Opinión | La rucha

La semana más dulce

La velocidad de la vida, con fechas y estampas imborrables

Por la carretera, mujeres con bandejas, en la cabeza y los brazos, van a la panadería.  Un ir y venir constante. Un trajín durante todos estos días de Cuaresma. Huele el pueblo como nunca, a yema y a anís y a leña, a limón, manteca, harina. Mi madre pasa una tarde amasando en un barreño y moldeando espirales y trenzas de marañuela. Kilos y kilos saldrán porque regala a vecinos y a quien llega a merendar y a toda nuestra familia.

Las hornea y las coloca en potas y recipientes y las tapa hasta que enfríen. Calientes, nos dice siempre, dan dolores de barriga. Pero después, durante algunas semanas, a cualquier hora comemos una o dos y en casa queda un dulzor como de confitería.

Qué rápido pasa el tiempo. Hace poco Navidad y ya está la primavera casi encendida. Por eso el Día de Ramos estrenamos pantalones y camisetas, sandalias. Todos con ropa flamante, una caña de laurel, un manojo de romero y olivo que bendecimos antes de escuchar la misa. Algunos llevan de más; luego lo hincan en huertas para que no ataque el mal y haya cosecha abundante.

Y otros llevan una palma de las que venden en Luanco y en la plaza de la Villa. Son esbeltas y vistosas, tienen adornos y lazos y después, el año entero, quedan en los corredores, en balcones y en fachadas de padrinos y madrinas.

Las madrinas y padrinos, en esta celebración, los grandes protagonistas. Y nada más terminar los rituales en la iglesia, les ofrendamos el ramo y, a veces, cuando se puede, un puro, un pañuelo, un boli, una colonia, un tapete, una botella de Quina…

Él siempre me da un billete en esa misma mañana, unas quinientas pesetas; pero allí donde me encuentra, mete la mano en el bolso y me suelta una propina. Mi madrina es otra historia, espera siempre hasta el sábado o hasta el Día de Pascua y aparece con un bollo, que, menuda maravilla. Tres pisos de mantecado, y en ocasiones de cinco, con escarcha y chocolates y gominolas, pollitos, flores de oblea y en el último bizcocho, unas plumas coloridas.

Qué veloz la vida entera. Parece que fue ahora, ayer, y han pasado, casi enteras, tres cuartas partes de vida. Permanecen los recuerdos, como aromas invasivos, como canciones lejanas. Como fechas imborrables o estampas de la memoria fieles y definitivas.

Suscríbete para seguir leyendo