“Fotógrafo, comediante, ripiador de versos, bloguero, tertuliano y un poco canalla, finalizó su estancia en el Universo el día 13 de febrero, a los 55 años de edad. Ateo irredento y completamente alérgico a cualquier sacramento. Vivió al filo de la espada, amó mucho más que odió y alguna cosa dejó escrita”. Así reza la esquela del subinspector jubilado del Cuerpo Nacional de Policía Juan Luis Nepomuceno, Nepo, quien falleció el pasado sábado tras una larga batalla contra al cáncer.

Su pérdida deja un vacío muy grande en Mieres, donde lo consideran “un gran luchador contra la enfermedad”. Así lo calificaba ayer Loli Olavarrieta, presidenta de la Unión de Comerciantes del Caudal, al frente también de la sede mierense de la Asociación Española Contra el Cáncer. Para Olavarrieta, Nepomuceno era “un gran amigo”. Una amistad que fructificó gracias a la colaboración que había entre el policía y la asociación de comerciantes mierense. “Le dimos dos veces los galardones de apoyo al comercio y la hostelería local”, apuntó Olavarrieta con tristeza, destacando que “también fue un ejemplo para la sede mierense de la Asociación Española Contra el Cáncer”.

También lo consideraba un amigo el alcalde de Mieres, Aníbal Vázquez, visiblemente apenado, quien afirmaba ayer que “duele igual aunque se espere, al menos tuve la suerte de haberlo conocido luchando, siempre estaba animado”. Para el regidor mierense “se nos ha ido una buena persona, adornado con un montón de virtudes”. Vázquez recordaba ayer la última vez que se encontró con el policía: “Fue cuando iba a empezar el tratamiento, comimos juntos y le dije que esa no era la última cena, que me debía una comida cuando saliese de ésta”. Sin embargo, Nepomuceno no pudo con esta última batalla.

Nepomuceno nació en Alemania, aunque es hijo de una gallega y un andaluz, y fue criado en un barrio obrero de Badajoz, tal y como él explicaba. Como Policía Nacional, le destinaron muy joven a Vizcaya, donde vivió el terror de ETA; y después a Madrid. Tras su paso por la capital acabó en Mieres, donde ocupó el cargo de subinspector de la Policía Nacional hasta su jubilación cuando el cáncer le apartó de su trabajo. Pero no de la cultura. Su lucha por la vida tras el diagnóstico, el tratamiento y la posterior intervención quirúrgica se vio reflejada en su poemario “Versos a degüello” (Ediciones Camelot, 2017). También demostró una gran entereza, que mantuvo hasta el final.

Prueba de ello es que tras asumir horas antes de su fallecimiento el fatal desenlace, tuvo la fortaleza de mandar un último mensaje a través de las redes sociales, en las que siempre fue muy activo. “Ahora parece que va en serio. Gracias a toda la gente. Gracias de verdad. Eso es todo amigos”, dejó escrito en su perfil.