Un monarca -Alfonso XIII-, un «ganso real» y un «cerdo epiléptico» destituyen a Miguel de Unamuno de sus cargos en la Universidad de Salamanca y lo destierran a Fuerteventura (Canarias) en febrero de 1924. Los alias de «ganso» y de «cerdo» -referidos a Primo de Rivera y al general Martínez Anido, respectivamente-, así como su inclusión en ese «trío infernal», son expresiones que Unamuno repetirá en las cartas de sus seis años de destierro, algunas de las cuales fueron remitidas al asturiano Wenceslao Roces (Soto de Agues, 1897-México, 1992), futuro miembro del Partido Comunista y en aquella época catedrático de Derecho Romano en Salamanca y gran amigo del desterrado.

«Nada digo del Rey, porque éste está ya caído para siempre y no tiene salida alguna», le dirá ya en 1927 Unamuno a Roces, en una de las más de trescientas cartas -130 inéditas- que acaba de recopilar el matrimonio Colette y Jean-Claude Rabaté, expertos en el escritor vasco-salmantino. Próxima ya la publicación de dichas cartas, a cargo de la Universidad de Salamanca, los Rabaté han ofrecido varias de ellas a LA NUEVA ESPAÑA para su prepublicación. Dos son las destinadas a Roces -reproducidas aquí-, pero entre las restantes hay un amplio paquete de misivas dirigidas a su familia, y particularmente a su hija Salomé, cuyos descendientes acabarían haciéndose asturianos. En efecto, Salomé Unamuno Lizárraga, la mayor de las hijas del rector salmantino, se casa con José María Quiroga Pla, poeta y escritor que trabajaba para la República y que deja España en 1939, para morir en Ginebra en 1955. Hijo de ambos es el doctor Miguel Quiroga Unamuno (1929- 2000), que se afinca en Gijón en 1961. E hijo de éste es José María Quiroga Ruiz, por tanto bisnieto de Unamuno y también médico gijonés que en la actualidad trabaja en el Hospital de Cabueñes.

La carta que Unamuno escribe a Salomé desde Hendaya, el 3 de marzo de 1927 (extractada en la página siguiente), es un testimonio de la confianza íntima entre padre e hija. «A pesar del pudor y de la timidez, el desterrado confía a su hija vivencias íntimas hechas de emociones, pasiones y amores por unos hijos e hijas tan diferentes», explican los Rabaté, que ya en 2009 publicaron «Miguel de Unamuno. Biografía» (editorial Taurus), la obra más amplia sobre la vida del vitalista escritor y catedrático de Griego.

Aunque su destierro se había ejecutado en febrero de 1924 -y es precisamente Wenceslao Roces quien le acompaña en el viaje de partida-, Unamuno es indultado por el Gobierno el 9 de julio de ese mimo año. Sin embargo, decide autodesterrarse entonces a París y, al poco tiempo, a Hendaya, en el País Vasco francés. Es en 1930, el año de la caída del régimen de Primo de Rivera, sustituido por la «dictablanda» de Berenguer, cuando Miguel de Unamuno decide regresar a España y es recibido calurosamente en Madrid y apoteósicamente en Salamanca.

En consecuencia, es entre febrero de 1924 y febrero de 1930 cuando Unamuno mantiene un epistolario del que dirá a su amigo y traductor francés Jean Cassou: «¿Qué son todas mis cartas sino autobiográficas?», según recogen los Rabaté.

«El cónsul español, tan majadero como canalla, espía a las autoridades francesas»

Las cartas del destierro «permiten descubrir semana tras semana las ocupaciones, meditaciones y divagaciones de un ser en lucha perpetua contra la dictadura, objeto de su odio inextinguible», agregan los compiladores franceses, ella profesora titular de Lengua Literatura y Civilización española en la Universidad de Tours y él catedrático de Civilización Española en la Universidad París III-Sorbona.

Las tres fases del destierro oficial y del autoexilio personal -Fuerteventura, París y Hendaya- ofrecen perfiles diversos de Unamuno. «Los cuatro meses de confinamiento en Fuerteventura, paréntesis feliz a pesar del aislamiento, traducen el descubrimiento fascinante del mar, del sol, el contacto con la naturaleza y unos habitantes acogedores», señalan los Rabaté.

Sin embargo, durante el año que sigue «París es una capital que le causa casi tanta repulsión como el Madrid de sus años de estudiante». En cambio, será también «una especie de forja para afianzar la fama internacional del escritor».

Unamuno se involucra asimismo en la Ciudad de la Luz con el Comité revolucionario de París y participa activamente en la creación de «España con Honra», publicación en el exterior de la resistencia a la Dictadura. A las dificultades para sacarlo adelante se refiere precisamente Unamuno en una de las cartas a Wenceslao Roces desde París. En la misma misiva le habla de la situación de otros exiliados como Eduardo Ortega Gasset, Luna, Esplá o Durá.

Ya en Hendaya, durante más de cuatro años, Unamuno colabora en otra publicación de resistencia a la Dictadura de Primo de Rivera, «Hojas Libres». En sus escritos «sigue presente el odio al Directorio, a los militares enemigos de la inteligencia, a unos españoles que doblan la cerviz», señalan los Rabaté. En cierta forma, pueden seguirse los sucesos de la Dictadura primoriverana a través de los textos del vasco desterrado. Por ejemplo, le explica en una carta a Roces que la prefectura francesa no se molesta en exceso en ahogar la publicación de «Hojas libres», pese a la insistencia del embajador español. Además, el cónsul de dicha Embajada, «tan majadero como canalla, espía a las autoridades francesas y huronea en Correos y Telégrafos».

Precisamente en «Hojas libres» se publicará una carta abierta de Unamuno a los estudiantes españoles, escrita «en Hendaya, el Domingo de Pasión de 1929». «Es un auténtico manifiesto que se convierte hoy en un documento histórico, ya que los estudiantes, hijos suyos, son, en la primavera de 1929, los opositores más eficaces y determinados a la Dictadura», juzgan los Rabaté. El texto, escrito con gran apasionamiento, es también un «ataque muy violento contra unos catedráticos serviles, que doblan la cerviz», agregan.

La relación con Wenceslao Roces era realmente estrecha y éste le escribe «34 cartas a Unamuno desde el día 5 de mayo de 1924 hasta el año 1930, cuando Unamuno retorna a España», explica Etelvino González, presidente de la Asociación Cubera de Villaviciosa e investigador en Unamuno. Al igual que el libro de los Rabaté, su edición crítica del «Diario íntimo» del rector y escritor verá la luz en breve, también publicado por la Universidad salmanticense. «Ese conjunto de misivas forma parte de la Casa Museo de Unamuno y es muy interesante porque Roces le da muchas noticias de la movida universitaria de estudiantes y profesores durante la Dictadura», agrega González. «El 6 de abril del 24, Wenceslao envía un telegrama a su amigo en el que pone en grandes letras: "¡Viva la inteligencia! Abrázale, Roces"».

El catedrático asturiano se había licenciado en Derecho en 1919, con premio extraordinario por la Universidad de Oviedo. A continuación, en la Universidad Central de Madrid gana también el premio extraordinario de doctorado. En 1922, con apenas 30 años, gana la cátedra de Instituciones de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca. Ahí comienza su relación con Unamuno, hasta el punto de que «le acompaña en el viaje del destierro y por ese motivo es expedientado», explica Etelvino González. En la República, Roces es miembro del Partido Comunista, y tras la Guerra Civil se exilia en México. En 1977 fue elegido senador por Asturias, pero renuncia al escaño poco después. Regresa a México y fallece en 1992.

Collette y Jean-Claude Rabaté, autores de la recopilación de las cartas del destierro.