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Los Tesoros Forestales De Asturias | Acebeda De Agüeria

El refugio invernal de Ubiña

El bosquete de acebos de los puertos de Agüeria, uno de los más destacados de Asturias, ofrece pan y techo a un amplio número de especies de la fauna de montaña

El refugio invernal de Ubiña

El acebo, xardón o carrascu, popular por su empleo como elemento decorativo navideño -un uso en el que reemplazó al muérdago y que, una vez protegidas las poblaciones silvestres, quedó reservado a los ejemplares de vivero-, es uno de los contados árboles (o arbustos) perennifolios que forman parte de los bosques cantábricos y, localmente, incluso genera sus propias masas, las acebedas o acebales. Lejos de ser un detalle anecdóctico en el paisaje forestal asturiano, mayoritariamente caducifolio, o una nota de color (verde intenso) en su desnudo escenario invernal, la presencia del acebo adquiere una importancia vital en la ecología de este hábitat, sobremanera durante los meses fríos, cuando se convierte en el "árbol del pan" y el "árbol protector" para la fauna de la cordillera Cantábrica: una despensa segura (de fruto y de hojas) y casi el único "techo" frente al frío, la nieve y el viento.

Árboles y matas. La acebeda de los puertos de Agüeria, en el macizo de Ubiña (en tierras de Quirós, con acceso desde el pueblo de Lindes), es una de las más destacadas de Asturias, tanto por su entidad, en tanto masa de arbolado, como por su ubicación, en un espacio de singular belleza, a donde conduce una popular ruta de montaña. Es una acebeda arbórea, en parte intervenida, es decir, modelada por el hombre, tanto directamente, mediante la tala de ejemplares y el arranque de ramas, como indirectamente, a través del ramoneo del ganado. La parte que no está sometida a esa presión humana se distingue por la estructura de su ramaje, que crece muy alto y configura una copa con forma de sombrilla. A su vez, los ejemplares que dan lugar a las acebedas arbustivas o achaparradas en los calveros forestales y en los ambientes alpinizados de la alta montaña se ramifican desde el suelo y desarrollan hojas muy coriáceas y espinosas: una adaptación a esos medios secos y barridos por fuertes vientos.

Hojas y fruto. El follaje perenne, la compacta estructura de las copas y la persistencia del fruto en el árbol a lo largo de todo el invierno son las claves que convierten al acebo en el árbol más popular entre los habitantes de los bosques ahora que el resto de especies entra en un estado de letargia, lo que para las redes tróficas significa que deja de ofrecer cobijo (al perder la hoja) y apenas suministra alimento. La mitad de los fitófagos que pasan la estación en los bosques de montaña dependen del acebo para sobrevivir, y aún hay que añadir a esa nómina los depredadores que lo usan como atalaya, como cazadero y como cobijo. El urogallo común cantábrico es el inquilino más ilustre de los acebos, de los cuales aprovecha el servicio completo: refugio frente a las ventiscas (bajo su follaje la temperatura es dos o tres grados superior a la exterior) y frente a los depredadores, y alimento (hojas y fruto), éste muy valioso en tanto la base de su dieta durante la estación son los leñosos y escasamente nutritivos brotes de haya. El urogallo puede encamarse en los acebos durante largo tiempo en los períodos más crudos de la invernada, ya que pasa estos meses en precario y debe ahorrar energía (cualquier exceso, por una molestia, por ejemplo, puede significar que a la primavera siguiente deje de criar e, incluso, que no logre sobrevivir a la estación). Aunque pocos urogallos disfrutan hoy de la hospitalidad de la acebeda de Agüeria y, en términos más amplios, de los acebos de este sector central de la cordillera, donde la especie casi ha desaparecido, de modo que, a efectos prácticos, su población se encuentra ahora partida en dos núcleos inconexos, alejados y con tendencia sostenida a perder individuos y territorio.

Un amplio vecindario. Una "prima" del urogallo, la perdiz pardilla, también para en las acebedas y se beneficia de todos sus servicios, mientras que los zorzales o malvises (común, alirrojo y real, el primero con una población residente y otra invernante, y, los otros dos, visitantes estacionales en cifras muy variables de unos años a otros) acuden a comer, a veces en grandes bandos. Diversas especies de mamíferos, desde la liebre de piornal y la ardilla roja hasta el rebeco cantábrico, el corzo y el jabalí, se resguardan en este arbolado frondoso, al que acuden, igualmente, numerosos pájaros, entre ellos el camachuelo común. Acebos y acebedas forman vecindades muy concurridas en este tiempo, parte de las cuales se mantiene durante el resto del año, si bien con una dependencia más relajada, menos decisiva.

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