Algo dejé de escribir durante estos pasados veranos. Algo que de pequeño me llamó la atención, en un libro editado lógicamente para niños y que, con excesivo celo, resumían en pequeño tamaño. Pasado el tiempo, tuve ganas y la oportunidad de adquirir la obra completa, y hoy conservo la misma y con ganas de hablarles a ustedes de ella.

Para mí es fabuloso el comenzar con las primeras hojas de «Las mil y una noches»: «¡En el nombre de Alá, el clemente y misericordioso!. ¡Sea para Alá, creador del universo, toda alabanza!». Eso de que dos hermanos reyes caen en la misma desgracia, uno de ellos decide no volver a caer en el mismo error: ordenar a su visir que todas las noches le traiga una muchacha virgen, se acueste con ella y al día siguiente ordene matarla. Al cabo de tres años, ya no había en su reino mujer con tal condición y pensó el visir el tener que buscarla fuera del feudo. Más, al hombre de confianza aún le quedaban dos hijas vírgenes: Schehrazada y Doniazada, ambas llenas de encanto y perfección. La mayor, además, era inteligente, poseía más de un millón de libros de poemas y viejas historias, convenciendo a su padre para pasar una noche con el rey. Gran disgusto el del visir que al final terminó cediendo, bajo la condición que le expuso Schehrazada. Y, efectivamente, la primera noche y una vez perdida su virginidad, exclamó la muchacha: «¡Oh rey mío!, tengo una hermana pequeña de la que deseo despedirme». Accede el monarca y, presentándose Doniazada, le dice: «¡Por Alá!, hermana mía, cuéntame una historia que nos haga pasar agradablemente la noche». Y aquí comienza, en esa primera noche, la «Historia del comerciante y el genio». Al acabar, como se repite en cada jornada, podemos leer: «En ese momento, Schehrazada ve que amaneció y, discreta, se calló», con lo que rey se queda intrigado con la no finalización de la historia o el cuento, por lo que la salva un día más. Y así llegamos a «Las mil y una noches», con la última «Historia de Jazmín y de la princesa Amanda». Si ustedes ya han leído el formidable libro, para qué diantre les voy a contar el final. Y, si no es así, les recomiendo su compra «ya», de manera inmediata.

El título que conservo son dos tomos perfectamente encuadernados por E.D.A.F, de Madrid, en 1965, en una colección de Arco de Eros. Traducen Eugenio Sanz del Valle, Luis Aguirre Prado y Alfredo Domínguez, y las ilustraciones son Masberger. Dado los años transcurridos, alguna de las hojas muestran señales de humedad: es de mi Asturias querida.