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RAFAEL CASTRO | COORDINADOR MÉDICO DE LA UVI MÓVIL DE AVILÉS

Bata blanca y cinturón negro

El facultativo, recién nombrado coordinador médico de la uvi móvil de Avilés, es judoca y amante del deporte, la naturaleza y los viajes en familia

Rafael Castro, sentado en un banco en El Quirinal. RICARDO SOLÍS

Rafa Castro es médico y cada vez que se "activa" es que hay alguien con el corazón encogido: es especialista en emergencias, de los que hacen todo lo posible y un poco más por devolver la vida a sus pacientes en el último suspiro. Acepta las cosas según se presentan para cambiarlas ventajosamente, gentileza del judo que practica desde crío. Castro, que desde hace casi 18 años vive la salud sobre ruedas -las de una ambulancia-, es cinturón negro segundo dan. A su trabajo diario suma ahora el de coordinador médico de la uvi móvil de Avilés, a efectos de organigrama del Servicio de Salud del Principado de Asturias un puesto similar al de coordinador de un centro de salud.

Nació en el barrio del Carbayedo allá por 1972, fruto de un matrimonio de emigrantes: media naranja extremeña, la otra media zamorana. Con solo tres años fue a vivir a San José Artesano, y de los 3 hasta la mayoría de edad residió en la calle Auseva, en El Arbolón. De ahí, al Quirinal. Estudió en el colegio Marcelo Gago y el bachiller, en La Magdalena. Defiende la educación pública a capa y espada: "Hay que trabajar para que sea inclusiva y de calidad".

Pasó la infancia jugando en la calle y en casa de los vecinos como cualquier otro niño del Avilés de los años 70 y 80 del pasado siglo. Jugaba con la bicicleta, el patinete? También le gustaba el fútbol y algo parecido al béisbol. "De niño nunca me llamó especialmente la atención la medicina. En mi familia no había ningún médico", relata. A los 5 años le dio por practicar judo, primero en el Palacio Valdés con Cecchini y luego en su "cole". Aquel deporte le gustó. Así que siguió su aventura judoca en el que fue uno de los primeros grandes gimnasios de Avilés, el "Discóbolo". Sacó el cinturón negro a los 18 años, fue campeón de Asturias varias veces e hizo sus pinitos en competiciones nacionales.

"Al iniciar la Universidad fue complicado compaginar competición y estudios", reconoce. Aunque hoy en día, a temporadas, todavía se viste el judogi. Tanto es así que hace dos años obtuvo el cinturón negro segundo dan. El deporte siempre ha estado presente en la vida de este médico de vocación contagiosa y protocolos de hierro. Jugó al baloncesto y fue voluntario olímpico: portó la antorcha en Barcelona 92. El médico que trabaja a contrarreloj es un apasionado también de la naturaleza y de los viajes. Ya lo dicen sus padres: "Siempre andas atravesado por ahí". Ahora viaja con su familia (su mujer y sus dos hijos, una niña de 7 años y un crío de 10).

¿Y por qué se hizo médico un judoca? Rafael Castro quiso ser arquitecto. Luego, profesor de educación física. Una cosa por otra, acabó en la facultad de Medicina. Y años después, montado en una uvi móvil del SAMU-Asturias. Sí reconoce que era buen estudiante, aunque de letra ilegible. También fiestero: "Conocí los mejores momentos del ambiente de Galiana". Al acabar la carrera, Rafa Castro se decantó por la medicina de familia. "Sigo pensando que es la especialidad que permite un abordaje más extenso e integral del triángulo paciente, salud, enfermedad", señala. Se formó en el Hospital San Agustín y en el centro de salud de Piedras Blancas, en Castrillón. Conoció el trabajo de la uvi móvil en Cataluña, en Martorrell y Barcelona.

Ahora lleva casi 18 años sobre ruedas. Compagina su trabajo en la carretera con el de profesor asociado en el área de Medicina Preventiva y Salud Pública, centrado sobre todo en la unidad de investigación en Emergencia y Desastre. Su tesis doctoral la centró en el riesgo industrial en la comarca avilesina. "En su día fue pionera porque era la primera que plasmaba en un documento un análisis del riesgo industrial desde una perspectiva de salud pública. Hoy en día la planificación ha avanzado mucho y la lleva de manera impecable un equipo del Servicio de Emergencias del Principado (SEPA)", subraya.

Rafael Castro es como otros profesionales que viajan en ambulancia un chaval normal, de carne y hueso, aunque capaz de tomar en segundos decisiones de las que depende la vida o la muerte de una persona. No puede evitar, sin embargo, llevarse el trabajo a casa. "Siempre recordamos con satisfacción aquellos casos en los que sin nuestra asistencia el paciente habría fallecido, las paradas cardiacas? Es doloroso dar malas noticias sobre todo en fallecimientos inesperados en los que no pudimos hacer nada, en especial de gente joven y niños", confirma.

Y vuelve a hablar de los niños, esos pacientes en miniatura cuya asistencia supone una importante carga emocional que, tarde o temprano, siempre aflora. "El día que determinados casos no nos afecten... Quizá ese día haya llegado el momento de dejarlo", concluye.

Rafa Castro es un enamorado de su trabajo. Sus veinticuatro horas de cada día dan para mucho porque les exprime los minutos al máximo. A este avilesino le gusta vivir tanto como que sobrevivan sus pacientes, esos que le llaman con el corazón encogido. Porque en eso consiste precisamente su trabajo en el SAMU-Asturias.

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