Opinión | Balcón al muelle

Poder vikingo

Una lectura de cómo los enfrentamientos entre la clase política devienen en una suerte de lucha que agranda el lado más gamberro y sorprendente de cada contrincante

¿El poder corrompe? La respuesta cínica a esta pregunta la dio el político italiano Giulio Andreotti, que fue varias veces primer ministro y murió en 2013, a los 94 años. Le preguntaron si el poder "daña" (nuoce, en italiano). En el contexto al que se refería el periodista era si el poder ocasiona algún tipo de degradación en quien lo ejerce. Andreotti respondió que sí, que el poder daña "al que no lo tiene".

Desde mi punto de vista, el poder corrompe en primer lugar la manera en que vemos el mundo. Por ejemplo: es habitual escuchar a una persona que ha tenido éxito y maneja, como consecuencia de esto, cierto poder, afirmar que sus logros se deben a sus propios méritos y que cualquier persona con talento y esfuerzo puede alcanzar resultados similares. Una idea que pasa por alto ventajas biológicas, sociales y debidas al azar.

Otra creencia frecuente entre las personas que tienen poder es que el mundo es, con sus más y sus menos, un mundo justo. A su manera. Y la creencia en ese mundo justo a menudo se expresa a través de la frase "por algo será" o "lo que le sucede será lo que le conviene" cuando se mira desde el poder hacia sectores más vulnerables. En estos otros sesgos es en los que se sostiene la tesis del psicólogo social Paul Piff, quien defendió en una conferencia "TED" que a medida que aumentan el estatus y el poder económico de las personas, disminuyen considerablemente la compasión y la empatía y aumenta la ponderación de los propios méritos. Como consecuencia de esto, hay más probabilidades de que estas personas pongan sus intereses por encima de los de los demás y estén dispuestas a hacer lo que sea para lograr sus metas.

Poder vikingo

Poder vikingo / Covadonga Jiménez

Vienen estas reflexiones a cuenta de la semana de réplicas y contrarréplicas que hemos visto en la comarca avilesina, de un lado, por el contrato de limpieza viaria en Castrillón, sobre la forma de hacer política entre PP y PSOE en Corvera o debido a los largos plazos para el plan de vías en Avilés. Y en medio de esa ambigüedad sobre de qué lado está la razón vuelve a la actualidad la cuestión de si el poder atrae a los peores y corrompe a los mejores. O de qué va si no el espectáculo en política –un tanto vikingo– que contemplamos hoy en España: ¿De solidaridad o de poder? ¿De fraternidad o de presión? ¿Del voto como valor o peligro? ¿De consejos o injerencias? En la antigüedad, el rey era el amo. Carismático y brutal. Se hacía siempre su voluntad. Hoy la voluntad ciudadana vive más bien en los héroes de ficción. El poder ya no daña al que lo tiene o a quien no lo tiene, sino que se ha convertido en una suerte de arma arrojadiza que, como en las luchas vikingas, agranda el lado más gamberro y sorprendente que puede tener cada contrincante.

Y en medio de semejante confusión en la vida política hay quienes optan por retorcer hasta el desconcierto sus argumentos. Véase el enconamiento entre PP y PSOE en Corvera. O las culpas en Castrillón hacia quién prorrogó, o no, con sentido, el contrato de limpieza. O si la desconfianza de la oposición avilesina irá en aumento en los próximos meses. Si hay estrategia o traición en las posturas de unos y otros, envidia o admiración, ruptura o continuidad con lo anterior deberá decidir el ciudadano. El final está abierto, como en las grandes series de ficción, y quizá se caiga el argumento de Andreotti acerca de que el poder daña más al que no lo tiene.

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