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Milio Mariño

Los ricos y el nuevo impuesto

A propósito del tributo extraordinario sobre las grandes fortunas

Ser rico es algo que puede pasarle a cualquiera; nadie está libre. Unos por genética, porque inevitablemente lo heredan de la familia, otros por caprichos que tiene la vida y algunos porque lo buscan aunque estén avisados de sus consecuencias. Lo advirtió Jesús hace ya muchos años: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.

La sentencia no ofrece dudas. Los ricos van al infierno, seguro. Tal vez por eso, porque somos conscientes del terrible destino que les espera, se ha suscitado una fuerte polémica en torno a si es justo que el Gobierno les ponga un nuevo impuesto. Hay quien lo ve como una tortura innecesaria. Como una venganza, alentada por esa envidia malsana que siempre recurre a la crueldad. Después de todo, aunque sean ricos, siguen siendo seres humanos. No debería cegarnos la soberbia de algunos ni aquel desplante de María Antonieta cuando dijo: si los pobres no tienen pan que coman pasteles.

Ahí queda eso. Pero, volviendo a lo del impuesto, no creo que el Gobierno tenga fácil determinar quién merece la consideración de rico. Algunos sostienen que lo es quien posee un patrimonio superior al millón de euros y otros lo niegan alegando que nadie puede considerarse rico hasta que le resulte difícil guardar su dinero y tenga que colocarlo en un paraíso fiscal.

No faltan, tampoco, los que denuncian que hay gente con mucho dinero que se viste de pobre y alega con voz quejumbrosa que, por supuesto, es a otros, y no a ellos, a los que hay que quitarles parte de lo que tienen. El ejemplo que ponen es Pablo Iglesias y su chalet de Galapagar. Dicen que si sigue contando como pobre, los ricos van a tener una buena disculpa para no pagar.

Estaremos atentos a ver qué pasa. La experiencia nos dice que, por más impuestos nuevos que pongan, será igual de imposible empobrecer a los ricos que enriquecer a los pobres. La brecha económica, entre ambos extremos de la sociedad, sigue creciendo al tiempo que cada vez son más las triquiñuelas que se descubren, en cuanto a cómo se las arreglan los ricos para no pagar. Según los últimos datos, el Estado español pierde cada año 7.222 millones de dólares por culpa de los impuestos que deberían pagar y no pagan las grandes fortunas. De ahí que, en mi opinión, servirá de poco ese nuevo impuesto que quieren poner a los ricos.

Si es por presumir, sacar pecho y celebrarlo como quien marca un gol, no digo nada. Pero la realidad demuestra que los ricos se valen de muchos trucos para no pagar. Al parecer esos 7.222 millones de dólares que se calcula que defraudan todos los años son, solo, la punta del iceberg. Así que antes de poner un nuevo impuesto deberían poner más empeño en hacer que paguen los que es evidente que no suelen pagar como pagamos los que vivimos de un sueldo. La democracia, además de dictar las reglas del juego, tiene que hacerse respetar porque, de lo contrario, se convertirá en el Reino de Jauja.

Gobernar no es, solo, dictar muchas leyes es hacer que se cumplan. Por eso me temo, muy mucho, que ponerles un nuevo impuesto a los ricos será, en la práctica, como hacerles cosquillas en los testículos.

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