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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Críspulo Gutiérrez, "el demonio de la caseta"

Críspulo Gutiérrez, "el demonio de la caseta"

Críspulo Gutiérrez García fue uno de los pioneros del comunismo de Asturias, junto a sus dos hermanos, Sócrates y José, pero su popularidad llegó más lejos que la de ellos. Sufrió constantes detenciones por esta militancia y en la Navidad de 1923 estuvo entre los acusados de preparar un movimiento revolucionario que debía producirse a la vez en España y Portugal, por lo que fue detenido con un grupo de compañeros de varias provincias, entre ellos nueve asturianos. Aunque todo indica que esta historia no pasó de ser más que un montaje policial, todos fueron encarcelados hasta que el día 23 de enero de 1924 se firmó un indulto con motivo de la onomástica del Rey que los puso en la calle junto a otros presos políticos que cumplían pequeñas condenas.

Cuando llegó la República, su prestigio lo llevo en junio de 1931 a ser uno de los tres candidatos del PCE que salieron elegidos diputados por la provincia de Oviedo, obteniendo 11.923 votos; pero por encima de la política, de vivir en nuestros días lo conoceríamos con esa pedante denominación que algunos se dan a sí mismos como un "activista cultural".

Y es que siguió la estela de otros militantes de aquellos años que consideraron que la cultura era un arma capaz de combatir el alcoholismo que castigaba como una plaga a las familias obreras de las cuencas mineras, y por eso impulsó la biblioteca "La Fraterna" en el Centro de la Sociedad de Oficios Varios de Sotrondio haciéndola crecer con donativos voluntarios hasta que a los seis meses de su creación llegaba ya a los 193 volúmenes. Como curiosidad, entre ellos estaba la novela "Los Topos" en la que Isidoro Acebedo plasmó su figura dándole el nombre ficticio de Casiano González, al que definió así: "joven animoso, instruido, batallador, que en Sotrondio era admirado por su intrepidez y abnegación".

Críspulo trabajó primero en la mina y después, obligado por su mala salud, abrió una pequeña librería en La Angariella, empleando el poco tiempo libre que le dejaba esta ocupación y su actividad militante en desempeñar las funciones de bibliotecario en "La Fraterna".

A la vez tuvo sus propias inquietudes literarias; colaboró en la revista "Antorcha" con el seudónimo de Pin de Pilara, prologó el drama de Santiago Rodríguez "Reivindicaciones de Castilla" y se convirtió en escritor de novelas sociales firmando dos pequeñas obras: "Corazones que aman" y "Carlos amaba". En ambas hizo aparecer a algunas personas reales de la zona de Sotrondio, y en la segunda, según Albino Suárez, imprescindible cronista del Alto Nalón, escondió tras su sugerente título una reflexión autobiográfica de juventud en la que quiso recordar sus primeros amores en Tiraña.

Albino también señala que el comunista sotrondino se ganó el respeto de sus vecinos, hasta el punto de que el sacerdote Vicente García, quien fue otro personaje popular y querido aunque de distinto pensamiento, le contó un día que, para él, después de Dios, en sus sentimientos había un lugar para Críspulo.

Al iniciarse la guerra civil fue nombrado comandante del Batallón 43 -luego 243-, que se estableció en Lugones y estuvo integrado principalmente por hombres de la zona de Sotrondio, pero aquella agrupación acabó conociéndose popularmente por su nombre de pila de como Batallón "Críspulo", y también por el origen de sus componentes como Batallón "Sotrondio".

Entre aquella tropa había voluntarios de todos los oficios y varios componentes de la afamada Banda de Música local, lo que le despertó la inquietud de Críspulo que vio en ello una oportunidad para seguir manteniendo la actividad cultural en medio de la contienda, aunque en este caso gracias a la música. Por ello obtuvo el permiso para movilizar también al resto de la formación con la intención de que siguiesen tocando reconvertidos en una sección militarizada bajo la batuta y la autoridad de su director Juan José García Renedo que pasó a ser su teniente.

El Batallón "Críspulo" combatió primero en el frente de La Corredoria y en abril de 1937 formó parte de las tropas asturianas que fueron desplazadas hasta Euskadi para reforzar a los vascos ante el avance imparable del general Emilio Mola, uno de los tres máximos dirigentes del bando que se había alzado en armas contra la República.

Una vez acuartelados en el cuartel de Garellano de Basurto, donde compartieron las instalaciones con otros desplazados asturianos y cántabros, los músicos realizaron labores de apoyo y mantenimiento, aunque su papel principal fue el de animar la retaguardia acompañando los desfiles de los compañeros que marchaban a combatir e incluso tocando en bailes populares en los que confraternizaban civiles y milicianos de permiso.

Cuando a mediados de junio la situación se hizo insostenible ante la evidencia de la caída del País Vasco en manos franquistas, los milicianos asturianos recibieron la orden de retornar a su tierra y Críspulo quiso que los primeros en salir fuesen los músicos, que precedieron a sus compañeros de batallón realizando un complicado viaje por ferrocarril hasta su lugar de origen.

Ya en casa, el descanso duró poco y el Batallón 243 fue destinado al frente del Puerto de Somiedo con la intención de frenar la entrada del Ejército nacional por esa zona. Allí se desplazaron con sus instrumentos y repartidos en grupos se dedicaron a trabajar en la fortificación y a la transmisión de mensajes empleando diferentes sistemas entre el frente y el pueblo de Valle del Lago, pero sin dejar de lado sus actuaciones para entretener a los combatientes de primera línea.

50 años más tarde, Vicente Copete, uno de los protagonistas de aquellos días, escribió, para una publicación editada con motivo del IV Festival de Bandas de Música del Principado celebrado en Sotrondio un artículo entrañable titulado "Aquella noche de luna" contando un hecho ocurrido en aquella posición el mes de julio de 1937 que ya les he traído en otra ocasión a esta página. Sucedió en el paraje denominado Loma Roja, a más de 500 metros de altura, cuando la Banda del Batallón "Críspulo", después de obtener un alto el fuego momentáneo rubricado con la palabra de honor de las tropas enemigas que tenían enfrente, dio un pequeño concierto entre las dos líneas, que fue como un oasis de paz en medio de aquel infierno.

Por fin, el 24 de octubre de 1937, cuando las principales poblaciones de Asturias ya estaban ocupadas por el Ejército rebelde, las posiciones de la montaña somedana fueron tomadas por el Regimiento de Infantería Zaragoza N.º 30 y se produjo la desbandada de los milicianos que buscaron su salvación fuera ya de cualquier disciplina.

Aquel día se perdió para siempre la huella de Críspulo Gutiérrez y empezó su leyenda: algunos lo dieron por muerto sin aclarar dónde ni de qué manera había caído; otros los situaron en el exilio y hasta hubo quien dijo que se había escondido en algún lugar de la Montaña Central, pero lo cierto es que su nombre no figura en ninguna lista de fallecidos ni durante la guerra ni en la represión que la siguió.

Mucho tiempo más tarde, en 2007, el socialista Marcelo García, quien antes de su muerte tuvo tiempo de dejar escritas sus memorias y contar sus recuerdos en varias entrevistas, recordó como durante la posguerra los niños de Sotrondio tenían miedo a acercarse hasta una pequeña barraca en la que se decía que habitaba Críspulo, para unos aún vivo y para otros ya en espíritu, pero de cualquier forma convertido en "el demonio de la caseta".

Marcelo contó también otra historia, en esta ocasión real, que tal vez fuese el que dio origen a esta fábula que servía para entretener con este miedo los juegos infantiles.

Y es que a orillas del Nalón sí existían unos barracones que habían levantado los milicianos de Críspulo y que sirvió para alojar a las tropas franquistas que ocuparon la zona una vez concluida la guerra en Asturias. Según parece, soldados, regulares y legionarios tuvieron que alojarse donde pudieron y estos últimos, después de ocupar la escuela de Sotrondio, cuando se reanudaron las clases fueron desplazados hasta aquellos barracones que el cura de la época llamaba la casa del diablo. Hasta el punto de que antes de meter allí a la tropa mandó hacer un exorcismo con agua bendita para que el mal abandonase el recinto.

Sin embargo, ya lo han visto, ni en la documentación ni en la memoria de quienes lo conocieron quedó el recuerdo de una mala acción de Críspulo. Todo lo contrario.

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