedentes

Toni Fidalgo - Periodista

Y tampoco se puede olvidar el acompañamiento que esta edición local ha prestado, y presta, a todos los avilesinos en los días de zozobra y de pandemia, cuando asomaron los terrores atávicos del Medievo, y por segundo año consecutivo, nos quedamos sin carnavales, danzas prima, romerías, y fiestas del patrón.

Llegados aquí sería conveniente valorar el futuro, cuando menos inmediato. Pero nadie tiene la llave del porvenir, y nada está escrito. No obstante, debemos resistirnos a admitir la llegada de un nuevo tiempo de privaciones y a dar por sentado que las nuevas generaciones vivirán peor que las precedentes. Nunca ha pasado en la historia.

La curva del progreso jamás es ascendente sin interrupción. Pero estamos, afortunadamente, en manos de una tecnología que nos salvará. Pura interpretación de la dialéctica marxista. El problema será de repartos, de administración y de equilibrio de mercado, no de producción. Contamos además, para estas contingencias, con el paraguas de la Unión Europea, ‘‘Plan Marshall’’ comunitario, que, eso sí, habrá que saber administrar con sensatez y sin ideología.

Las inquietudes vienen del viejo tiempo que no acaba de irse y del nuevo que está en puertas pero no termina de llegar. Todo lo podremos leer en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA.