América García fue maestra en las viejas escuelas de Cardeo a mediados del pasado siglo XX. Fue una docente cariñosa y muy querida por sus alumnas. El afecto ha perdurado en el tiempo. Mentora y discípulas se han reencontrado para conmemorar por adelantado una efeméride muy especial.

-¡Pero si ya sois todas mozas!

América cumplirá en noviembre un siglo de vida. Un largo camino dedicado a la enseñanza. Nunca tuvo hijos, pero ha conseguido que las que fueran sus alumnas la quieran casi como a una madre: "Primero pongo a mamá, pero luego va ella. La quería como a un familiar, como a una tía, porque fue muy buena con nosotras". Lo afirma María Monsalve, hablando casi en nombre de todas sus compañeras.

América García llegó la última al encuentro con sus antiguas alumnas de las escuelas de Cardeo. No se las encontró con coletas sentadas en sus pupitres preparando la lección del día, sino ansiosas por agasajar, besar y abrazar a la centenaria docente mierense, que pese a su siglo de vida, mantiene un aspecto saludable, con una lucidez en la mirada en la que brilla un punto de sabia astucia: "Estáis muy guapas, unas buenas mozas", apuntaba mientras miraba de arriba abajo a sus "niñas". A unas las reconoció al instante, a otras tardó un poco más. Pero es que ha pasado mucho tiempo, el suficiente para que el respeto se haya convertido en cariño, casi en devoción.

Las escuelas de Cardeo cerraron hace cerca ya de medio siglo, cuando se centralizó la actividad educativa de esta zona del norte de Mieres en La Pereda. El colegio llegó a tener una vida enorme, dando cobertura a muchos pequeños pueblos, como la Blanca, La Manigua o La Caleya. "En clase llegamos a ser más de cincuenta niñas, las mayores ayudaban a la maestra con las más pequeñas", apunta Marta Abad. Eran tiempos de efervescencia siderúrgica y minera, con todos los indicadores demográficos disparados, para lo bueno y lo malo: "En Cardeo vivía muchísima gente. Se utilizaban como vivienda las chabolas y hasta los hórreos. Muchas casas se dividían para poder acoger a varias familias", recuerda Marta Abad.

En la vieja escuela de piedra, que al principio no tenía ni pupitres, la maestra ejercía de docente, consejera, valedora y protectora. Lo que hiciera falta para ayudar a las pequeñas: "La queremos mucho porque se portó muy bien con nosotros. Nos enseñó a ser personas", destaca Pilar Flores, que guarda imborrable en la memoria un gesto que tuvo con ella América: "En mi último año en la escuela cambiaron los uniformes y en mi casa no teníamos muchos recursos. Me cogió y me dijo que la tela que me habían dado para el uniforme mejor la empleaba en hacerme un vestido, que con el uniforme que tenía, aunque me quedara un poco corto, me arreglaba. Luego andaba toda orgullosa con mi vestido nuevo de escote cuadrado".

América García también supo imponer su autoridad cuando fue necesario: "En alguna ocasión nos dio con una vara de avellano". Ahora bien, fueron contadas las veces en que se enfadó: "Ahora resulta que sólo se acuerdan de lo malo", replica la profesora cuando le recuerdan sus castigos: "Es que eran un poco revoltosas, nada más", subraya. "Creo que ahora son más malas ahora que antes", apunta regañando en broma a sus alumnas por su indiscreción. "A mí me encantaba enseñar a las niñas y sentir que me querían". América estuvo en Cardeo dando clases muchos años, tantos que la memoria ya no es capaz de concretar. Al cierre de la escuela se trasladó al Liceo Mierense, donde se jubiló. Su maestría es un legado que guardan como un tesoro las que fueron niñas en Cardeo.