Ya saben que don Claudio López Bru, es un filón inagotable para nuestras historias heterodoxas. El señor marqués podría visitar muchas veces más esta página, pero conviene ir variando los temas y por eso procuro distanciar el recuerdo de sus cosas. De cualquier forma, de vez en cuando no tengo más que coger cualquiera de los muchos escritos que se han publicado contando sus bondades, buscar un dato y rascar un poco, para encontrarme siempre con algo interesante escondido detrás de sus benéficas acciones.

Hoy les voy a hablar de su relación con la colonia de Guinea Española, a partir de la biografía que firmó, en 1954, Berta Pensado en el nº 83 de la colección "Temas españoles". Unos folletos que en su tiempo fueron muy populares, por lo que se aprovechó para incluir junto a la vida del empresario la petición que acababa de enviar al Vaticano desde el palacio de El Pardo el general Francisco Franco pidiendo su inclusión en el santoral católico:

"Nos, como Jefe de la nación española, a quien cupo la dicha de engendrar un hijo tan esclarecido, nos consideramos en el deber de secundar los anhelos de tantos españoles que ansían venerar pronto en los altares al siervo de Dios, y elevamos humildes súplicas a Vuestra Santidad para que se digne acelerar el día feliz en que las insignes virtudes que en vida de él admiramos, resplandezcan con nuevo fulgor aureoladas con la gloria de la Beatificación".

En ese texto figuraba también una breve referencia a su relación con las colonias españolas de Fernando Poo y Guinea: "Hasta que llegó allá la Trasatlántica el comercio era nulo; desde entonces, los riquísimos productos de aquella zona afluyeron a la Patria en proporciones crecientes. Tan asombrosa fue la labor patriótica en esta colonia que, en 1907, fue nombrado presidente honorario de la Cámara Agrícola de Fernando Poo". Y para abundar en estos méritos se reproducía un párrafo de la necrológica que había publicado el diario monárquico ABC tras su fallecimiento, el 18 de abril de 1925, donde se hablaba de la actividad africanista de don Claudio:

"Casi nadie sabe que el marqués de Comillas, sacrificando anualmente muchos miles de duros, sostenía en tierras de la Guinea Española el potrero de Moka, la factoría de Río Benito y una pesquería en Villa Cisneros. El potrero suministra carne fresca, y a precio inferior al de costo a los súbditos españoles. La factoría y la pesquería trafican con los indígenas, pagándoles los objetos a precio superior al del mercado, para contrarrestar el influjo de otras factorías europeas y afirmar y arraigar el prestigio español entre los bubis, pamúes y demás indígenas".

Ahora, hagamos nosotros un poco de historia. Es cierto que en el reparto del pastel colonial de África a España le correspondieron algunos pedazos en la costa occidental del continente; entre ellos parte del Sahara, donde se fundó una factoría, que sería el origen de Villa Cisneros, y más al sur, otros territorios en Fernando Póo y Guinea, y todos ellos tuvieron en común la característica de que su control estuvo en manos de la Compañía Trasatlántica.

Para no extendernos demasiado, hoy vamos a ceñirnos a este último lugar, situándonos en 1887, cuando la Trasatlántica obtuvo la línea entre Santa Isabel, la capital de Fernando Poo, y Barcelona, lo que permitió llevar regularmente hasta la capital catalana la producción de cacao. Esto atrajo a la colonia a otras empresas, pero la más importante fue siempre la de don Claudio, quien encargó al arabista Emilio Bonelli buscar en las cuencas de los ríos Muni y Benito el emplazamiento ideal para instalar sus factorías. El lugar elegido fue la pequeña isla de Elobey, aunque la oficina de la compañía se abrió en Fernando Poo, donde ya había funcionado desde 1641 un puesto dedicado al comercio de esclavos, controlado primero por Holanda y luego por los portugueses.

Sin embargo, Fernando Poo ya era español desde 1841 y contaba con una pequeña élite local, que también tuvo un origen curioso. Se trataba de los descendientes de los libertos negros que los ingleses llevaron hasta aquel lugar para seguir practicando una esclavitud encubierta cuando se prohibió oficialmente la trata de hombres. Luego, sus hijos, ya libres, colonizaron el territorio, haciéndose con sus tierras y esclavizando a su vez a los bubis, que eran los naturales del lugar.

Los bubis eran pocos -menos de 20.000 personas- y además rehuían el trabajo, así que la compañía Trasatlántica reforzó su plantilla sumando a la población local a otros obreros llegados desde la costa liberiana, los llamados krumanes, y el marqués lo hizo consiguiendo que esta migración fuese subvencionada por el gobierno de su amigo, el católico rey Alfonso.

Después -igual que hizo en Asturias- buscó el apoyo de la Iglesia para controlar su mano de obra. En este caso fueron los claretianos, expertos misioneros que había obtenido el derecho a evangelizar los territorios del Golfo de Guinea en agosto de 1883. Tres meses más tarde ya llegaron a Santa Isabel doce frailes y en 1890 ya eran cincuenta.

El pensamiento claretiano cuadraba perfectamente con las ideas de don Claudio, defendiendo el acercamiento a los nativos a través del paternalismo, que inculcaba a los jóvenes un sentido religioso del trabajo en internados solo para varones; mientras las muchachas estaban a cargo de las monjas concepcionistas.

Una vez "civilizados" se realizaban matrimonios católicos, que recibían una parcela de terreno en usufructo a cambio de su lealtad a la empresa; un procedimiento que recuerda inevitablemente el empleado en Bustiello. Pero para completar la similitud del proceso, deben saber que los claretianos convirtieron Santa Isabel en un poblado modelo donde se elegían además los mejores peones para la Granja Matilda, propiedad de la Trasatlántica.

Según escribió el historiador Fernando Ballano, miembro de la Asociación Española de Africanistas, en el artículo "Los negros negocios del beato Marqués de Comillas", que se publicó el 20 de noviembre de 2012, el gobierno subvencionaba a cada misionero con una asignación que oscilaba entre dos mil y cuatro mil pesetas anuales, y estos "redondeaban la ganancia explotando a sus catecúmenos bajo la advertencia de que la Virgen premia el trabajo y castiga el ocio"; incluso se ha dicho que en ocasiones llegaban a decirles que la Virgen se enfadaba y podía castigarles si le llevaban poco cacao.

Aunque también es verdad que los nativos cobraban por su trabajo un pequeño jornal, que dilapidaban rápidamente en los establecimientos de la propia compañía o en las tiendas que administraban los frailes.

De cualquier forma, los enfrentamientos entre españoles y nativos fueron constantes, tanto por motivos laborales como por su empeño en mantener sus estructuras de poder tradicionales, incluida la monarquía autóctona. A finales de 1899 y principios de 1900, tras varias protestas, se abrió una investigación que puso en evidencia sus penosas condiciones: la alimentación era escasa y casi exclusivamente basada en el arroz; las sanciones económicas eran muy frecuentes y en algún caso los castigos físicos llegaban hasta la muerte.

Cuando el gobierno quiso suavizar esta situación, se encontró con la oposición de los empresarios españoles que cumplieron la amenaza de destinar su producción a otros países convocando un boicot al comercio nacional y llegaron a mandar su cacao a otros puertos ingleses y holandeses. Por su parte, la estrecha relación que existía entre la Casa Real y el marqués de Comillas hizo que la Trasatlántica se mantuviese al margen de este movimiento, aunque la compañía supo jugar a dos bandas reduciendo también sus envíos a Barcelona.

El 11 de julio de 1904 hubo un intento de encauzar legalmente las relaciones con los nativos guineanos por el camino de la "españolización", según un criterio afín al paternalismo de los frailes y por ende al de don Claudio. Se creó por Real Decreto el Patronato de Indígenas, con el objetivo de dotar a las misiones de una institución dedicada "a proteger a los niños o indígenas remontados y a los trabajadores fomentando la cultura y moralización de los naturales del país y su adhesión a España". Pero este organismo sirvió de poco y los abusos continuaron, haciendo que las protestas fuesen en aumento.

Ya en 1910, el asesinato de un cabo español y dos policías indígenas dio origen a la llamada "Guerra Bubi" que sirvió para justificar la matanza de 15.000 indígenas a manos de las fuerzas coloniales. Este sangriento episodio pasó casi desapercibido, oculto por el conflicto que España mantenía en el norte de Marruecos y que tocaba más de cerca de la población, pero desde entonces ya no hubo más oposición y tanto el cepillo de los claretianos, como las arcas del marqués de Comillas siguieron engordando en paz.