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Adiós a Emilio Alperi

Un apreciado vecino y un querido amigo

No era una muerte anunciada porque su demostrado optimismo en sus conversaciones nos hacía alejarnos de pensar en su desaparición a causa del tumor que le trajo de cabeza los últimos años. Daba la sensación de que no solamente animaba a pensar esto con su familia, sino creo que hasta a los doctores que le trataron trasladaba su futuro halagüeño.

Conocí a Milín, como todos le llamábamos en Noreña, a principios de los años sesenta, cuando con 14 años comenzó a trabajar de aprendiz en un taller de ebanistería en Los Campones con mi tío José Calleja. Su familia residía en Fonciello, y de niño conocí su afición por la pesca de río colocando al oscurecer nasas por él construidas en los arroyos que separan Hevia de Santa Marina, recogiéndolas al amanecer antes de incorporarse al trabajo. Pescardos, truchas, alguna anguila y poco más, pero mantuvo la afición toda su vida, al igual que hizo con la caza, pues fue un personaje "amañosu" al que todo se le daba bien, narrando con especial énfasis cómo desarrollaba estas y otras aficiones. Muchos años después volvimos a encontrarnos en Noreña y, por lo tanto, seguí de cerca su afición por los bolos, antes juego y ahora deporte que, en la villa, tras cerrar la bolera La Huertina en La Reguera, había caído en total desuso.

Con la complicidad del recordado alcalde Aurelio Quirós, fundaron en 1999 la peña polística "Villa de Noreña", construyeron la bolera en Riegos, de donde salieron campeones de diferentes categorías con una facilidad que parecía imposible que así fuese, hasta confirmarse como la peña más laureada de Asturias. Emilio de presidente. Emilio de armador. Emilio de monitor, aquí y en Buenos Aires en el Centro Juventud Asturiana Siero-Noreña o en Mar del Plata. Siempre con total discreción estaba en todo, y todo pasaba por él, aunque nunca se cansaba de repetir que lo realizado era gracias a su buen equipo humano. Para que en 2008 aceptase el galardón "Condado de Noreña" nos costó verdaderos sudores, hasta que le llegó el convencimiento de recogerlo gracias a su familia. No se consideraba con méritos suficientes.

Era buen conversador y expresivo, y lo mismo hablaba de las aficiones de su nieto, de sus tres hijos, de la huerta que cultivaba, de las nuevas técnicas bolísticas, de las apuestas o de cómo le escapaban a otras peñas sus pupilos queridos, comentándolo siempre sin un ápice de acritud.

Se nos fue un apreciado vecino, y personalmente un querido amigo. Su familia sabe mejor que nadie que se ha ido una buena persona. En el Consistorio deberán perpetuar su figura dando nombre a la bolera municipal, pues considero que es de justicia, ya que nadie hizo tanto por nuestra cuatreada.

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