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De Lo Nuestro | Historias Heterodoxas

El apuro de un rey novato

Alfonso XIII visitó las Cuencas en 1902, un viaje marcado por una indisposición estomacal que le sobrevino en un tren minero engalanado

El apuro de un rey novato

Alfonso XIII ya nació siendo rey, puesto que cuando vino al mundo en el Palacio Real de Madrid el 17 de mayo de 1886, su antecesor Alfonso XII ya estaba enterrado y su madre pasó en estado de viudedad y melancolía los últimos meses de su embarazo. Según la Constitución vigente en aquel tiempo -que en este aspecto se parece mucho a la actual-, de haber sido niña, hubiese sido la tercera infanta de España, tras sus hermanas María de las Mercedes y María Teresa, aunque también le precedieron otros dos varones llamados Alfonso y Fernando, pero como los había engendrado su padre con una cantante llamada Elena Sanz, eran bastardos, y ya se sabe que estos no suelen entrar en las líneas de sucesión.

Según la misma ley, durante su minoría de edad, la jefatura del Estado fue desempeñada como regente por su madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, hasta que en mayo de 1902 cumplió los dieciséis años de edad y se le permitió subir al trono.

En agosto de aquel año, aquel adolescente al que en Cataluña llamaban "en Cametes" (el "Patucas"), por la delgadez de sus piernas, emprendió su primer viaje oficial, incluyendo un recorrido por Asturias con la preceptiva visita a las dos grandes cuencas mineras de la Montaña Central, según las crónicas "abandonando por unos días las comodidades de los suntuosos alcázares y la amenidad de los sitios reales que brindan deleitosa estancia durante los estivales rigores".

La vida de este rey estuvo marcada por sus hábitos sexuales y su desorden alimenticio. Para conocer con detalle los primeros debemos leer a alguien tan poco sospechosa de atacar a la corona como la escritora monárquica Mercedes Salisachs, quien dijo de él que había sido un enfermo sexual, que aunque inicialmente estuvo realmente enamorado de su esposa Victoria Eugenia de Battenberg, acabó viviendo su propia historia paralela con otras mujeres mientras ella cumplía su papel oficial con resignación. La misma escena que décadas más tarde repitió su nieto Juan Carlos I.

Pero como desconocemos lo que hizo en este aspecto durante aquel viaje de 1902, debemos pasar al segundo de sus puntos flacos, el relativo al estómago, para explicar una anécdota que siempre nos contaron los mayores en la Montaña Central y que ahora escribimos evitando que se pierda en el olvido. Según algunos, como el historiador José Luis Jiménez, Alfonsito tuvo la salud tan endeble como sus piernas y para mejorarla siguió los métodos tradicionales, que a algunos todavía nos tocó conocer en la segunda mitad del siglo XX. De manera que en su infancia completó su alimentación con caldos, leche y vino de Jerez, combatiendo de esta forma sus desmayos y su debilidad.

Sin embargo otros, como el sociólogo y divulgador especializado en nutrición y gastronomía Miguel Ángel Almodóvar, afirman que fue una especie de Pantagruel que desayunaba "cuatro huevos pasados por agua, doce bizcochos y un plato caliente a elegir entre un pollo asado con patatas fritas; dos chuletas de ternera acompañadas de patatas fritas; un filete de buen tamaño con sus patatas; seis chuletas de cordero con patatas; dos turnedós con patatas o dos escalopes de ternera con patatas fritas".

Seguramente esta última versión sea más ajustada a tenor de otros sucedidos suyos que conocemos. Valga el ejemplo de lo que pasó en la corte inglesa, adonde el rey se había trasladado durante su noviazgo para cerrar su compromiso matrimonial con doña Victoria: después de un opíparo desayuno de conveniencia entre ingleses y españoles, cuando estos últimos se quedaron solos, hizo sacar unos tazones de chocolate acompañados de porras y churros elaborados por su cocinero y ante todos lanzó un grito patriótico e impagable: "Españoles ¡a mojar!".

Volviendo al viaje que nos ocupa, la agenda de aquellos días fue tan intensa que es casi imposible reproducirla aquí. Por ejemplo, el mismo día 5 antes de acercarse hasta Mieres ya había visitado por la mañana el cuartel de Santa Clara y los monumentos prerrománicos ovetenses, con lo que el agotamiento iba haciendo mella en su persona.

El soberano llegó al mediodía en su tren real a la estación de Ablaña y allí, como les conté hace tiempo, aconteció otra anécdota protagonizada por Valentín Villacorta, un pobre veterano de la guerra de Cuba, inútil por causa de un balazo, quien aprovechó la presencia del monarca para tocar con su cornetín las primeras notas de la Marcha Real, lo que le permitió abrirse paso entre la multitud y entregarle en mano una petición de ayuda económica.

Luego, junto la comitiva hizo trasbordo a un tren minero habilitado para la ocasión, pero sin servicios higiénicos, porque lo corto del recorrido no hacía prever que nadie los tuviese que utilizar. Pero no fue así. Desconocemos qué había desayunado aquel día o cenado la noche anterior el rey, pero algo fue mal, porque sin saber lo que pudo haber pasado en el trayecto desde Oviedo, al poco de efectuarse el traslado al pequeño convoy que lo introdujo en la Fábrica de los Guilhou, la tradición mierense guarda el recuerdo de que el joven monarca sufrió un retortijón que le hizo interrumpir el protocolo para bajarse de nuevo apresuradamente y evacuar su vientre en las sórdidas instalaciones de la misma estación.

El pequeño percance no pasó desapercibido para la prensa que recogió discretamente su indisposición. Así, la revista Ilustración española y americana del 15 de agosto en el extenso resumen que hizo de aquel viaje señaló que los ilustres visitantes cuando dejaron la maquinilla del ferrocarril minero de Mieres "continuaron luego a pie el resto del viaje, nada cómodo por cierto, y menos en la mañana de un día caluroso".

Sabemos que ya con más tranquilidad, Alfonso XIII recorrió las instalaciones fabriles y contempló una sangría que formaba con hierro líquido una inscripción de saludo; también pudo orar en la capilla familiar, pero después el agasajo, a pesar de que la hora invitaba a tomar algo más sólido, se limitó a un té en casa de los anfitriones.

Más tarde, la indisposición debió seguir a lo largo de la tarde, ya que después de descansar breves momentos, salieron los reales visitantes y montaron en un tren formado con vagonetas adornadas con guirnaldas y telas de colores para ir a visitar el pueblo de Mieres, pero al corresponsal de La Época, otro de los diarios que siguieron la le llamó la atención que "la visita a Mieres fue brevísima. El tren real llegó hasta el centro del pueblo y volvió inmediatamente a la Fábrica"

El rey se trasladó también en aquellas jornadas a otras localidades industriales de la Montaña Central, dejando otros momentos sabrosos que también quedaron escritos, como la interpretación de la Marcha Real por una banda de música en Pola de Lena, que no debía estar muy ducha y recibió una crítica piadosa: "originalísima por su instrumentación pintoresca capaz de hacer reír a un muerto".

O la desmesura de la Sociedad Hullera Española, en Ujo, que quiso demostrar su adhesión a la ínclita figura con un espectáculo que incluyó la construcción de una inmensa tribuna sobre una meseta hecha de carbón con una monumental columna en uno de sus extremos formada con aglomerados y simulando el torreón de un castillo. "Parece el muelle de hierro de Portugalete con su atalaya" -dijo otro sorprendido periodista-, que también apuntó como, mientras se disparaban multitud de cohetes y barrenos, se hizo correr a todas las locomotoras de la compañía por distintas líneas pitando sin cesar.

Ya en la cuenca del Nalón, también es llamativo que se incluyese junto a las preceptivas paradas en los pozos mineros, previamente engalanados para que se viese el patriotismo de sus trabajadores, una visita específica hasta la supuesta tumba del rey Aurelio, que no tuvo con los Borbones más lazo que el de ostentar una corona, aunque ni siquiera sobre el mismo territorio. De todas formas, hasta allí llegó acompañado por las autoridades locales y consta como prueba una foto que publicó la revista Blanco y Negro, donde se ve al monarca adolescente sentado en el tren de vagonetas en el que hizo el viaje hasta Sotrondio.

El rey Alfonso XIII falleció en el exilio, en el Gran Hotel de Roma, a causa de una enfermedad cardiaca, que según parece fue consecuencia de sus frecuentes infecciones dentarias, producidas por su negativa a extirparse cinco piezas. Su dentista se lo advirtió, pero las extracciones le iban a obligar a colocarse una dentadura postiza. Y eso sí que no: un rey tiene que morder con dignidad.

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