Entre las lecciones que van emergiendo de esta tremenda crisis sanitaria hay dos que son capitales para los responsables políticos: la importancia de la ciencia y la necesidad de la acción colectiva y global. Desde el primer momento la absoluta prioridad para el Gobierno al que represento fue y es actuar contra la pandemia, pero también hemos estado sentando las bases para que la recuperación económica sea robusta y no deje a nadie atrás. Cuando comenzamos a enfrentar esta grave crisis sanitaria sólo teníamos una opción: actuar desde el primer momento con una batería de medidas para proteger a toda la población. Hemos dado una respuesta social y económica sin parangón en la historia de nuestra democracia y todo lo estamos haciendo apoyándonos en buena medida en la fuerza de la unión. España, sin duda alguna, va a avanzar y lo hará con más ímpetu si movilizamos todas las energías nacionales disponibles. Para ello será vital el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que el Gobierno presentó en octubre y que servirá para una nueva modernización de España, de Asturias y de las Cuencas Mineras. Se trata de convertir este duro golpe que ha sido la pandemia en una oportunidad para ganar como sociedad nuestro futuro. Es el desafío que tenemos por delante.

Para lograr los objetivos que nos proponemos contamos con un instrumento europeo, el Next Generation Unión Europea, que supondrá para España 140.000 millones de euros, de los que 72.000 se movilizarán entre este año y 2023. Servirán para dar un gran salto de modernización en todas las estructuras del país. De esos recursos, la inversión “verde”, la inversión vinculada con la transición ecológica, representa más del 37% del total del total del Plan y la transición digital cerca del 33%. En todo caso, el objetivo fundamental es la creación de empleo.

Estamos ante una gran oportunidad y las cuencas mineras tendrán un tratamiento especial. Hace unos días el Consejo de Ministros aprobó el estatuto del Instituto para la Transición Justa. Un organismo autónomo que nace para identificar nuevas oportunidades y adoptar medidas que garanticen un tratamiento justo, equitativo y solidario de los trabajadores y territorios afectados por la transición hacia una economía baja en carbono. Permitirá minimizar los impactos negativos sobre el empleo y la despoblación de estos territorios y optimizar las oportunidades del proceso de transformación.

Soy optimista sobre el futuro de Asturias en general y de las Cuencas Mineras en particular. Porque siempre hemos salido adelante. Desde que me dijeron que la edición de las Cuencas de LA NUEVA ESPAÑA cumple un cuarto de siglo, no he podido evitar hacer un viaje a mi pasado. Mis primeros recuerdos de infancia están marcados por un sonido, el del traqueteo del tren que pasaba junto a mi ventana en la calle Valeriano Miranda de Mieres. Tuve la suerte de conocer y vivir la época de mayor esplendor económico de las Cuencas: la prosperidad se palpaba en la calle, en la vitalidad de la gran mayoría de la población y el espíritu de la lucha obrera.

Siempre recuerdo las “no manifestaciones” del 1 de mayo, en los lejanos años en los que las movilizaciones estaban prohibidas, con las calles llenas de trabajadores con sus familias dando paseos más largos de lo habitual exhibiendo un detalle rojo en su vestimenta, símbolo de las reivindicaciones obreras. Movilizaciones silenciosas en las que todos los viandantes se cruzaban miradas de complicidad para recordar que había un objetivo compartido, que la unión era evidente. La lucha de esos días forjó sin duda el carácter de la población de las Cuencas , marcado por el coraje, la resistencia, la valentía y la reivindicación. Solo así se entiende que a pesar de los efectos del progresivo fin de la actividad minera siempre haya habido lugar para la esperanza. La esperanza en este tiempo que nos ha tocado vivir se llama Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Y estoy convencida de que Asturias en general y las Cuencas Mineras en particular saldrán fortalecidas.