Cuando a principios de los 90 del siglo pasado Juan Moreno visitó por primera vez Gijón para participar en las labores de limpieza del naufragio del "Castillo de Salas", un buque hundido frente a la costa de Gijón, no imaginó que casi dos décadas después de aquella tragedia ambiental Asturias fuera a convertirse en el escenario de la que él mismo define como la misión más peligrosa a la que se haya enfrentado en su carrera. El responsable de operaciones especiales de Salvamento Marítimo capitaneó estos días el equipo de una docena de profesionales -ocho de ellos buzos- que se desplazaron hasta las inmediaciones del Cabo Peñas con el objetivo de estabilizar y abrir el casco del pesquero "Santa Ana", que había naufragado el día 10 de marzo junto a la isla de La Erbosa, siniestro que se cobró ocho vidas. Moreno defiende su trabajo y el de sus compañeros moviendo sin parar las manos para explicar de forma pedagógica los peligros de la operación y dibujando en el aire un ficticio "Santa Ana" presa de las corrientes y de las embestidas del Cantábrico.

"Se movilizó a todo el personal, desde un primer momento supimos que era una de las mayores tragedias de los últimos años. Se hizo un buen trabajo y se operó con buena actitud", dice Moreno. El responsable de Sasemar y sus subordinados son conscientes de lo que es trabajar bajo presión. Escuchar al jefe de operaciones especiales de Salvamento Marítimo es adentrarse minuto a minuto en el cuaderno de bitácora de quien ya cuenta por decenas los hundimientos en los que ha participado. El del "Santa Ana" es el último. Y es que este pesquero se incorporó hace apenas unos días a una lista en la que ya figuran nombres tan significativos como el "Nuevo Pepita Aurora", un barco hundido frente a las costas de Barbate en septiembre de 2007 y en cuyo naufragio quedaron sepultadas a más de 200 metros de profundidad las vidas de ocho marineros. A pesar de que han pasado siete años desde aquello, sucesos como el del Cabo Peñas hacen aflorar de nuevo sentimientos encontrados que los profesionales tratan de dejar atrás cada vez que hacen el equipaje y abandonan el escenario de una desgracia "Allí también vivimos momentos tensos con las familias. Es comprensible lo que están pasando, y por eso te callas y sigues trabajando", cuenta Juan Moreno. Su teléfono móvil, como el del resto de su equipo, sonó el lunes a las cinco de la madrugada. Los profesionales de Salvamento Marítimo de La Coruña y Cartagena tenían una misión en Asturias.

"En la primera inmersión ya vimos que estaba muy difícil. Había corrientes y llegó un momento en que yo no sabía ni dónde estaba. Me di un golpe en la cabeza porque no veía, me rodeaba el aparejo y la oscuridad era total". El que cuenta de esta manera su experiencia es el gallego Carlos Cerviño, uno de los buceadores más jóvenes de Salvamento Marítimo. Este profesional, con seis años de experiencia a sus espaldas, llegó a temer por su vida. El pecio no paraba de moverse y la situación empeoraba por momentos. Cerviño no se lo pensó dos veces, sabía que los familiares querían los cuerpos de los fallecidos y continuó trabajando a pesar de las dificultades, pero lo peor estaba por llegar. El gallego asegura que al abrir los camarotes sus compañeros descubrieron la presencia en el "Santa Ana" de gases tóxicos y muebles flotantes que salían disparados en un escenario que su propio jefe llegó a calificar como "un infierno".

"Lo primero que piensas en esos momentos es que vaya donde te has metido. Era peligroso, no se veía nada, el estado de la mar era malísimo", explica Cerviño. El reloj corría en su contra. Debían facilitar la entrada al pecio de los buzos de la Guardia Civil para que la Benemérita buscara fallecidos. O supervivientes. Y es que por extraño que pueda parecer no se descartaba nada. "Se da un caso entre mil, pero hace años en África un cocinero sobrevivió gracias a una bolsa de aire en un pesquero hundido y esperó tres días hasta que lo rescataron", cuenta Cerviño. En el caso del "Santa Ana" no se obró el milagro, a pesar de que el pecio lleva el nombre que en la tradición cristiana se atribuye a la madre de la Virgen María.

"Hay gente que ha dicho que deberíamos haber remolcado el barco. Eso hubiera llevado semanas. La mejor opción era la cesárea con la pistola de puente térmico", explica Moreno. Esta compleja operación se realizó el domingo, pero la mala suerte quiso que durante los trabajos se rompiera parte del cable de la herramienta. "Los compañeros de Cartagena estuvieron toda la noche viajando para poder traernos otra pistola térmica y que la tuviéramos aquí a las seis de la mañana. Entendemos que los allegados de los fallecidos se pusieran nerviosos, pero fue una mala pata, no podíamos hacer otra cosa", mantiene Manuel Ruiz, jefe de equipo de Salvamento Marítimo de La Coruña, que reconoce, además, que aquella noche no pudo dormir. "Nos levantamos muy pronto todos los días y hacemos un gran esfuerzo. Meterte en el barco ya es poner en riesgo tu vida", cuenta mientras disfruta de la única cerveza que le da tiempo a tomar cuando el equipo regresa al hotel Gijón, un establecimiento que desde el día de la tragedia funciona como una improvisada base naval en la que el alivio no llegó hasta el martes por la noche. Fue entonces cuando se logró abrir un boquete para desescombrar el "Santa Ana". "Fue el mejor momento. ¡Dios, lo hemos reventado!, estaba conseguido", recuerda Manuel Pérez. Ahora lo único que queda es fijar fecha de vuelta a casa. "Sabes cuándo sales, pero no cuándo vuelves", dice Carlos Cerviño resignado.