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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Fray Zeferino y el espiritismo

El filósofo y dominico asturiano dedicó una de sus numerosas obras a "La inmortalidad del alma y sus destinos según una teoría krauso-espiritista"

Fray Zeferino y el espiritismo

Fray Zeferino González Díaz Tuñón está considerado como uno de los pensadores más prestigiosos del siglo XIX español; autor de la primera Historia de la Filosofía escrita en lengua española es, desde luego, el más conocido de todos los filósofos asturianos. En vida fue llamado así con "Z" inicial, aunque la modernidad acabó prefiriendo la C y con ella figura en las placas que lo honran por todo el país, entre ellas las calles que llevan su nombre en Madrid, Oviedo, Gijón, El Entrego, la plaza de Laviana o la inscripción del busto que lo recuerda en Villoria, donde nació en el barrio de El Campal el 28 de enero de 1831.

Perteneció a una familia humilde y campesina, y sus padres, como hicieron otros muchos en las mismas condiciones, buscaron para varios de sus hijos una vida más cómoda en la religión. Uno de sus hermanos llamado Atanasio fue sacerdote y otro, José Ramón, llegaría a ser prior de la Orden de Predicadores en Filipinas; con su ayuda Zeferino ingresó en el convento de dominicos de Ocaña y en 1848 ya pudo embarcar para las misiones de Manila donde empezó a subir los peldaños de una carrera eclesiástica que lo iba a llevar a lo más alto.

También en la colonia tuvo una experiencia que podemos calificar de poco habitual, cuando una monja a la que ya habían dado por muerta volvió en sí para dirigirse a él ante el asombro de los presentes informándo de que Dios le tenía reservado destinos altísimos, y después de estas palabras calló para siempre.

Fray Zeferino también sufrió siempre problemas de salud y debido al mal clima de la colonia vio asomar un par de veces la guadaña de la Parca, por lo que sus superiores lo devolvieron a España en 1867 con varias obras escritas y los borradores de su "Philosophia elementaria ad usum academicae ac praesertim ecclesiasticae juventutis, opera et studio" en el arcón de viaje. Para entendernos, llamaremos a este trabajo que tuvo su primera edición en dos volúmenes al año siguiente "Filosofía Elemental". Esta es solo una de sus numerosísimas obras, pero la única que quiero citar aquí junto a "La inmortalidad del alma y sus destinos según una teoría krauso-espiritista", de 1869, porque lo que voy a contarles hoy es la interpretación que hizo nuestro filósofo de un fenómeno que entonces estaba en auge y contaba con seguidores entre todas las capas sociales: el espiritismo.

Se trata de la creencia que afirma que las personas vivas pueden comunicarse con espíritus de los muertos por medio de médiums o ayudados por prácticas como las de las mesas parlantes o la escritura automática. En 1857, un pedagogo francés que empleaba el seudónimo de Allán Kardec había escrito "El libro de los espíritus", convertido pronto en un éxito de público y en el manual para todo el movimiento espirita contemporáneo, desde ese momento siguió publicando libros en los que defendía al espiritismo como una ciencia práctica basada en la observación y una doctrina filosófica, y muy pronto sus seguidores se extendieron por todo el mundo editando cientos de revistas con sus experiencias.

En España, la primera sociedad espirita se abrió en aquel mismo 1857, en Cádiz, y 20 años más tarde ya se habían fundado otras en la mayor parte de las provincias por lo que fray Zeferino decidió dedicarle a esta creencia un apartado en uno de los capítulos de su "Filosofía elemental" dedicado a la Metafísica especial, inmediatamente después de tratar otro tema muy parecido en sus características pero al que la Iglesia reconocía como suyo: la naturaleza de los milagros.

El dominico denominó a su artículo "El magnetismo contemporáneo y el espiritismo" porque para él se llamaba magnetismo al "conjunto de fenómenos extraordinarios que bajo el nombre de manifestaciones magnéticas y espiritistas se realizan principalmente en el hombre, aplicando al efecto varios medios, ya físicos y materiales, ya morales y espirituales". Alguna vez les he contado mi afición por lo que rodeó al estudio de los fantasmas en el siglo XIX, lo que con los años me ha llevado a ir adquiriendo por rastros y librerías de viejo una pequeña colección de libros, revistas y documentos de época sobre este tema, así que después de muchas lecturas puedo decirles que el trabajo de fray Zeferino es un magnífico compendio de los fenómenos y las opiniones que se conocían cuando se publicó y fue escrito con respeto a pesar de que su condición religiosa lo llevó a una conclusión sorprendente.

Por ejemplo, el dominico empleó una metodología rigurosa para clasificar los fenómenos espiritistas en cuatro apartados: mecánicos, fisiológicos, de conocimiento y trascendentales.

Los primeros engloban todos los efectos que se pueden observar en este tipo de sesiones, como el giro, el desplazamiento o la suspensión en el aire de mesas, sillas u otros muebles, los golpes inexplicables y otras anomalías que entonces se daban por ciertas y pocos años más tarde fueron desvelándose como simples trucos.

Los segundos son los puramente corporales: convulsiones, temblores, contracción y dilatación de la pupila, y otros más complejos, del estilo de los sueños magnéticos, la debilitación o aumento de la sensibilidad, el sonambulismo lúcido o incluso la transposición de los sentidos que entonces practicaban algunos médiums afirmando que podían ver con los ojos cerrados o percibir sonidos con las manos, por ejemplo.

Los terceros consisten en conocer intuitivamente las enfermedades o las cosas ocultas, ver objetos tras los cuerpos opacos, predecir el futuro, razonar acertadamente sobre materias que no se han estudiado y hablar lenguas desconocidas. Por último, los cuartos engloban a muchos de los fenómenos anteriores siempre que se deban a la evocación de los espíritus y a los que se producen por el trato con los mismos, así el hablar en nombre de los espíritus de los difuntos o las respuestas por palabra, golpes u otras señales a las preguntas que se les hacen.

Fray Zeferino distinguía también entre los espiritistas y los espiritualistas, considerando que pertenecían a la primera clase los que renovando en todo o en parte las doctrinas de Pitágoras, Platón y Orígenes creían que las almas humanas están sujetas a una serie de reencarnaciones sucesivas, y a la segunda los que piensan que los fenómenos magnéticos proceden de los ángeles o espíritus buenos.

Pero, según él, las dos doctrinas eran incompatibles con lo que determina el catolicismo sobre la vida eterna después de la muerte, ya que ésta no contempla la posibilidad de la reencarnación ni tampoco admite que los ángeles puedan enseñar doctrinas contrarias a las reveladas por Dios a su Iglesia.

Y debo explicar que esto último lo escribió nuestro filósofo alarmado porque en las sesiones espiritistas de la segunda mitad del XIX era habitual que los médiums apoyasen en sus trances las teorías internacionalistas manifestando que la Biblia y todas las religiones eran falsas e incluso que los hombres debían proceder a una partición igual de las propiedades para llevar una vida más justa.

Pero si nos sorprende el conocimiento que fray Zeferino tuvo de estos temas, nos llama más aún la atención el cierre de sus razonamientos considerando el auge del espiritismo como una de las señales que anuncian el fin de los tiempos: "Debemos decir que no consideramos completamente destituida de fundamento la opinión de los que sospechan que el magnetismo espiritista, tan difundido y acreditado hoy en las naciones civilizadas, es una preparación más o menos lejana y como una incoación del misterio de iniquidad que se revelará en los últimos días".

Y para apoyar esta idea llegó a citar una frase de San Pablo en la que se alerta a los creyentes sobre las señales que van a preceder al fin del mundo: "En los últimos tiempos se apartarán algunos de la fe, atendiendo a los espíritus del error y a las doctrinas de los demonios".

El final de Fray Zeferino fue un verdadero calvario debido a un doloroso y cruento cáncer de maxilar que se extendió invadiendo su garganta. La prensa de la época no ahorró a sus lectores los partes médicos, diagnósticos ni detalles sobre las operaciones quirúrgicas proporcionando unas informaciones que ahora pueden resultarnos morbosas, pero que entonces eran habituales cuando se trataba de personajes conocidos.

Murió el 29 de noviembre de 1894 con un currículo impresionante: Obispo de Córdoba durante diez años, Arzobispo de Sevilla y Toledo, Patriarca de las Indias Occidentales, Cardenal Primado de España, Capellán Mayor del rey, Vicario General castrense y Canciller Mayor de Castilla, y tal vez si su salud lo hubiese permitido su carrera habría terminado en la Cátedra de Roma. Ya lo dijo en su día el gran Campoamor: "Ninguno de tan poco llegó a tanto: fraile ayer, príncipe hoy, mañana santo".

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