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"Da igual que tengas una discapacidad, hay que dar el 200%", dice El Langui en Oviedo

El rapero madrileño, que nació con parálisis, afirma ante los estudiantes: "Lo peor es la compasión, hay que escuchar también llorar a los hijos"

El Langui, ayer, durante su ponencia en la Facultad de Economía. MIKI LÓPEZ

Juan Manuel Montilla, más conocido como El Langui, es actor y rapero. Pero durante muchos años soñó con ser futbolista y jugar en el estadio Santiago Bernabéu, a pesar de su discapacidad. El ganador de dos premios Goya en 2008 nació con una parálisis cerebral que le dificulta el movimiento; tiene la pierna derecha completamente arqueada y la mano del mismo lado retraída. Aun así, sus padres nunca le quitaron de la cabeza el balón. Lo que hicieron fue "normalizar" su situación. Porque, según El Langui, "lo peor es la compasión y la sobreprotección". "Yo quería ser futbolista y ellos me dijeron: 'Pues venga, adelante, te ayudamos'. Y hasta los 14 años jugué al fútbol. Da igual en qué condición estés, hay que poner el 200% en todo, y eso lo contagias", contó ayer en la Universidad de Oviedo ante más de medio centenar de estudiantes.

El famoso rapero fue invitado por el Colegio Oficial de Graduados Sociales de Asturias con motivo del Día Internacional de la Justicia Social, que este año está dedicado a la inclusión sociolaboral de las personas con discapacidad. El Langui relató de pie y durante más de hora y media en el aula magna de la Facultad de Economía y Empresa sus 40 años de sacrificio. Empezó por el principio: "Nací con parálisis, pero a mis padres no le dijeron ni mu. Al año, cuando se suponía que tenía que quedar erguido al ponerme sentado en el sofá, me caía para los lados. Fueron al hospital y los médicos no les dieron esperanzas: 'Su hijo tiene parálisis cerebral y el día de mañana estará en una silla de ruedas'. ¿Pero qué hicieron mis padres? Normalizar mi discapacidad". Hasta el punto de que nunca le despertaron de su sueño de ser futbolista.

"Todos los días pasaba por el Bernabéu y me decía: 'Algún día debutaré aquí'", confesó. Pero jugaba al balón porque su familia le ponía de arriba a abajo la equipación. La crisis llegó cuando un día su madre le espetó: "¿Quieres ser futbolista? Pues muy bien, vístete tú. ¿O quieres que el día de mañana vaya yo a vestirte al campo?". Ahí empezaron los llantos, los reproches y los enfados. Cuando Juanma, como así lo llamaban en su barrio, Pan Bendito (Madrid), conseguía ponerse un calcetín, sus amigos ya venían de vuelta. "'No puedo, mamá', le decía. Y ella me contestaba: 'Sí puedes, igual que el resto'. Tenía razón: podía, pero tenía que dedicarle más tiempo que los demás".

El Langui interrumpió su historia para lanzar un consejo: "No bajéis la guardia nunca; tenemos el poder de convencer al que está enfrente". Y enlazó esta reflexión con la eterna pelea de los padres con sus hijos por la compra de un teléfono móvil. "Nos vienen siempre con el cuento de que 'es que yo soy el único que no lo tengo'. Lloran y lloran. Y al final acabamos cediendo. Nos están ganando la batalla. Si quieren llorar, que lloren. Si quieren patalear, que pataleen. Hay que escucharles también llorar". Su madre lo hizo y por eso llegó él, cree, tan lejos. "Me dejaba en el suelo -continuó- cuando me caía. Tuvo que aguantar mucho en el barrio: 'Eres una mala madre', '¿Cómo no ayudas al chiquillo?' Gracias a ello, hoy puedo levantarme yo solo si caigo", narró

Para Montilla, también fueron "fundamentales" sus amigos. "Yo era presa fácil para el bullying. Pues no. Al mínimo indicio, toda la flota se posicionaba y me defendía. Y eso es porque lo trabajaban en casa. Sus padres les decían que era un crack". Y un genio era. Pese a su parálisis, sus amigos se lo rifaban para tenerlo en su equipo de fútbol. ¿Por qué? "Porque daba el 200% de mí", señaló.

Hasta que llegó el día en el que cambió el balón por el canto. En verdad, no fue así de fácil. "Mis padres sabían que llegaría un momento en el que me daría con el muro y me di. Con 14 años me di cuenta de que no podía ser futbolista. Entré en declive, no me gustaban los estudios, no me sentía útil", aseguró. Apareció el rap y la ilusión volvió a su vida. Se encerraba todos los días en su habitación a componer, a leer, a buscar nuevo vocabulario, a escuchar música... Su sueño ahora era ser cantante. Pero, por si no se cumplía, estudió un grado superior de diseño gráfico. "No pude ejercer. Tuve suerte y pronto llegó mi primer disco de rap. Llevo veinte años en la profesión y nunca he parado". Tiene tres álbumes editado. Es actor, escritor -su libro "16 escalones antes de irme a la cama" lleva vendidos más de 40.000 ejemplares-, colaborador de programas de televisión y de radio, y recorre España dando charlas de motivación.

A juicio de El Langui, todavía queda mucho por hacer para la inclusión laboral de las personas con discapacidad -él prefiere decir "con otras capacidades"-. Y asegura que tenerlas en una empresa enriquece a la plantilla. "Nos anima a no protestar tanto, a ser optimistas... Porque si esta persona, que ha sufrido tanto, llega todos los días a trabajar con una sonrisa, ¿de qué me quejo yo?", afirmó. A lo largo de su trayectoria, Montilla se topó con muchas situaciones incómodas. Por ejemplo, cuando quiso hacer un curso de técnico de sonido y el director le negó su entrada. "Me dijo: 'Tú no puedes, ¿no te ves?' Me fui de allí tocado, pero seguí luchando. El problema es que a lo mejor otra persona no tiene tanta fuerza y llega a casa y le dice a los padres que tira la toalla y que quiere cobrar la pensión". Eso no le pasó a El Langui, convertido hoy en todo un ejemplo.

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