Sorprendente sería el calificativo más apropiado para la charla impartida por el zoólogo Germán Orizaola, investigador del CSIC en la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo, con sede en el Campus de Mieres. El acto fue organizado por el Ayuntamiento de Mieres dentro de sus Jornadas Científicas y contó con la colaboración del Club LA NUEVA ESPAÑA en Las Cuencas.

Sorprendente porque, a pesar de los vaticinios tras el terrible accidente nuclear de la central de Chernobyl, acaecido el 26 de abril de 1986, los estudios científicos han revelado que la vida es posible en las zonas de alta contaminación radioactiva. Orizaola, que tras trece años en Suecia acaba de llegar al Campus de Mieres, comenzó su exposición recordando el accidente, en el que se estima que llegó a liberarse una cantidad de energía 500 veces superior a la de la bomba atómica de Hiroshima, que contaminó grandes espacios del Norte, Centro y Este de Europa y que forzó la evacuación definitiva de 300.000 personas.

Orizaola ha venido trabajando en las zonas de exclusión próximas a la central nuclear de Chernobyl, haciendo seguimientos de las especies y poblaciones de animales. Y las primeras conclusiones son impactantes: "La especie humana es más perjudicial para la fauna que un accidente nuclear", declaró el investigador, explicando así el hecho de que tras la explosión y, sobre todo, tras la evacuación de la población humana, la vida animal se desarrolló rápidamente, quebrando las predicciones apocalípticas que hablaban de un desierto nuclear. "¿Qué hay ahora?" preguntó Orizaola. "Pues hay vida, árboles, agua, aves, anfibios, mamíferos... Es la paradoja de Chernobyl: por un lado, sucedió lo esperado; por otra, vemos que hay vida en expansión", respondió el zoólogo, que hizo referencia al crecimiento de especies como linces, corzos, alces, lobos, aves rapaces, ranas, jabalíes y caballos salvajes. "Incluso especies como el oso pardo y el bisonte, que antes del accidente no se encontraban en la zona, hoy habitan en Chernobyl", destacó.

Los estudios sobre la salud de la fauna de las zonas de exclusión tampoco revelan un crecimiento destacado de procesos derivados de la exposición continuada a la radioactividad, lo que lleva a pensar en la capacidad de las especies animales para adaptarse a un entorno de radiación crónica de baja intensidad, aunque siempre muy superior a la normal. Así, en algunas poblaciones de anfibios se ha observado un cambio de color, hacia tonos más oscuros. "Vamos a trabajar a escala molecular, genética y genómica, para buscar los efectos entre generaciones. Y los siguientes pasos serán el estudio de la fauna a escala poblacional y el de los hijos de las personas que estuvieron expuestas a la radiación tras el accidente", adelantó el investigador, que concluyó manifestando que "para la fauna, el factor negativo que supone la radioactividad queda compensado sobradamente con el factor más positivo: la ausencia de humanos".