La Santa Cueva, espacio tan hermoso como angosto, fue vaciada de bancos para la visita de la Familia Real. En ese estado, ofrece un aspecto singular, desconocido por la mayoría; quizá da la sensación de ser aún más pequeño. Y se descubre que el suelo requiere una capa homogénea de algo.

Los Reyes, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía estuvieron visitaron a la Santina sobre las doce y cuarto del mediodía. Cuando se marcharon, la Cueva fue cerrada hasta las dos y media de la tarde. A esa hora, se reabrió. La gente esperaba casi con ansia, y en pocos minutos la oquedad se llenó de público.

-"Debe de haber misa" -dijo un señor bastante despistado.

Los fieles pudieron ver a la Virgen con su manto rojo, y tanto a la Madre como al Niño con las coronas que Alfonso XIII les entregó el 8 de septiembre de 1918 en nombre de todos los asturianos, que las habían financiado mediante una cuestación pública.

Los fieles desfilaron durante varios minutos. En un momento dado, Tomás Camblor, sacristán de la Cueva, avisó a través de la microfonía de que iban a proceder a cambiar las coronas de la Virgen y del Niño, y que agradecerían que el público desalojase la Cueva por unos minutos. Sin duda, por ese sentimiento de pudor que distingue esta mudanza de lo que pueda ser un cambio de neumáticos del coche de Fernando Alonso.

Disciplinada, la gente salió del espacio sagrado, que de nuevo quedó vacío. Y Tomás Camblor, con la ayuda de Javier Remis, procedieron, con suma delicadeza, a la sustitución de las valiosas coronas -reservadas para los 8 de septiembre y otras celebraciones muy señaladas- por otras de menor valor.

Y de nuevo se abrió la reja de la Cueva y los peregrinos comenzaron a fluir. Eran poco más de las tres de la tarde. Covadonga volvía a ser Covadonga. La de siempre. La de la gente.