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Desde mi Mieres del Camino

El ayer y el hoy de los políticos españoles

El recuerdo de las visitas a Mieres de Horacio Fernández Inguanzo, "El Paisano", y Luis Gómez Llorente

Sonaron, hace ya unas cuantas semanas, en la España democrática, campanas de actualidad con el sentimiento prácticamente unánime por el fallecimiento de quien se puede considerar el ejecutor del proceso de cambio político de este país hacia lo que debería haber sido una sociedad más igualitaria y en libertad. Ese al menos, con sus lógicos errores de ser humano, es el legado que dejó el desaparecido Adolfo Suárez, presidente del Gobierno de España durante los cinco primeros años de la nueva era y político de raza que, partiendo de su situación dentro del régimen franquista, fue llamado a liderar con mano de hierro y de seda a la vez, primero el cambio de un régimen totalitario aunque ya debilitado, a los nacientes pasos de una democracia y luego todo un proyecto que habría de desembocar en la verdadera cara de esa moneda.

La realidad posterior ya resulta más problemática y sobre todo menos edificante y gratificante, así como más dudosa, dados los vientos que corren por los distintos niveles de la política española, perfectamente alineados ante los tribunales del país, por los variados y sucesivos casos de corrupción que afloran en el firmamento nacional, como setas en primavera.

Y? ¿qué tiene esto que ver con mi Mieres del Camino? En primer, lugar hemos de reconocer que el finado Adolfo Suárez nunca pisó esta tierra del valle del Caudal (sí lo hizo en el Nalón), durante el proceso de reconversión política ni ante las siguiente convocatorias de elecciones generales. Es, sin duda alguna para lamentarlo, porque, al contrario, el resto de los políticos de cualquier tinte y color, desde las más altas jerarquías, sí lo hicieron en varias ocasiones, al igual que los dirigentes de los sindicatos mayoritarios. Era realidad amasada y exigible por el hecho de que las cuencas mineras asturianas, dada su coyuntura histórica y su característica humana y reivindicativa - hay que recordar la huelga minera de 1962 popularizada como "la Huelgona"- se habían convertido en tierra prometida para los grandes líderes.

Citemos, como ejemplo, dentro del arco político y partiendo de derecha a izquierda -con la posibilidad alguna omisión involuntaria- A Blas Piñar entonces líder de Fuerza Nueva; a Manuel Fraga (varias veces), creador y máximo responsable de Alianza Popular y luego del Partido Popular; a su sucesor, por cierto fugaz, Hernández Mancha; al propio Adolfo Suárez a saber en el Nalón; a Felipe González -en más de una ocasión- flamante secretario general del PSOE, junto con el entonces su sombra Alfonso Guerra; y a Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri "La Pasionaria", en representación del Partido Comunista; amén de un sinfín de segundos espadas que, sobre todo en cada convocatoria de comicios, mantenían fresco su paso por estos ariscos y a la vez atrayentes caminos de la Asturias minera.

Y esa realidad innegable dio la oportunidad, al que suscribe, de vivir, como informador, varias experiencias hasta entonces poco figuradas. Sin embargo fueron dos, las que podríamos señalar como figuras de segunda fila, en el mejor sentido de la palabra, quienes en base a sus comportamientos de auténtico contenido político, el de verdad, ajenos por completo a componendas, actitudes serviles o escritas al dictado y sobre todo con el sello inconfundible de la honestidad, dieron pie a sendas lecciones dignas de ser relatadas hoy, visto el panorama que se cierne sobre la piel española.

Hablar ahora de Horario Fernández Iguanzo "El Paisano" uno de los más populares líderes que tuvo el Partido Comunista en Asturias, no es descubrir nada nuevo. Sin embargo, acaso merece la pena dejar aquí constancia de un hecho puntual muy propicio a la reflexión. Con él tuve la oportunidad de recorrer, en la jornada de un domingo, "la ruta de la clandestinidad", es decir, la senda abierta y a la vez oculta que "El Paisano" recorrió tantas veces, medio a escondidas y sobre todo portando el mensaje que su partido sembraba con vistas a la ruptura de los últimos diques del franquismo. Partiendo en coche desde el barrio de La Peña, este maestro de profesión, convertido en uno de los más significativos adalíes de la libertad y la concordia, pudo mostrar, en el alto de San Tirso, los lugares donde escondía los instrumentos (multicopista principalmente) capaces de lanzar, manifiesto tras manifiesto, las consignas del partido. Hubo visita en Lada por pura obligación de amistad, a una de las principales represaliadas comunista de entonces, Anita Sirgo, que se fundió en un abrazo fraternal con "El Paisano", y tras ello regresó al punto de partida pero esta vez por Santo Emiliano, para detener el ánimo y el deseo de descanso en casa de Senén el de Santa Rosa, donde tantas veces Horario recibió ayuda, en forma de lugar para esconderse y apoyo en su aventura, y donde, en esta ocasión, la esposa de Senén, nos saludó con unos estupendos chorizos a la sidra.

Y, hablando de chorizos en el más puro contenido de la expresión, no en el que tanto se usa ahora, dos ejemplares de este estupendo manjar muy de los asturianos, que Senén le había metido en sus bolsillos, fueron los que encontraron los agentes de un tal comisario Ramos, cuando detuvieron a "El Paisano" en Requejo, en Mieres, para hacerle, en primer lugar, un cacheo en busca de armas que nunca encontró, porque las armas de Horacio Fernández Iguanzo siempre habían sido las palabras. Durante todo el trayecto de "la ruta de la clandestinidad" en ningún momento el político citó a nadie con el rencor o el rechazo por bandera. Su constante fue, ni más ni menos: "Hay que lograr la concordia y la confraternización nacional". A los que proceda, que tomen nota.

Transcurren los años del segundo decenio de los setenta del siglo pasado y a Luis Gómez Llorente, segoviano del año 1939, le toca jugar un papel de primer orden en las filas del Partido Socialista Obrero Español, sobre todo, por serias discrepancias a causa de lo que el consideraba pérdida de señas de identidad del verdadero socialismo, en tiempos del fulgurante ascenso de Felipe González. Eso no es impedimento para que asuma su papel convirtiéndose en parlamentario español por la circuncisión asturiana, dando pie a sus constantes visitas a la región y digamos con especial énfasis a Mieres y a las cuencas mineras (recientemente se presentó en El Entrego un libro, a modo de biografía suya, obra del profesor Santesmases), visitas de las llamadas de "a pié", que tanto le gustaba, lo que facilitó el conocimiento popular de su persona y de sus ideas. Transcurrido el tiempo y con motivo de las elecciones de 1982, en las que el PSOE arrasó hasta el punto de hacerse con la mayoría absoluta en el Congreso, la vox pópuli señalaba con probabilidad el nombramiento de Gómez Llorente al frente de un ministerio con cartera. Y también el posterior rumor de que había rechazado el ofrecimiento por los conocidos encontronazos políticos e ideológicos con el líder del socialismo español. Lo cierto es que no concurrió a los citados comicios ni tampoco se supo mucho de sus apetencias políticas.

Pero Luis Gómez Llorente, al que la villa de Mieres le tiraba, vino de nuevo, con su inconfundible pipa en ristre, para intervenir en una jornada de reflexión sobre el futuro del país. Y allí, en el salón de actos del polideportivo de Oñón, fue abordado por quien suscribe bajo la solicitud de unas declaraciones sobre la verdad acorde con los comentarios y suposiciones de la negativa a ser ministro y sus discrepancias con el ya presidente González. Su respuesta fue sincera, directa y firme: "Mira, te conozco, y como periodista no voy a realizarte declaración alguna. Si te interesa, como amigo, te lo puede contar todo". Y en la plaza de Requejo, acompañados por el que fue alcalde Eugenio Carbajal, ante un par de botellas de sidra fue claro, sincero, contundente y hasta convincente. En honor a su deseo y memoria (falleció en Madrid por octubre de 2012), todo queda ahí en lo que podría llamarse secreto de confesión o derecho a la confidencialidad aunque el tiempo fue dictando sentencia y aclarando el asunto. Por nuestra parte y en base a su petición, aquí se pone punto final.

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