En el verano de 1922, la cuenca minera asturiana padeció una de las huelgas más importantes de su historia. Fue motivada por la pretensión de los patronos de reducir los salarios a los trabajadores, aduciendo que sus beneficios habían disminuido por las dificultades para dar salida a la producción y se prolongó casi tres meses. Coincidió además por la crisis que se vivía en el seno del Sindicato Minero, ocasionada por el crecimiento de los simpatizantes con la Internacional comunista y que acabó con su fractura, lo que dificultó las posturas unitarias entre los trabajadores facilitando su derrota.

La huelga fue tan larga y dura que, cuando todo empezó a escasear, apareció el hambre: las pequeñas huertas que se labraban en las aldeas, en los pocos momentos que dejaba libre el trabajo minero y que estaban destinadas al consumo propio, se agotaron enseguida y aunque los comerciantes empezaron a fiar los alimentos, como a su vez no podían pagar a los mayoristas, las existencias también se acabaron pronto.

Muchas familias que habían llegado hasta la cuenca minera desde otras provincias españolas se vieron obligadas a retornar a sus pueblos para poder sobrevivir y las familias con hijos, ante la imposibilidad de sostenerlos pidieron la solidaridad de los trabajadores de otras zonas para que acogiesen a los menores de 14 años hasta que llegase una solución al paro, y así fueron llevados hasta Gijón, Oviedo, Avilés, Pravia y otras pequeñas localidades asturianas

Todo había empezado a gestarse el 22 de abril, cuando la patronal, después de reunirse con el SOMA, publicó una nota en la que manifestaba su intención de recortar los sueldos de los trabajadores: «La Asociación Patronal de Mineros Asturianos, ha notificado a la representación del Sindicato de Obreros Mineros, en una reunión celebrada en la tarde de hoy, que no puede vender el carbón por el elevado precio de coste actual y la escasez del rendimiento para competir con otros productos mineros nacionales y extranjeros, viéndose, por tanto, sus asociados, en la dolorosa necesidad de rebajar los salarios de los obreros en un 20 por ciento de su importe total, a partir del 15 de mayo próximo...»

El día 15 de mayo se celebró otra reunión entre ambas partes y, ante la falta de resultados, el SOMA decidió convocar con urgencia un Congreso extraordinario en Oviedo, a puerta cerrada, para asegurar que solo pudiesen votar sus afiliados, ya que Llaneza no era partidario del paro y temía que este se aprobase con los votos de elementos ajenos a su sindicato. A pesar de sus precauciones, 44 de las 59 secciones que habían acudido, decidieron declarar la huelga general y los delegados comunistas expresaron sus dudas sobre la capacidad del líder minero para defender en una negociación aquello que no había apoyado ante sus compañeros. El Comité, constituido por sus partidarios, declaró que, a pesar de haber tenido una opinión contraria a la manifestada por las secciones, ellos eran los más capacitados para dirigir el movimiento y por lo tanto se ofrecían a dirigir el movimiento con toda la fe y el entusiasmo posibles; pero en el caso de que no se confiase en ellos, advertían que habría que echarlos, pues no se iban a marchar voluntariamente.

La fractura se había consumado. Las secciones con mayoría comunista decidieron iniciar el paro por su cuenta y la dirección del SOMA no tuvo más remedio que sumarse a la huelga, que comenzó el 22 de mayo con los obreros divididos en dos organizaciones: el propio SOMA y el denominado Frente Único en el que todos veían ya el embrión de un nuevo y potente sindicato.

El 9 de junio el Sindicato Minero Asturiano envió un comunicado a todas las Sociedades Obreras de España pidiendo su solidaridad, a la vez que explicaba las razones del conflicto. Los empresarios acababan de obtener numerosas ventajas del Gobierno, una prima en cabotaje de cinco pesetas y la exención del 3 por 100 que hasta aquel momento venía grabando como impuesto de guerra el precio bruto de los carbones; además las Compañías ferroviarias y navieras subvencionadas con dinero estatal, quedaban obligadas a proveerse en un como mínimo en 70 por 100 de su consumo con carbón nacional, asegurando así la compra de una gran parte de la producción; pero en vez de compartir el buen momento con los trabajadores, pretendían rebajar los salarios e intensificar la jornada laboral.

En aquel momento una paga media oscilaba entre las 6´75 pesetas para el exterior, y las 9 que podía cobrar un minero de arranque, y además se anunciaba que en tres meses se plantearía una nueva rebaja o un aumento en la jornada. Parecía que sobraban razones para la huelga y así lo entendieron otros obreros asturianos y diferentes sectores de la población que respondieron con su ayuda económica.

Aunque, a los problemas que traía el paro en sí mismo, en esta ocasión se sumaba también el enfrentamiento entre las dos tendencias, que no era sólo ideológico y se hizo evidente también en las estrategias, ya que mientras los socialistas trataron de llegar a arreglos pactados con la Patronal, los comunistas buscaban el enfrentamiento directo, de tal modo que para prevenir incidentes, desde el Gobierno Militar de Oviedo, el 26 de junio, se mandaron tropas para patrullar en las calles de Mieres y La Felguera, reforzadas por un escuadrón de caballería procedente de La Coruña.

Las dos organizaciones obreras competían también a la hora de controlar todo lo relacionado con la supervivencia cotidiana de los huelguistas, recogiendo la solidaridad que llegaba desde otros sectores: comerciantes, trabajadores de otros sectores e incluso el Coto de Comillas, donde el día de paga se organizó una colecta en la que se hicieron dos comisiones. Una para los pozos de Moreda y Caborana y otra para Boo; con tal éxito, que en Cutrifera, solo entre los 150 mineros del interior, se recaudaron 900 pesetas, y para que no existiesen sospechas de malversación, siempre se publicaban las relaciones de donantes, que así lo querían, expresando junto a su nombre la cantidad entregada.

En medio de este mal ambiente creado por el desacuerdo entre el SOMA y el Frente Único, los niños también se vieron afectados indirectamente cuando los dos grupos se acusaron simultáneamente de aprovechar las acogidas familiares para hacerse propaganda con fines políticos, ya que el asunto fue portada de los diarios y se dio a conocer por toda España.

Vean, por ejemplo, como se recogía en El Noroeste del día 20 de junio, la llegada de la expedición de los hijos de los militantes del Frente Único a Oviedo:

«Ya antes de la llegada del tren del Vasco, los andenes, vestíbulos y calles próximas a la estación, estaban ocupadas por numeroso público que iban a presenciar aquel noble acto de los trabajadores ovetenses. A la hora oficial llegó el tren que conducía a los pequeños expedicionarios? en los andenes de la estación se hicieron cargo los comisionados de los hijos de los compañeros. Algunos trabajadores de los pueblos intermedios habían salido a los trenes a hacerse cargo de los niños por ellos reclamados? En el trayecto desde El Vasco al Centro Obrero, el público presenciaba el paso con verdadera emoción, oyéndose exclamaciones de condenación para los culpables de tanta desdicha, algunas personas lloraban?».

La llamada «huelga del Frente Único» puso en evidencia la profunda separación entre las dos tendencias mayoritarias de los mineros asturianos -socialistas y comunistas-, que no hacía más que reflejar lo que sucedía en el resto de Europa, y se cerró finalmente por agotamiento el día 9 de agosto, con una clara victoria de la Asociación Patronal de Mineros que hizo salir adelante la mayor parte de sus propuestas.

La decisión de volver al trabajo fue sometida a votación y aprobada por 7.766 votos contra 2.295, lo que puso en evidencia que la fractura en el movimiento obrero ya se había consumado. El 18 de noviembre de 1922, las secciones expulsadas del SOMA, junto a otros grupos comunistas y anarquistas constituyeron en La Felguera el Sindicato Único de Mineros de Asturias, organizado en 25 secciones adscritas a la CNT.

El minero comunista turonés Ceferino Álvarez Rey, fallecido en el exilio en 2009, cuando ya era centenario, vivió este episodio en primera persona y dejó escrito en sus memorias que a finales de aquel verano los niños fueron devueltos a sus familias, aunque hubo alguna excepción como la de su hermano Virgilio, que siguió acogido en Oviedo en casa de la familia de Silverio Fernández, hasta que tuvo edad para empezar a trabajar y regresó al valle mierense. Pocos años más tarde, Virgilio era asesinado y arrojado al Pozu Fortuna. La fatalidad se ceba con algunos.