Gijón

En el verano de 1958, el científico asturiano Severo Ochoa, quien recibiría el premio Nobel al año siguiente, trazó en Oviedo, a modo de croquis vital, el destino de una joven de 20 años que cursaba la carrera de Químicas, Margarita Salas Falgueras, sobrina lejana suya y valdesana, como él. Margarita Salas (Canero, Valdés, 1938), eminente y laureada investigadora, relata en esta segunda entrega de sus «Memorias» cómo Ochoa le ganó para la Bioquímica y, también, cómo su marido, el científico Eladio Viñuela (1937-1999), sacrificó sus investigaciones por ella.

l Una conferencia de Severo Ochoa. «Obtuve buenos resultados durante la carrera de Químicas. Tenía muy buenas notas, pero también trabajaba para ello. Con Químicas, las opciones de futuro eran profesora, investigadora o una empresa. Pero cuando en el tercer curso, con muchas horas de laboratorio y de prácticas, empezó a gustarme aquello, pensé que mi futuro iba a ser la investigación en Química Orgánica. Pero justo al acabar tercero, fui a Gijón a pasar las vacaciones, como todos los veranos, y entonces conocí a Severo Ochoa. Fui a una conferencia que dio en Oviedo, hablé con él de su trabajo y de lo que a mí me podía interesar. "Si te gusta la Bioquímica, puedes hacer la tesis doctoral en Madrid, con Alberto Sols, y después te vienes conmigo a Nueva York, a hacer una fase posdoctoral", me recomendó. La vocación, en mi caso y en la mayoría de los casos, no nace, se hace. Yo no había nacido con la vocación de ser bioquímica, sino que la tuve cuando empecé a sentirme inmersa en el trabajo del laboratorio. Después, cuando don Severo volvió a Nueva York, me mandó un libro de Bioquímica, porque yo todavía no había estudiado esa asignatura, que era de cuarto curso».

l Compañeros en la Residencia de Estudiantes. «Mi parentesco con Ochoa era que una tía de mi padre estaba casado con un tío de Severo, Álvaro de Albornoz. Él era Severo Ochoa de Albornoz. Aquel encuentro fue en 1958. Él no había recibido todavía el Nobel; fue al año siguiente, en 1959, pero ya era un bioquímico conocido y famoso. Era la primera vez que le trataba. Mi padre y él, además de ser parientes políticos, eran muy amigos. Habían estado juntos en la Residencia de Estudiantes de Madrid; habían hecho Medicina los dos, como compañeros de curso. De hecho, habían nacido el mismo año, en 1905. Y cuando Ochoa, que estuvo mucho tiempo sin volver por España, comenzó a venir todos los veranos, en agosto, pasaba parte en Luarca y parte en Gijón, que era donde había nacido su mujer, Carmen. Ese verano fue a Gijón y llamó a mis padres. Mi padre lo invitó a comer a casa. Ahí lo conocí, comiendo una paella en casa. Es la imagen que se me quedó grabada de aquel día, la paella. Después de comer, Ochoa nos dijo a mi padre y a mí que por qué no nos íbamos a Oviedo al día siguiente, que daba una conferencia. Y nos fuimos los tres en el coche de mi padre. Estuve en la conferencia, que me fascinó porque Ochoa era un orador fantástico, clarísimo. Después, estuvimos cenando y ahí hablamos de la Bioquímica».

l El camino de la investigación. «Conocer a Ochoa no era algo que yo estuviera esperando. No había tenido todavía ningún contacto con la Bioquímica, pero sí sentí emoción al hablar con él del trabajo que realizaba, de lo que se hacía en su laboratorio y de lo que a mí me gustaría hacer. También me emocionó la oferta: "Si te gusta esto, haz la tesis y luego te vienes a Nueva York conmigo". El camino que él me marcó fue el que seguí y la investigación ha sido toda mi vida».

l Un novio que estudiaba por libre. «Conocí a mi marido, Eladio Viñuela, en la carrera. Era muy inteligente. Era extremeño y había empezado Agrónomos, por aquello de las tierras extremeñas, la agricultura?, pero no le apasionó y se pasó a Biológicas. Pero, claro, la Biología de aquella época no era la de ahora; era una Biología muy descriptiva: contar patas de los bichos y cosas de ésas. Cuando llegó a tercero se convenció de que no era lo que le gustaba y entonces se pasó a Químicas. Era un año y medio mayor que yo. No acudía mucho a clase y estudiaba por libre, y tanto que hay una anécdota. En el curso de Selectivo había una asignatura de Matemáticas muy fuerte y con un profesor muy duro. Muy difícil de aprobar. No había ido a clase casi nunca y había estudiado con los libros que él se compraba. Se examinó y el profesor le llamó: "Usted no ha hecho este examen; no está hecho de acuerdo con cómo yo he explicado la asignatura". Sobre la marcha le puso otro examen y le dio sobresaliente».

l Casamiento gracias a una beca. «Como no iba mucho a clase, no nos conocíamos demasiado, pero en cuarto y quinto, cuando nos especializamos más en Bioquímica, ya nos veíamos más. Hubo más trato, hablábamos, discutíamos mucho, y justo cuando acabamos la carrera nos hicimos novios. Yo empecé la tesis con Alberto Sols y él, a los tres meses. Después de acabar el doctorado, en 1963, nos casamos y en 1964 nos fuimos a Nueva York. Nos casamos porque me dieron una beca de la Fundación March, de 12.000 pesetas al mes durante un año. Recuerdo que pagábamos 5.000 pesetas de alquiler en un piso amueblado. Nos casamos gracias a la beca. El tenía la típica beca de 1.000 o 2.000 pesetas, que no hubiera dado para casarnos».

l Una mujer con un grupo de investigación. «Era un hombre muy honesto, no se casaba con nadie. "Sólo se ha casado conmigo", solía decir yo. Era serio y generoso, de una generosidad enorme, con la que ayudó a todo el mundo desde el punto de vista científico. Dio clases en la Complutense y en la Autónoma, y creó en ésta un departamento de Virología y Genética Molecular. Aprendí mucho de él, y siempre digo que si estoy donde estoy y soy lo que soy fue gracias a mi marido. Me impulsaba y él era para mí como la meta que yo quería alcanzar. "No puedo ser menos que él; soy luchadora y no quiero ser menos, quiero luchar y trabajar", me decía a mí misma. Él me apoyó y me ayudó mucho a ser independiente, porque, en aquella época, una mujer con un grupo de investigación independiente no era usual».

l Sacrificio por independencia. «Cuando regresamos de Estados Unidos, volvimos a trabajar en un proyecto común, pero, claro, entonces, para el mundo científico, yo era la mujer de mi marido, yo era la mujer de Viñuela. Tanto él como yo no estábamos satisfechos con esa situación y hacia el año 1970 él inició un nuevo tema de trabajo sobre el virus de la peste porcina africana, para que yo fuese independiente con el tema que habíamos iniciado juntos. Así, yo podría demostrar si era capaz de llevar adelante un trabajo de investigación con el virus Phi 29. Él sacrificó un tema que ya estaba rodando por otro tema que empezaba, aunque después tuvo mucho éxito. Él se sacrificó para que yo pudiese ser independiente».

«Pudimos casarnos gracias a una beca de 12.000 pesetas mensuales de la Fundación March; pagábamos 5.000 de alquiler»

«Ochoa y mi padre, además de parientes políticos, habían vivido juntos en la Residencia de Estudiantes y eran compañeros de Medicina»

Margarita Salas relata el intento de que Ochoa regresara a España.