En la actualidad, basándose en los documentos que de vez en cuando van apareciendo por los últimos rincones de los archivos, se revisan capítulos de la historia que todos habíamos dado por buenos y se ponen del revés personajes y situaciones que con esa nueva luz resucitan con un nuevo aspecto. Nada que objetar cuando las cosas se hacen bien, pero en otras ocasiones se trata simplemente de una disculpa para vender libros o intentar destacar en el gris y monótono mundo de los investigadores.

Una de las épocas en las que se quieren introducir más novedades es la Edad Media y así venimos leyendo que aquélla no fue una época tan oscura ni sus coetáneos tan bárbaros. Yo aquí discrepo: es indudable que la forma de tallar la piedra o de construir catedrales no ha vuelto a tener parangón, pero también lo es que fueron tiempos confusos y violentos. Por ejemplo en los caminos, donde los salteadores hacían lo que les venía en gana.

Había ladrones legales, que exigían peajes para poder cruzar los puentes o franquear los puertos de montaña e inventaban mil impuestos para dejar que las mercancías se moviesen hacia los mercados. También estaban los cacos de siempre, que simplemente se lo llevaban todo y en ese todo podían incluir a veces hasta la vida o el honor, según la calidad del vino que hubiesen trasegado antes de salir de su guarida. El caso es que entre recaudadores y malandrines las bolsas de los viajeros se acababan vaciando y así no había quien se atreviese a dejar la aldea para hacer negocios. Hoy les voy a contar un episodio que refleja cómo era esta realidad en nuestro pequeño territorio.

Dice el Diccionario de la ínclita Academia que un mercenario es aquel que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero, pero también el que percibe un salario por su trabajo o una paga por sus servicios. Si hacemos caso a esto último, quienes cobramos regularmente un sueldo a fin de mes, además de ser una especie en extinción, somos también mercenarios. Los sabios sabrán, pero lo que todos nos imaginamos cuando le llamamos a alguien mercenario es a un profesional de la muerte que ofrece sus armas al mejor postor. Desgraciadamente, cada vez abundan más por todo el mundo y nunca les falta a donde ir, porque si no hay guerra la inventan ellos. Pero deben saber que esta profesión tampoco es nueva ni extraña por estos lares y que allá por 1308 un caballero del concejo de Aller llamado Suer del Dado -o Suero como prefieren otros- ya fue contratado por el municipio de Oviedo para que arreglase con sus hombres lo que la autoridad de entonces era incapaz de solucionar.

Se le llamó porque su espada tenía fama y también porque disponía de una nutrida tropa armada formada por valientes que no le temían a nada ni a nadie? baste decir que también eran alleranos. El caso es que en aquel momento otro noble (aunque no parece que hiciese justicia a este adjetivo) se dedicaba a asaltar a los mercaderes que a pesar de todo se desplazaban por el sur de Asturias, siempre moviéndose en grupos para protegerse entre ellos, aunque era inútil: el forajido se había hecho el dueño de los caminos y las aldeas saqueándolas a su antojo.

Se trataba de Gonzalo López de Coalla, un típico ejemplo de señor feudal, soberbio, fanático y analfabeto que gozaba de la protección del obispo de Oviedo Fernando Álvarez y aterrorizó durante años a nuestros ancestros desde su castillo de Tudela, desde donde salía, según dejó escrito el padre Carballo, para «robar la tierra y hacer grandes molestias a los asturianos que no quisieron seguir su parcialidad». Al bribón no le arredraba nada y cuando se le torcían los cables no tenía inconveniente en arrasar aldeas e incluso villas de buen tamaño como la Puebla de Grado, a la que parece que tenía una inquina especial: la asaltó en varias ocasiones, llevándose todo lo que podía y destruyendo lo que dejaba sin respetar vidas ni haciendas. Sus vecinos ya habían acudido inútilmente en 1301 hasta el rey pidiendo justicia, y más tarde lo intentaron también con las autoridades ovetenses; pero las cosas de la política y el enfrentamiento que se vivía entonces con el Obispado hacían que nunca llegase el socorro.

Por fin, en la noche del 1 de marzo de 1308, Grado sufrió un asalto tan sangriento -casas incendiadas, la mayor parte de sus hombres asesinados, sus mujeres violadas y los niños ambas cosas- que los hombres de armas de otros concejos, alarmados y temiendo que sucediese lo mismo en sus tierras, decidieron ayudar a los supervivientes para poner fin a aquello y, tras declarar a Gonzalo Peláez público malhechor, salieron en su persecución. Pero el caso es que Gonzalo, aunque parezca increíble, seguía contando con el apoyo de la Iglesia, y el obispo Fernando le entregó los castillos de Tudela y Priorio, a orillas del Nalón, para que siguiese hostigando desde allí a sus opositores e incluso le proporcionó hombres de refuerzo. No se hizo de rogar y pronto reanudó su carrera criminal por el centro de la región. Además, el de Tudela era un castillo estratégico que controlaba el paso entre León y Oviedo, y la consecuencia fue que el comercio entre las dos ciudades quedó interrumpido definitivamente.

Ya saben que la economía puede más que cualquier otra razón. Y cuando les tocaron el bolsillo las autoridades civiles se decidieron a poner remedio a la situación. Buscaron para ello a la que parecía la mejor espada de Asturias: Suer del Dado, que no se hizo de rogar y salió con sus huestes desde su fortaleza allerana vendiendo sus servicios por trescientos maravedíes mensuales con el compromiso de garantizar la circulación de caravanas y recuas desde el puente de Mieres hasta el llano de San Miguel de Premaña, ya muy cerca de Oviedo. Les voy a traducir los párrafos más importantes del contrato que firmó con los ovetenses, pidiéndoles disculpas de antemano porque hace mucho que no me atrevo con un texto parecido: «Hacemos un acuerdo con vos, Suer del Dado, hijo de don Suer Alfonso de Aller, en tal manera que vos debéis traer a salvo por vos y por otros desde la villa de Mieres hasta el llano de sobre San Miguel del Premaña las recuas que trajesen nuestros vecinos de tierra de León con pan, y con vino y con paños y con otras mercaderías que trajesen y llevasen, y que estéis en ese llano hasta que las recuas sean pasadas todas a salvo. Y por esto os daremos cada mes trescientos maravedíes alfonsinos? y si por ventura sucediese que vos, Suer del Dado, o vuestra compañía matase o detuviese algunos o alguno de los que robaron a nuestros vecinos o quisiesen robar de aquí en adelante las dichas recuas, nosotros nos atendremos a ello».

Y él, a su vez, correspondía firmando lo siguiente: «Y yo, Suer del Dado (?), por encargo de vuestro Concejo y de vuestros vecinos, otorgo esto como dicho es y hago pleito y homenaje como hombre hijodalgo, y juro por Dios sobre los Santos Evangelios cumplir estas cosas sobredichas y cada una de ellas bien y verdaderamente de buenas y sin engaño?».

Según parece, en los meses que siguieron a este acuerdo los asaltos disminuyeron considerablemente y, animados por el éxito, los de Oviedo propusieron a la Puebla de Grado una alianza militar, que culminó en la firma de una Carta de Hermandad el 21 de octubre de 1309 para ayudarse mutuamente contra Gonzalo Peláez de Coalla y su protector el obispo. Al acuerdo se sumaron también otros particulares e incluso se contrató otro nuevo mercenario también llamado Suer, aunque en este caso pertenecía al linaje valdesano de los Menéndez, con lo que la consecuencia fue una guerra generalizada entre el bando laico y el eclesiástico que arruinó Asturias hasta que durante el reinado de Alfonso XI, ya en 1315, la Corte se posicionó ordenando al obispo de Oviedo y su cabildo que cesase en su apoyo al de Coalla, y se encargó el gobierno de la región al poderoso Rodrigo Álvarez de las Asturias con las fuerzas necesarias para imponer el orden y la paz.

Entonces Gonzalo Peláez fue cercado en su castillo de Tudela, en donde soportó cuatro meses de asedio con máquinas de guerra. Finalmente, la fortaleza pudo ser desmantelada; aunque él, como siempre sucede con esta clase de gente, pudo escapar con sus oficiales y buscó asilo lejos de Asturias. Entre tanto, nuestro paisano mercenario ya había retornado con sus hombres y su bien merecida paga hasta la fortaleza allerana, cuya ubicación, por cierto, sigue siendo un misterio. Ya saben cuánto nos queda por saber...