Asturias tiene que lanzarse de cabeza

El naciente tejido científico y tecnológico se perfila como la gran oportunidad para despertar la economía de la región, rentabilizar la potente fábrica de jóvenes talentos que ya es y atajar el impacto de un desplome demográfico que partió a la comunidad en un Principado de dos velocidades

Un joven bañándose en el Sella a su paso por el puente “romano” de Cangas de Onís.

Un joven bañándose en el Sella a su paso por el puente “romano” de Cangas de Onís. / Miki López

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

LA NUEVA ESPAÑA inicia con este análisis la publicación de la serie “Asturianos”, un gran recorrido periodístico por los 78 concejos del Principado en busca de las historias personales que marcan el tono vital de la región. “Asturianos” analizará en profundidad los territorios por los que irá pasando semana a semana y, sobre todo, acercará su foco a las historias personales que reflejan cómo se vive en Asturias, cuánto ha cambiado la región y cuáles son sus perspectivas de futuro. Antes de iniciar ese viaje, continuación de otras dos macroseries que LA NUEVA ESPAÑA publicó en 2006 y 2012 –“Asturias Siglo XXI” y “Asturias, viejas y nuevas polas”–, nuestro periódico ha recabado la opinión de una veintena de expertos para tratar de destilar cuáles han sido las transformaciones que se han producido en la región en estas dos décadas de una centuria que ha transcurrido entre la bonanza económica de los primeros años, la gran debacle de 2008 y, muy recientemente, la pandemia de coronavirus y la primera guerra en Europa desde el conflicto de los Balcanes de los años finales del siglo XX. Este amplio reportaje se sustenta en esas opiniones.

Para describir la nueva Asturias, si es que hubiera nacido ya, siempre hay que hablar de la vieja Asturias. Por las habitaciones de la actualidad todavía sigue deambulando el fantasma desnudo y barrigón, envuelto en una toalla de Hunosa, de aquella región cuyo modelo de negocio sustentado en los monocultivos del carbón, el acero y la leche, en menor medida, colapsó definitivamente a dos décadas de agotarse el pasado siglo. Aún se escuchan a horas intempestivas las jeremiadas del espectro, reclamando más auxilio público para una región en sangría libre demográfica, con sus talentosos hijos trabajando fuera mientras vegeta gracias a la renta de las jubilaciones o a los salarios de la Administración, la principal empleadora de la región. Se oyen los lamentos de una autonomía que no logra descargarse de la mochila psicológica de ser un territorio paradisíaco para el turista, pero tronado y poco emprendedor e incapaz de recuperar aquel músculo económico.

El resumen y consecuencias de la gran caída lo hace Rodolfo Gutiérrez, catedrático de Sociología de la Universidad de Oviedo: “Es bastante evidente que a Asturias le fue bien en la era industrial, pero se le atragantó la era postindustrial. Las cifras comparadas de población y de empleo en el conjunto de España y en Asturias son bien elocuentes: España ha ganado un 25 por ciento de población, Asturias ha perdido un 11 por ciento; España ha aumentado un 75 por ciento el total de empleo, Asturias solo un 7 por ciento. Asturias ha digerido esa transición con resultados mucho menores que el conjunto de España, incluso menores que las regiones más próximas”. El “atragantón” de aquella “Inilandia”, reino del Instituto Nacional de Industria (INI), marcó profundamente la trayectoria posterior de Asturias: se podría decir que somos aquello que dejamos de ser. Por eso hay que escuchar los lamentos del espectro. Pero también atender por dónde sopla la nueva realidad. Para no acabar devorados por el pasado.

Eso es lo que propone Fernando Rubiera, catedrático de Economía Urbana y director de la Cátedra de Innovación de la Universidad de Oviedo. “Cuando hacemos una reflexión sobre Asturias, mi sensación es que nos focalizamos en los problemas. Hay que empezar a pasar página y empezar a ver las oportunidades, partiendo de que no es nada fácil. Son 30 años de reconversión que dejan unas heridas y unas consecuencias, pero no nos focalicemos tanto en ello como para bloquearnos”. Para salir de ese desbloqueo propone mirar, desde la perspectiva del vaso medio lleno, el principal problema de Asturias: su cáncer demográfico. Una enfermedad poblacional que, según Rubiera, no radica tanto en el sobreenvejecimiento o en la caída del número de habitantes como en la pérdida de talento joven por la vía de la emigración. “Formamos a muchísima gente y la perdemos, es cierto. Pero formamos a muchísima gente. Es una región con capital humano abundante. De hecho, excesivo. Perdemos porque generamos más del que podemos retener. Lo que hay que hacer es retenerlo de alguna forma. Hay un potencial de gente cualificada gigantesco y, además, la sensación es que hay muchas personas cualificadas fuera de la región que estarían dispuestas a volver cuando hubiera una oportunidad de trabajo mínimamente digna en Asturias”. ¿Y dónde retenerlos? ¿Cómo?

Aquí Rubiera apunta a los laboratorios, a la innovación, a “la capacidad científica de la región”. “Está muy relacionado con lo anterior: si tienes capacidad formativa, tienes capacidad científica. En la Cátedra de Innovación vemos que, si nos comparamos con regiones de rango medio, no con las ‘top’ de España, estamos mucho mejor en tejido científico. Por ejemplo, en algunas regiones están viendo llegar los fondos Next Generation y no saben en qué gastarlos. No tienen un sistema científico capaz de absorber una cantidad grande de dinero. Eso en Asturias no pasa. Si en Asturias, de repente, se duplicase el gasto en I+D, su tejido científico lo absorbería”.

Ese tejido, matiza Rubiera, es acaso la gran novedad de la economía asturiana, algo inexistente en los 80 y 90. Y nace con un elemento añadido alentador: “Empezamos a tener innovación en el sector privado. Hasta ahora toda la que teníamos era del sector público. Y ahora empieza a haberla, muy débil todavía, en el sector privado. Por ejemplo, todo esto que está ocurriendo con el hidrógeno (como energía verde para descarbonizar la industria) arranca del sector privado. No del sector público. Y por primera vez la Universidad va detrás para cubrir las necesidades que hay”. En resumen: “Juntar estas dos cosas, capacidad formativa y un tejido científico que empieza a ser interesante. No diría que potente, pero sí interesante”.

El nuevo relato

He aquí un nuevo relato que puede reemplazar a la Asturias-isla-entre-montañas que clamaba contra su aislamiento milenario o al relato de la Asturias resistente “que se salva luchando”. Ahora es la Asturias del conocimiento que encuentra su futuro lanzándose “de cabeza”. “Ese es justo el discurso que nos hace falta para dejar de mirar el declive demográfico. Porque, si nos centramos solo en eso, no avanzamos”, advierte Rubiera. Esteban Fernández, catedrático de Economía Aplicada e investigador del Regiolab de la Universidad de Oviedo, ahonda en esa vía: “Me gustaría pensar en una Asturias que aprovechase su capital humano. Hemos sido un gran exportador de talento. Si miras los datos del INE sobre movimientos migratorios de gente con estudios universitarios, somos parecidos al Sporting en el sentido de que somos una cantera de talentos que luego no aprovechamos. La cuestión es tratar de generar la masa crítica con tu actividad económica que haga que esos talentos se retengan en la sociedad asturiana. Se están haciendo cosas interesantes, como lo que hay en la ‘Milla del conocimiento’ de Gijón o con la actividad de la Clínica Fernández-Vega, en Oviedo. En la Universidad hay grupos de investigación punteros. Tenemos que dar los pasos para aprovechar ese potencial e irnos a una economía basada en la generación de valor añadido por la vía de innovación. Es algo que está ocurriendo en todas las economías occidentales: el PIB está desmaterializándose. Pesa menos si lo pesáramos en toneladas. Es más virtual, más vinculado al sector servicios y, en particular, a los servicios de alto valor añadido. El futuro de Asturias tiene que pasar por ahí. ¿Qué es alto valor añadido? Pues también un restaurante con estrellas Michelin. No todo tiene que ver con la generación de conocimiento tecnológico”.

Este economista mierense es rotundo: “Es la única estrategia posible. Hacer una apuesta en otra dirección será pegarnos un tiro en el pie”.

El tren europeo

Ignacio Villaverde, gijonés, rector de la Universidad de Oviedo, abre el foco y señala que la de la innovación es la dirección que está tomando el panorama económico internacional. “En este escenario geoestratégico de dos grandes polos entre los que va a seguir balanceándose el mundo, EE UU y fundamentalmente China, la singularidad europea va a ser su fuerza como espacio de desarrollo de tecnologías avanzadas. Y las universidades, en particular las públicas, somos las que poseemos el músculo para generar esas tecnologías avanzadas. Eso hace que las universidades ocupemos un especial papel para convertirnos en una región integrada en ese nuevo escenario estratégico europeo. El que no se suba ahora perderá un tren y estará abocado a una desertización económica, social y política”.

Vuelve el fantasma

Pero para coger este tren, dice el rector Villaverde, habrá que dar esquinazo al fantasma de la vieja Asturias, ese espíritu maligno que sobrevuela todo este reportaje. “Nos cuesta ver una nueva Asturias a la vanguardia de todos esos desarrollos que son el futuro. No estoy reivindicando que esto se convierta en Silicon Valley, pero sí la oportunidad de cambiar ese marco mental. Transitar en esa dirección, en el que la Universidad tiene un papel tractor importante, traerá beneficios a todas las generaciones”. Y añade: “Mentalmente seguimos siendo muy dependientes de la inversión pública, algo que está contagiado y contaminado muchos debates y muchos usos y costumbres, estilos de hacer política o de pensar en nuestro marco mental como región. Sigue habiendo una nostalgia más o menos disimulada de esa dependencia de lo público, y eso es lo que está lastrando la evolución a otro escenario donde el espacio que en Asturias ocupaba ese mundo público lo tiene que ocupar el mundo privado”.

Aunque el fantasma dickensiano de las reconversiones pasadas asome de vez en cuando, “ya no se espera que los problemas se solucionen desde fuera, y particularmente por parte de la empresa pública”, afirma José Alba, profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo, en el amplio análisis sobre la evolución económica de la región que hace para el reciente libro “Asturias, 40 años”, con motivo del cuadragésimo aniversario de la autonomía. Alba admite que “va mudándose la vieja querencia reconocida por todos, pero el caso es si la velocidad y el calado de las transformaciones son suficiente para un mundo globalizado en el que todo se precipita”. Pese a esa lentitud y resistencia endémica al cambio, Alba apunta que Asturias llegó al nuevo siglo con más empresas –aunque en menor proporción que la media española–, con un progreso tímido en la internacionalización de sus empresas y con la conciencia de competir y de ganar mercados.

Eva Pando, directora general del Grupo Idepa, el principal instrumento del Gobierno regional para reactivar la actividad empresarial, pone números a este cambio. Entre 2003 y 2021 creció un 104% el número de empresas que exportan regularmente; el negocio de la exportación pasó de 2.156 millones en 2003 a 4.600 millones de euros el año pasado; el gasto en I+D creció un 117%, de 37 millones anuales a 104 millones en 2020, y ya existen 200 empresas de base tecnológica. Pando cree que se han consolidado tres tendencias definitorias: la iniciativa privada ya prevalece sobre la pública, las pymes han adquirido mayor protagonismo que las grandes compañías y Asturias es tierra de multinacionales. Incide en que hemos caminado hacia una mayor diversificación y equilibrio económicos. “Los sectores tradicionales han perdido peso y se han modernizado. La transformación de un sector como el naval en estas dos décadas es la mejor muestra”, ejemplifica. Pando asegura que es “optimista por naturaleza”, pero no elude señalar peligros en el horizonte: “El fuerte peso de la industria en Asturias es sin duda una fortaleza, pero los planes de descarbonización, por un lado, y el incremento del precio de la energía, por otro, pueden lastrar nuestra industria, especialmente la electrointensiva”.

María Calvo, presidenta de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE), señala la importancia de que sigamos siendo una región industrial, “de las pocas que quedan en nuestro país”. Para ello reclama “consolidar” las inversiones comprometidas “con el firme respaldo del Gobierno y de los actores sociales, porque nos jugamos mucho”. Calvo, que ve luces en la economía asturiana, como el crecimiento del sector TIC o el “salto de valor en la percepción de calidad sobre los productos agroalimentarios asturianos”, advierte, sin embargo, que en estos veinte años “se ha incrementado la brecha entre la capacidad de renta (elevado porcentaje de pensionistas con buenas jubilaciones) frente a una baja aportación al PIB, que no es acorde con nuestro potencial”. Acaban de verlo: es el fantasma de las reconversiones pasadas, que no acaba de esfumarse de una vez para siempre.