«¿No ves que no puedo más? No sé quién podría, no lo voy a lograr, no soy ese tipo de hombre. No puedo dormir de noche, pero da igual, nunca lloro de noche, digo tu nombre» «I call your name», de los «Beatles»

Observo la rosa en su jarrón. Rodeo los pétalos, acaricio su tallo con cuidado. Dejo pasar el tiempo. Rara vez pasa sin más, me vienen a la cabeza recuerdos. Si el sueño es la película, aquello que lo precede en duermevela serían los tráilers. Son muy reales.

Veo gente seria, sentada con aire de otro tiempo en una sala de reuniones. Diablos, o la moda se ha vuelto definitivamente loca o son de otro tiempo. Alguien habla, parezco estar en medio de un cuadro, y me suena lo que dice: «Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro, y tomar entre las naciones de la Tierra el puesto separado e igual al que las leyes de la naturaleza y del Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la Humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación?». Sí, creo que lo escuché en clase, o tal vez en «Los Simpson». Es la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en 1776. Pero ahora parece que el cuadro se diluye, los colores se mezclan.

Oigo frases sueltas, parece francés. Aunque apenas sé decir «póngame una caña» en ese idioma, ahora lo entiendo bien. «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos. Las distinciones civiles sólo podrán fundarse en la utilidad pública». Sí, esto también lo conozco. «La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún individuo ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella». Claro, es la Declaración de los Derechos del Hombre, hija de la Revolución Francesa. Cómo olvidarlo. Da gusto viajar así.

De repente todo se vuelve monocromo, a ratos saltan fugaces marrón y verde caqui. Huele a Canal de Historia, creo que estoy sentado junto a Tony Soprano, y me parece reconocer el tono de voz y cierto aroma a barrica de roble. «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra». El claroscuro Churchill espetándole una verdad a Chamberlain a la cara cuando éste y los demás decidieron poner los Sudetes checos en el plato alemán... Sí, a veces todo encaja.

¿Cómo? ¿Qué es lo que me dicen? Ah, sí, reconozco este leve sopor, estoy en una clase a las cinco de la tarde. ¿Quién hará estos horarios? Leo ante mí algo que parece que lo he escrito yo con mi peor caligrafía: «El fin de la Historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas». Caramba, si es Fukuyama proclamando el fin de la Historia gracias a las democracias liberales. Los gobiernos representativos, los derechos y la economía de libre mercado. La bendita economía de libre mercado. Dios salve a la economía de libre mercado...

Parezco sumirme en el profundo letargo, aunque una voz me llama. Es en italiano, quiero escucharla, tal vez sea importante. «Los jóvenes se tienen que acostumbrar a la idea de no tener un puesto de trabajo fijo para toda la vida. Además, ¡qué monotonía! Es mucho más bonito cambiar y aceptar nuevos desafíos».

Desperté con el cuello dolorido. Estaba oscuro. A la luz de un feo patio interior redescubrí la rosa ya marchita. De su bella forma no quedaba más que el nombre.

Si ha pasado, está cantado; si está cantado, es que ha pasado.