Opinión

El rey antiguo y el padre vacante

Andrea Jiménez desconsuela con una historia verdadera disfrazada de clásico shakespeariano

Andrea Jiménez, durante el estreno de «Casting Lear», el viernes, en Avilés. | Mara Villamuza

Andrea Jiménez, durante el estreno de «Casting Lear», el viernes, en Avilés. | Mara Villamuza / Saúl Fernández

"Godard decía que ‘para hablar de los otros hay que tener la modestia y la honestidad de hablar de uno mismo’. Mis autoficciones no se celebran a sí mismas en una promoción del yo, sino que por el contrario, son simplemente un intento de comprenderme como una forma de comprender a los otros". Esto lo escribió el dramaturgo francouruguayo Sergio Blanco, el autor de "Tebas land", el escritor de teatro que más conscientemente ha practicado aquello de contar la verdad procurando hacerlo sobre las tablas de la realidad más efímera.

Esto de la "autoficción" es una indicación artística que viene de la novela (Javier Marías, por ejemplo, la cultivó en "Negra espalda del tiempo"), pero que se ha quedado en el teatro para siempre. Eso es "Casting Lear", el espectáculo de Andrea Jiménez que se estrenó ante anoche en el teatro Palacio Valdés, en Avilés, y que la semana que viene se va a Madrid, a la Abadía que gobierna Juan Mayorga. Teatro, teatro dentro del teatro y biografía amarrada a los versos más tristes de esta noche o de cualquiera.

Andrea Jiménez escribe y dirige –se queja de que la digan "talento emergente" cuando ya tiene en su haber diecisiete espectáculos– "Casting Lear" y confiesa que lo hace para exorcizar el terror que le genera el padre que no quiere estar. O sea, vamos a aprovechar que Shakespeare echó mano de la leyenda del rey Lear y la redistribución de la riqueza entre sus hijas mentirosas para meter en el medio su propia tristeza. Y así, como dice Blanco en la frase que he entresacado al principio de esta crítica, consigue hablar de los demás hablando de sí misma.

No es la primera vez que pasa. Franz Kafka escribió "Carta al padre", el memorial de agravios de un hijo ante un padre abusador. O incluso "El sur", de Adelaida García Morales, donde el padre está ausente y es una ensoñación. El sometimiento, la incapacidad para la rebelión, el mal del más cercano se han hecho asuntos universales. Para Jiménez, pero también para el espectador que se ha metido en el teatro a participar de un juego sorprendente. "Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos", que escribió Calvino.

Y todo esto se alcanza por medio de un espectáculo en el que teatro juega un papel más principal que de normal. El arte efímero que es el teatro se hace perenne en las mentes de los espectadores conquistados por Andrea Jiménez, que propone un juego de inmersión que si, se acepta, te va a hundir en las profundidades con la promesa de que cuando haya que tomar de nuevo oxígeno, la libertad será tremenda. Lo hace. Una historia particular tamizada por la historia de un rey antiguo son como la lluvia que empapa la calma mentirosa del día a día.

Y este juego lo hace invitando cada noche –el viernes, Xuaco Carballido– a un actor que tiene que pasar la más terrible entrevista de trabajo: ocupar la plaza de padre vacante por decisión del propio titular y hacerlo a pelo, sin haber estudiado una línea. Sin saber siquiera si al final muere o no. Y uno al final solo tiembla.

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