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Príncipe entre las incertidumbres

Felipe de Borbón recibió los atributos de heredero de la Corona hace 40 años en Covadonga, trece meses antes de votarse la Constitución

Felipe de Borbón con su hermana Cristina y la Reina. LNE

Fue tal día como ayer, cuarenta años atrás. Felipe de Borbón recibió los atributos de Príncipe de Asturias, heredero de la Corona, el 1 de noviembre de 1977, en un acto envuelto en la incertidumbre política que rodeaba a una España que aún no había votado la Constitución, con la democracia por construir. Cuatro décadas después, Felipe VI debe hacer frente a otras inestabilidades, pero con un marco político-jurídico sólido.

Las dudas del momento eran tales que aquel acto, con un Felipe de Borbón y Grecia de 9 años, fue concebido inicialmente como la investidura del Príncipe de Asturias, para convertirse luego ya en un homenaje popular, en una simple entrega de atributos, la venera acreditativa y la cruz de pecho enriquecida con el escudo del Principado. Y la cuestión, por mucho que ahora lo pueda parecer, no resultaba baladí. La institución impulsora del evento que tuvo por escenario el real sitio de Covadonga era la Diputación Provincial procedente del régimen anterior, la dictadura franquista. Un vínculo que despertaba no pocos recelos en la incipiente izquierda de la época, ausente del acto de Covadonga con explicaciones tales como que Rafael Fernández, entonces secretario general de los socialistas asturianos, tenía cita obligada e ineludible en un comité regional del partido. El republicanismo del PSOE pesó en aquella ausencia. También excusaron su asistencia, con misiva de por medio, los comunistas Dolores Ibárruri, "La Pasionaria", y Wenceslao Roces.

La presencia en Asturias del heredero había sido requerida por Juan Luis de la Vallina, cuando era presidente de la Diputación Provincial, aunque el discurso de aquel día de Todos los Santos en representación de la Diputación correspondió a su sucesor, Luis Sáenz de Santamaría, a la sazón el último presidente de esa institución en Asturias. Suya fue en aquella jornada la petición al Rey Juan Carlos I de que la Cruz de la Victoria formara parte del escudo de España. En vano.

El acto contó con la asistencia de los ministros del Interior, Rodolfo Martín Villa, y de las Regiones, Manuel Clavero Arévalo, y también fueron testigos de excepción el gijonés Torcuato Fernández-Miranda, para entonces ya expresidente de las Cortes, y Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa del Rey desde un año antes. "Sabino vivió aquel acto con gran emoción como asturiano", comenta su viuda, María Teresa Álvarez, quien coincide con Graciano García, promotor y exdirector de la Fundación Príncipe de Asturias, en la influencia de Fernández Campo en aquella celebración. La homilía correspondió al arzobispo Gabino Díaz Merchán.

Todavía faltaba algo más de un año para que los españoles dieran su sí a la Constitución y eran muchas las voces que desde distintos foros pedían pruebas de que la democracia era irreversible y no tenía vuelta atrás en España. De ahí que la celebración de Covadonga pudiera resultar incómoda, sobre todo por el momento. "Parecía poco conexa con la realidad que se vivía en el país, por demasiado parcial. Fue un acto confuso, ambiguo, acorde con la situación que vivía el país en aquel momento", comenta uno de los políticos que por entonces ya pensaba más en la arquitectura institucional de Asturias. "Era un momento en el que estaba todo en el aire", esgrime Graciano García, que tampoco estuvo en el acto, pero que ya trabaja, "desde la soledad", en el proyecto de la Fundación Príncipe de Asturias, que "viviría la culminación de la primera parte" de aquel trabajo apenas cuatro años después, en 1981, cuando Felipe de Borbón pronunció su primer discurso en el Campoamor, en la puesta de largo de los Premios.

Ausente el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, que había ganado meses antes las elecciones de 1977, el protagonismo de los discursos de Covadonga recayó en Juan Carlos I, que junto a su esposa, Sofía, y a las Infantas Elena y Cristina acompañó al Príncipe en aquella mañana soleada. "El Rey y la monarquía sirven a esa profunda identidad común y esencial. Por encima de lo mutable y transitorio, pero respetando sus rasgos, sirve a las identidades plurales de su pueblo. Las quiere todas tal y como ellas se quieren a sí mismas en libertad y en paz. Unidas por el progreso. Pero también sintiéndose miembros de la misma sangre, árboles de un mismo bosque, agua de un mismo mar. En definitiva, miembros de una familia", defendió Juan Carlos I en Covadonga. Unas palabras que escuchó Felipe de Borbón poco antes de recoger los atributos de Príncipe de Asturias, y que hoy, a la vista de los acontecimientos en Cataluña, cobran si cabe mayor relevancia.

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