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Historias heterodoxas

El testamento de José Concheso

El lavianés, ahora poco recordado, fue un personaje muy conocido y el primer vecino del concejo enterrado sin ceremonia religiosa por voluntad propia

El testamento de José Concheso

La otra tarde estuve tomando unos cafés con Francisco Trinidad. Hablamos de los divino y de lo humano -seguramente más de lo primero que de lo segundo- y desde la mística de Santa Teresa, pasando por la historia de la mina San Vicente y el pragmatismo de Belarmino Tomás, llegamos a la bondad de José Concheso.

Yo nunca había oído hablar de este hombre pero Paco me ilustró sobre quien fue uno de los más personajes más interesantes de la historia de Laviana, reconocido por sus vecinos en otra época y ahora ya olvidado. Hubo un tiempo en el que su retrato se conservaba en la Casa del Pueblo con una inscripción en la que se podía leer que había sido el primer lavianés enterrado sin ceremonia religiosa por voluntad propia, e incluso antes de la Guerra Civil la calle principal de esta villa llevaba su nombre.

Afortunadamente Francisco Trinidad no pudo sustraerse al interés de esta biografía y en el primer boletín de la Fundación Emilio Barbón publicó un magnífico artículo "Acerca de don José Concheso de Coya", del que con su permiso voy a extraer hoy algunas informaciones, porque soy de los que defienden que existen dos muertes, la física y la del olvido, y es nuestro deber conservar el recuerdo de aquellas personas que merecen seguir en la memoria de los pueblos.

Para saber quién fue José Concheso debemos leer su necrológica que se publicó tanto en "El Noroeste" como en el semanario "El Motín", donde sus correligionarios madrileños la divulgaron el jueves 30 de noviembre de 1911, al cumplirse el mes de su fallecimiento: "Joven aún, y conservando hasta los últimos momentos de su vida el entusiasmo y las energías que prestan a los grandes corazones el amor a un ideal, cuanto más lejano más querido, acaba de rendir su tributo a la Madre Tierra un gran luchador; un hombre honrado que dedicó buena parte de su vida a inculcar en el alma de un pueblo supersticioso y atávico por tradición la savia de los ideales modernos.

Gracias a él, Laviana, antiguo feudo del carlismo, llegó a ponerse a la altura de los pueblos modernos que buscan en un más allá la realización de aspiraciones democráticas fruto de los tiempos que corremos. Era un republicano y un anticlerical honrado que sabia inculcar en los demás sus propias ideas; no con la brusquedad del fanático, sino con la persuasión del que da a la razón serena el triunfo de una causa.

Laviana pierde con D. José Concheso de Coya un gran elemento de progreso, y los demócratas asturianos todos un eficaz propagandista que con su labor silenciosa, pero infatigable, consiguió liberalizar á toda una comarca donde el liberalismo fue por mucho tiempo planta exótica? personificación justa de la modestia misma, laboraba desde su casa, y únicamente, cuando en nombre de sus ideales de libertad intervenía directamente en la contienda, lo hacía tan libre de apasionamientos, tan fría y serenamente, con tal grandeza de alma, que sus palabras, más que una arenga a los amigos, parecía un noble y razonado consejo á sus adversarios".

Efectivamente, su nombre era respetado por las gentes de progreso y los humildes, que acompañaron a su cadáver hasta el cementerio civil de La Pola en un entierro donde se contaron tres mil personas, entre quienes estaban las figuras más conocidas del republicanismo asturiano del momento.

José Concheso se fue joven, a los 42 años, pero tuvo que afrontar en sus últimos años una larga enfermedad que le hizo ir perdiendo las fuerzas poco a poco, y ante la certeza de un final cercano firmó el 3 de octubre de aquel 1911 en la notaría de Millán Bueres, quién se encargaba entonces de los asuntos de Laviana, un hermoso testamento que constituye un texto modelo para demostrar que la generosidad y el amor al prójimo no es patrimonio de las religiones sino de las buenas personas.

Según Francisco Trinidad, José Concheso de Coya había nacido en 1869 en Pando y después de pasar unos años en América regresó a Laviana para abrir el café "El Pasaje", que era a la vez fonda y confitería. Su mujer se llamaba Inocencia Arrieta Díaz y como el matrimonio no tuvo hijos y los padres de ambos también habían fallecido, ella fue la destinataria o usufructuaria de la mayor parte de la herencia, aunque su generosidad se extendió también, como veremos, a todo el pueblo de Laviana.

En el testamento de Concheso no faltan las expresiones poéticas, lo que indica que el borrador de algunos apartados fue manuscrito por él mismo antes de que el notario añadiese los requisitos legales que eran imprescindibles para hacerlo efectivo.

Esto lo vemos ya en su primer apartado, en el que el ciudadano laico dejó dispuestos los detalles de su entierro en el cementerio civil que debía efectuarse con toda la humildad posible depositando el féretro en la tierra lavianesa sin que sobre su tumba se levantase "ninguna lápida ni cosa alguna que signifique ostentación mundanal, pues le bastan las flores naturales que su esposa y demás familiares y buenos amigos rieguen sobre ella y otras que crezcan espontáneas embalsamando la atmósfera con su perfume".

Un deseo que no es habitual, ya que lo corriente en las últimas voluntades de aquellos que pretenden un sepelio sencillo suele ser la prohibición de las flores, pero no de las lápidas, pero el lo explicaba con claridad porque las flores naturales "son la expresión de la sencillez y la verdad, respondiendo esto a su manera de pensar y obrar durante su paso por esta villa".

En cuanto al reparto de bienes, el matrimonio tenía en propiedad la casa que habitaban en la calle de Salustio Regueral nº 11, en cuyos bajos estaba instalado su establecimiento de restauración; también poseían una finca rústica, cerrada sobre sí con alambrada, en el sitio llamado Las Orillines, con una extensión aproximada de cuatro días de bueyes. Consciente de que su esposa todavía era joven y podía tener una larga vida por delante e incluso rehacerla con un nuevo enlace, se lo dejó todo, incluyendo los bienes, muebles, efectos, enseres y útiles de su café, el metálico que había en caja, los créditos a su favor y los animales domésticos.

Pero José Concheso también llegó a sus últimos días con seis hermanos vivos, que por ley seguían en la línea hereditaria a su querida Inocencia y no los olvidó: a uno de ellos que le debía algún dinero le perdonó la deuda y después legó a cada cual la cantidad de mil pesetas.

Otras cien pesetas fueron para cada uno de sus empleados o dependientes: Dionisio Canal, Justo Gutiérrez, Jacoba Alonso, Eulogia Canteli y su cuñado Marcelino Arrieta, al que además quiso extender los derechos que beneficiaban a sus hermanos.

Una vez resuelta su generosidad con los más cercanos, dispuso que los libros de su biblioteca pasasen al Círculo Obrero de esta villa, y caso de no existir, al circulo republicano de la misma con la excepción de aquellos que "su buena esposa" Doña Inocencia quisiese conservar como recuerdo".

Su segunda donación al pueblo de Laviana consistió en mil pesetas, que dejó al Excelentísimo Ayuntamiento de este concejo, para que se construyese un lavadero público al objeto de mitigar los rigores de las lavanderas, ya que "declara que ve con dolor a las pobres mujeres que viven del lavado, pasar muchos días del año bajo la influencia de la lluvia, del granizo y de la nieve, o bien expuestas a los abrasadores rayos del sol?"

Y por último, dispuso que por cuenta de su capital, y como legado o fundación de carácter perpetuo, se impusiesen "cuatro mil pesetas en el Banco de España, con intervención de una junta compuesta del Secretario de este Ayuntamiento, del que lo sea de este Juzgado municipal, del maestro y maestra de instrucción pública mas antiguos, con ejercicio en las escuelas públicas de esta villa, y del Alcalde presidente de este Excelentísimo Ayuntamiento, que presidirá la Junta, y que, con el producto o interés anual de esas cuatro mil pesetas, se instituyan seis premios anuales, distribuyéndose cuatro entre los niños y dos entre las niñas, de las escuelas públicas de esta localidad, que más se distingan por su aplicación, puntualidad en la asistencia y buena conducta en las clases de su sexo".

Este legado, que nos recuerda mucho a las llamadas obras pías de la Iglesia católica, tendría que esperar al fallecimiento de su esposa. El destino quiso que Inocencia Arrieta sobreviviese muchos años a su marido, pero cuando dejó este mundo el día nueve de octubre de 1948 llegó el momento de hacerlo efectivo.

Paco Trinidad ha podido localizar un acta que demuestra que entonces, tal y como estaba dispuesto, se constituyó la Junta que habría de administrarlo, sin embargo, a partir de ese momento ya no sabemos si el último deseo de José Concheso llegó a materializarse y benefició a los niños de su pueblo. Nos tememos que no.

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