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El aplastamiento de la Revolución del 34, ¿un ensayo para la Guerra Civil? (1)

Franco en las maniobras de León

El ministro Diego Hidalgo llamó a su lado al militar, entonces en Baleares, para unos ejercicios tácticos en unos montes similares a los de Asturias y luego, saltándose toda la jerarquía militar, lo situó al frente de la represión

Franco en las maniobras de León

En 1969, Ricardo de la Cierva, en su "Historia de la guerra civil española. Perspectivas y antecedentes 1898-1936", formuló esta pregunta: "¿Fue provocado conscientemente por las derechas el estallido revolucionario?". La conclusión de La Cierva es que parece improbable que la decisión de Gil Robles de ocupar el poder "tuviese como finalidad inmediata la provocación de un estallido revolucionario. Semejante maquiavelismo no encaja en la trayectoria política del jefe de la CEDA".

Sí parece que jugó a desencadenar la revolución el que era por entonces ministro de Gobernación, Rafael Salazar Alonso, que ocupó el cargo desde el 3 de marzo de 1934 hasta el 4 de octubre del mismo año, en que Lerroux ya no contó con él para el gabinete en el que entraron los tres ministros de la CEDA de Gil Robles. De Salazar Alonso cita Ricardo de la Cierva la siguiente manifestación: "Repetimos nuestro punto de vista del Consejo de Ministros, cuando en la Región autónoma [se refería a Cataluña] se advertían síntomas subversivos; apelé a la conciencia de los ministros para ver si se atrevían a provocar la revolución, porque yo seguía pensando que había que provocarla".

En esa línea, Rafael Salazar Alonso buscó deliberadamente el enfrentamiento con los sindicatos para derrotarlos. Particularmente, con motivo de la huelga de los campesinos anunciada para junio de 1934, mientras los ministros de Trabajo y Agricultura, José Estadella y Cirilo del Río, querían contemporizar, el de Gobernación planteó la batalla abierta con los trabajadores del campo. Declaró la cosecha "servicio público", ordenó detenciones preventivas, hasta 7.000 según el periódico derechista "El Debate", sin respetar a diputados socialistas electos, llevó a cabo deportaciones internas, metiendo a campesinos en camiones y llevándolos a cientos de kilómetros de sus casas para que tuvieran que regresar sin comida ni dinero, prohibió asambleas y quiso declarar el estado de guerra. La huelga fracasó y la cosecha se recogió. Al respecto, escribió en 1935 Salazar Alonso: "¿Debió aprovecharse aquel instante de fracaso para quebrantar definitivamente la revolución que avanzaba?".

Esta pregunta viene a cuento porque a lo largo de 1934 había dos creencias claramente extendidas. Por un lado, la derecha pensaba que la izquierda, más tarde o más temprano iba a intentar una revolución; y, a la inversa, la izquierda temía que al igual que ocurriera en Alemania, Austria e Italia, la CEDA y los monárquicos iban a dar marcha atrás a la República e imponer el fascismo o la vuelta a la Monarquía. En palabras de Paul Preston: "La izquierda veía el fascismo en cualquier acción de la derecha; la derecha y muchos oficiales del ejército olían la revolución inspirada por el comunismo en cualquier manifestación o huelga".

Las demandas de los campesinos que desencadenaron la huelga de junio de 1934 no eran revolucionarias. Solicitaban, entre otras peticiones, el establecimiento de un "turno" para que todos los obreros agrícolas pudieran trabajar en la recolección, la creación de comités locales que inspeccionaran el cumplimiento de los contratos? Pero tales reivindicaciones eran para el ministro de Gobernación parte de un plan revolucionario: "El hecho cierto", escribió Salazar Alonso, "es que la huelga de campesinos era una de las piezas de la formidable máquina revolucionaria. Con ella debían surgir para esos designios la huelga general, el levantamiento de Vasconia, de Cataluña, de Asturias.

"No surgieron? 'No era su hora'. Pero ¿no era la hora de la actuación contrarrevolucionaria?", continúa Salazar Alonso el relato de esos momentos en su libro "Bajo el signo de la revolución", escrito y publicado en 1935. "Cuando en un país se declara la revolución, una sanción eficaz a tiempo ahorra mucha sangre".

Cuando José María Gil Robles provocó la crisis de Gobierno que se solucionó con la formación de uno nuevo en el que entraron tres ministros de la CEDA, sabía que su actuación iba a suscitar la reacción de la izquierda, que le consideraba un fascista. Pero confiaba, según confesó más tarde, en diciembre de 1934, en las oficinas de Acción Popular, que la izquierda no estaba en condiciones de triunfar. "Yo tenía la sensación de que la llegada nuestra al poder desencadenaría inmediatamente un movimiento revolucionario..., y en aquellos momentos en que veía la sangre que se iba a derramar me hice esta pregunta: 'Yo puedo dar a España tres meses de aparente tranquilidad si no entro en el Gobierno. ¡Ah!, ¿pero entrando estalla la revolución? Pues que estalle antes de que esté bien preparada, antes de que nos ahogue". Y esto fue lo que hizo Acción Popular, el principal partido vertebrador de la CEDA, precipitar el movimiento y aplastarlo, para lo que el Gobierno parece que estaba más preparado de lo que se dijo.

A finales de septiembre de 1934 se realizaron unas maniobras militares en León, en cuya ejecución puso mucho empeño el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo. En 1933 se habían suspendido otras maniobras previstas, y comentando su anulación en sesión de las Cortes de 24 de mayo de 1934, el ministro Hidalgo afirmó: "Si en el mes de septiembre sigo siendo ministro de la Guerra no suspenderé las maniobras, porque las creo absolutamente necesarias".

Diego Hidalgo asistió a los ejercicios militares acompañado del general Franco, en calidad de "asesor técnico personal" del ministro, al que hizo venir desde Baleares donde estaba entonces destinado. Dirigió las maniobras Eduardo López Ochoa, general inspector jefe de la Tercera Región Militar. ¿Por qué, siendo López Ochoa el jefe de las maniobras, acudió el ministro con Franco, en lugar del general Carlos Masquelet, jefe del Estado Mayor, también presente en las mismas? Según Joaquín Arrarás, amigo personal de Franco y uno de sus primeros biógrafos, el ministro Hidalgo hizo llamar al general Franco, porque "el verdadero fin de la invitación era que el general se encontrara en Madrid, cerca del ministro, en los azarosos días que se anunciaban". Según escribió Diego Hidalgo, en un libro publicado en el mismo año de 1934 ("¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra? Diez meses de actuación ministerial"), fueron los conocimientos de Franco, del que opinaba "que no hay secretos para este militar en el arte de la guerra", los que le movieron a invitarle a participar a su lado como "comentarista tan singularmente capacitado para el asesoramiento. Y no sé, ni me importa, si faltaba al protocolo invitando a Franco a que me acompañara a las maniobras militares de los montes de León". Por otra parte, el general López Ochoa era considerado abiertamente republicano y había formado parte de la oposición contra Primo de Rivera y no era bien visto por otros conmilitones, como el propio Franco, y otro tanto ocurría con Masquelet, militar de la confianza del ex jefe de Gobierno Manuel Azaña.

La presencia de Franco en esas maniobras y la insistencia del Ministro en que se celebraran no parecen hechos fortuitos. Pocos días después, cuando se produjo el movimiento revolucionario de octubre, el Ministro colocó al frente de todo el dispositivo militar, en su propio despacho ministerial, al general Franco, saltando toda la jerarquía militar. Las maniobras de León se hicieron en un terreno de topografía similar a la de Asturias y a ellas iba a asistir el Regimiento de Infantería nº 3, de guarnición en Oviedo, pero el Ministro, tres días antes, ordenó que no acudiera, "pues las delicadas circunstancias de aquella ciudad hicieron que yo no quisiera dejarla desguarnecida".

Otro elemento que llama la atención fue la rapidez con la que se trasladaron a Asturias las tropas del Tercio y Regulares. El 10 de octubre arribaron al Musel a bordo del crucero "Cervantes" una Bandera del Tercio y el Batallón de Cazadores de África n.° 8. La celeridad en el desplazamiento hace pensar que ya estaba previsto. La decisión de enviar estas fuerzas a Asturias la justificó el ministro Hidalgo en la escasez de otras fuerzas próximas y en el temor a dejar desguarnecidas otras plazas, y en la perspectiva de que la lucha sería "dura y cruenta".

"Me aterraba la idea", escribió el Ministro, "de que nuestros soldados cayeran a racimos víctimas de su inexperiencia y falta de preparación para la guerra, teniendo que luchar en un clima duro, en un terreno hostil, en una posible lucha de guerrillas y agresiones en la que la dinamita actuaría con preferencia a las armas de guerra, y que mientras de esta manera fueran cayendo muchos soldados, hubiera en África 12.000 hombres aguerridos, preparados, duchos en la defensa y en la emboscada, duros y acostumbrados a la vida de campaña, sujetos a la disciplina con mano de hierro".

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