Mieres / Langreo,

Luisma DÍAZ

El pasado 21 de octubre, IU de Asturias homenajeaba, en el monumento a los guerrilleros ubicado en el alto de la Colladiella (entre Mieres y San Martín del Rey Aurelio), a los dos maquis de las Cuencas que siguen vivos, pese a todos los años de calamidades que pasaron: Manuel Alonso, «Manolín el de Llorío», y el mierense Joaquín Fernández. Esa semana se conmemoraban los setenta años años desde que los luchadores antifranquistas de Asturias se echaron al monte. Las cuencas mineras fueron, desde 1937 y hasta 1952, año en el que el régimen de Franco mató al último maquis, el centro de operaciones de la guerrilla en la región.

La vida de los que optaron por vivir en la montaña y seguir con la resistencia contra la dictadura franquista «no se la deseo a nadie, ni a mi peor enemigo», afirma Manolín el de Llorío. «Frío, hambre, sin un lugar fijo en el que descansar y siempre con la tensión de que el siguiente paso que fueras a dar podía ser el último, porque podías toparte con el Ejército, con las contrapartidasÉ». Así describe el maquis lavianés la que fue su vida durante ocho años, hasta que, en 1945, un «chivatazo» dio con sus huesos en la cárcel. «Dormíamos en cuadras, al raso, cada día en un sitio. Donde podíamos», rememora Joaquín Fernández que, al igual que Manuel Alonso, sigue vinculado al Partido Comunista.

En su libro «Maquis. Historia de la guerrilla antifranquista», el historiador leonés Secundino Serrano describe perfectamente por qué en octubre de 1937 se echaron al monte miles de personas: «La falta de previsión de las autoridades republicanas, el Consejo Soberano de Asturias y León, motivó que la mayor parte de los combatientes no pudieran embarcarse ni en dirección a los frentes republicanos ni hacia el exilio». De esta forma, sólo en Asturias y Cantabria quedaron «tirados» unos 8.000 milicianos. Sin embargo, en mayo de 1938 ya quedaban menos de mil. Los que no eran mandos o dirigentes políticos o sindicales, en su mayoría, optaron por entregarse. Pero muchos también fueron detenidos y unos mil asesinados, según los números de Juan Antonio Sacaluga en «La resistencia socialista en Asturias. 1937-1962». Finalmente, el número de huidos se situó en una cifra que, según distintos autores, fluctúa entre los 300 y los 500. Las zonas con más actividad guerrillera de Asturias eran la sierra del Aramo, Peña Mayor, Peña Mea y la zona de la Colladiella, todas ellas en las Cuencas. También tenían bastante importancia los grupos ubicados entre Ibias y Cangas del Narcea y los de la zona oriental, entre Picos de Europa y Llanes.

En principio, las partidas de guerrilleros más organizadas y de mayor relevancia fueron las socialistas. Las más importantes, las de Marcelino Fernández, «Gafas», en Morcín; la de Arístides Llaneza, en Mieres, y las de José Mata; Manuel Fernández, «comandante Flórez»; Rafael Rodríguez, «Faelón», y Manuel Fernández, «Lele», todas en el entorno de San Martín del Rey Aurelio, Laviana y Langreo. En la guerrilla socialista se suscitó un gran debate sobre el papel que los maquis debían jugar. José Mata era partidario de la teoría oficialista del partido, que abogaba por una resistencia pasiva y por ayudar a reorganizar la formación política. Sin embargo, el «comandante Flórez» y Llaneza eran partidarios de pasar a la ofensiva y seguir luchando, siempre con la esperanza futura de que las potencias extranjeras desalojasen a Franco del poder. Finalmente, las tesis oficialistas fueron las que se impusieron y los socialistas realizaron una guerrilla defensiva.

Por su parte, los maquis pertenecientes al Partido Comunista fueron organizándose y cobrando mayor importancia progresivamente, hasta tal punto que acabaron por ser mayoría. Las partidas guerrilleras comunistas más relevantes fueron las de Celestino, Jesús y Celso Cepedal, «los Cepedales», en Aller; la de Manuel y Aurelio Díaz, «los Caxigales», entre Laviana e Infiesto; la de Baldomero Fernández, «Ferla»; la de Constantino Zapico, «Boger»; la de Sabino Suárez, «Rendueles», y la de José García entre Langreo y Mieres, y las de Onofre García y Aladino Suárez en San Martín del Rey Aurelio. La actitud de los comunistas respecto a la lucha armada era opuesta a la de los socialistas. La premisa del PCE era la de seguir hostigando a la fuerzas franquistas. Esto ocasionó, en más de una vez, roces entre ambas facciones, si bien es cierto que la necesidad apremiaba y colaboraron en muchísimas ocasiones, tanto en golpes económicos -la lucha requería financiación- como en represalias contra personas vinculadas al régimen. En esta época funcionaba en Peña Mayor una emisora que permitía mantener cierto contacto con los distintos grupos guerrilleros que operaban en Asturias.

En 1944 la lucha guerrillera se intensificó. El destino de la II Guerra Mundial en Europa, con la Alemania de Hitler y la Italia fascista heridas de muerte, era favorable a las fuerzas aliadas. Esto dio alas a los guerrilleros, que confiaban, una vez acabada la gran guerra, en una intervención militar extranjera que expulsase a Franco, aliado del eje, del poder. Sin embargo, el tiempo pasó y el régimen dictatorial se consolidó y las potencias aliadas no intervinieron. En 1947 aún quedaban por delante los tiempos más sangrientos del enfrentamiento de los maquis con las fuerzas enviadas por el Estado para reprimirlos.

A finales de 1946, la Guardia Civil interceptó a un grupo de comunistas que entraban desde Francia cuyo destino era reforzar la guerrilla asturiana. Este hecho propició el golpe más duro que recibieron los maquis en toda España. Un agente franquista -su identidad es aún hoy debatida por los distintos historiadores- se infiltró en la guerrilla comunista de las Cuencas haciéndose pasar por uno de los refuerzos franceses que llevaban tiempo esperando. «Francesito» o «don Carlos» son dos de los apodos que se le dieron a este agente que, además, manejaba tres emisoras de radio con las que mantenía informada a la Guardia Civil de los pasos de algunas de las partidas antifranquistas. En poco tiempo el «topo» se ganó la confianza del líder de la guerrilla comunista asturiana, Constantino Zapico, «Boger».