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Toni Fidalgo

El cura de Galiana

Cumplió a rajatabla el Evangelio: vivió para servir, no para que le sirvieran

El padre Ángel Garralda nació navarro, en Güesa, pero se hizo avilesino por la mitad de los cincuenta. Estudió en el seminario de la Universidad de Comillas, fue apenas tonsurado profesor del Seminario de Oviedo, ejerció su primer apostolado en San Juan El Real de esta ciudad y desde 1957 fue ya el cura perpetuo de Avilés, de nuestra iglesia madre de San Nicolás. Tras más de sesenta años entre nosotros su figura y su sotana se hicieron icono en relieve del paisaje de la ciudad.

El cura de Galiana

Voz campanuda, sonora, retumbante y carácter grande, tenía fama de llevar bien puestas el alba y la estola. Puso pie en pared con la izquierda y, en algunos desencuentros, con la derecha. Yo creo que era un independiente por las listas de la Conferencia Episcopal, porque también se las tuvo muy tiesas, fraternalmente como es justo y necesario, con algunos titulares de la diócesis ovetense, de la talla de Gabino Díaz Merchán o con el luego cardenal jefe, Vicente Enrique Tarancón. Es más, en algún momento se dijo que a la curia se le había pasado por la cabeza el traslado de don Ángel, mas fue pronta y eficaz la oposición de la feligresía. Vistió el hábito en los tiempos preconciliares y luego ‘clergyman’, siempre con los signos distintivos de la condición sacerdotal. Nunca ocultando su personalidad. Era, además, próximo y amable, pero con mucho conocimiento de las distancias, no con ese punto obsequioso y exagerado que muestran algunos eclesiásticos.

Cuando cumplió los sesenta años avilesinos hubo celebración rumbosa en el claustro de los franciscanos, con el descorche de una espicha, como es obligado en esta tierra de la sidra. En los últimos tiempos le vimos quebrado y disminuido apoyándose en su cachava de pastor y en los meses anteriores a su muerte, subido ya en una silla de ruedas para poder seguir los oficios litúrgicos.

Convienen sus feligreses y quienes recibimos de niños su catequesis en que desarrolló siempre una activa acción pastoral y que revitalizó la religiosidad en la parroquia con distintas medidas e iniciativas. Llevó a cabo varias obras para la conservación y la ampliación de la fábrica del templo. Animó las celebraciones de la Semana Santa. Apoyó a las asociaciones de carácter social. Fundó un patronato y creó un colegio de primera enseñanza en los años en los que la ciudad y el Ministerio no acertaban a escolarizar las demandas educativas y sobresalió, también, como historiador eclesiástico y articulista de afilada pluma. En definitiva, fue un hombre bueno, conocido por sus obras, con prestigio y autoridad intelectual.

Muchos curas y sotanas se subieron al púlpito de la parroquia, pero solo uno deja huella y memoria para siempre entre nosotros porque pasó por esta villa haciendo el bien. Vivió para servir, no para que le sirvieran. Es decir, cumplió a rajatabla el Evangelio. Por eso desde estas líneas el cariño y el reconocimiento de toda la ciudad en cuya manifestación no creo equivocarme. Don Ángel nos ha dejado. En cierta medida nos quedamos huérfanos. Pero no deberíamos disgustarnos por haberle perdido sino alegrarnos por haberle tenido. Por lo tanto ¡Que doblen y repiquen al tiempo las campanas!

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