Alguien -ligado a la política- me recordó ayer la frase de Séneca: «Los vicios de ayer son las costumbres de hoy». Mi interlocutor, con acierto, la parafraseaba: «Las costumbres de ayer son los vicios de hoy». Venía el cuento a las crecientes denuncias por corruptelas o gestiones deficientes en los dineros públicos. Aquello que en los tiempos de vacas gordas no preocupaba tanto o se consideraba consustancial a la gestión administrativa (como algunos gastos excesivos o excesos a la hora de pasar dietas), hoy se considera inadmisible. El problema es que quizás antaño también eran vicios, aunque se tomasen por costumbre. Nunca dejaron de serlo. En unos momentos en los que los políticos exigen sacrificios a los ciudadanos, es natural que se les mire con lupa. Pero ese afán por fiscalizarlos tampoco debe llevar a cuestionarlos a todos. Hay políticos honrados, aunque no lo crean, y son mayoría. Precisamente por eso, esos honrados no deberían dejar pasar ni una a los compañeros que no lo son, aunque pertenezcan al mismo partido.