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Relatos de estío

Saliunde (III)

Trabajo ganador del XIII Certamen Internacional de relatos cortos "Filando cuentos de mujer", del colectivo "Les Filanderes"

Si echa un poco la espalda hacia detrás nota el aliento cálido que exhalan todas esas bocas que se van colocando a su espalda. No hay mucho espacio. Nota como la barca se va hundiendo más y más por el peso de toda aquella gente. La bomba drena desaforada, vomitando agua de manera compulsiva. Cuando al fin deja de subir gente a la barca cuenta a ojo unas setenta personas. Sus pies se hunden ahora hasta los tobillos y ya hace un rato que ha dejado de sentirlos. El negro fornido discute de forma airada con el hombre que antes la ha ayudado a subir a la barca. Cuando acaban, el más fornido da órdenes a las dos filas de delante para que saquen de debajo de las tablas los ocho enormes bidones de agua. Solo quedan ocho bidones más. La gente comienza a protestar y a elevar la voz. El negro es contundente.

-¿Queréis salir o no?

Todos quedan en silencio y obedecen aunque saben que gran parte de sus oportunidades se marchan con esos bidones. Hacen señas con la linterna al barco nodriza para que se ponga en marcha. La soga que está amarrada a la popa del barco se tensa de tal manera que a punto está de resquebrajar el barco en dos. La madera cruje y el barco lentamente deja un surco en la arena. Pronto aquel surco será una mera anécdota más. Una mancha demasiado fácil de quitar. Los dos hombres de la playa apagan la linterna y a la luz de la luna regresan al lecho frío que tantas noches han abandonado ya. Debo Biop no puede evitar pensar que seguramente mientras esos dos hombres vuelven a sus casas dan vueltas en su cabeza a la idea de cuándo serán ellos los que estarán en ese barco para verse partir desde este otro lado de la arena.

Por momentos el olor denso a gasoil que inunda el aire se hace insoportable. Últimamente su olfato se ha agudizado mucho y con determinados olores siente unas ganas incontenibles de vomitar. Respira despacio con la cabeza gacha y con su mano recoge un poco de agua del fondo de la barca para humedecer su rostro. Se han alejado ya unas cuantas millas de la costa, dentro de poco el barco nodriza soltará el amarre y los dejará en mar abierto. Luego tendrán que continuar con el viejo motor de la barcaza. De pronto una sacudida hace que todos se precipiten hacia delante. Han cortado la soga desde el barco nodriza dejándolos mucho antes de lo que esperaban. Algunos hombres gritan a los tripulantes del barco, gesticulando agitadamente y espetando más de un improperio con la rabia estéril en la lengua. El barco se aleja sin una mueca de compasión, sin resentimiento, sin un adiós. Debo Diop lo mira alejarse y desea volver a oler de nuevo aquel rastro de gasoil. Vuelve a sentirse en una soledad extraña, ajena, llena de hombres y mujeres ajenos a su lado. El ruido del viejo motor encendiéndose disuelve todos sus pensamientos. Un hombre huesudo y de piel ajada, que al parecer tiene nociones de navegación, agarra con determinación el mango del motor y los niños, presas de su particular mundo fantástico, no pueden evitar reír por ver al hombre meter sus manazas en la nariz del viejo motor. El hombre, ajeno, mira una vieja brújula que ha sacado de su bolsillo y gira la barca trazando un rumbo según los mágicos delirios del magnetismo.

El monótono ruido del motor silencia todo a su alrededor. Como monótono es el lento circular del día hacia la noche y de la noche hacia el día, siempre en el mismo orden, siempre la luz y la oscuridad, siempre el frío y el calor, siempre las mismas cuentas que comienzan en el día primero, que no tiene horas ni minutos sino que está hecho de filos cortantes de cuchillos en la podrida madera, y continúan con el día segundo y luego con el tercero hasta que se pierde la cuenta de ese espejismo, raya sobre raya, que es el tiempo en la mar. La vieja bomba extractora funciona a ratos. El sol siempre sale temprano, imperturbable en lo alto deseca todo a su paso. Los labios de Debo Biop están cuarteados por todas partes y a ratos sangran heridos de sed. El agua lleva días racionalizándose. El negro marino encargado del rumbo desconoce a qué distancia se encuentran de su objetivo. La gente ha dejado ya de preguntar. El marino les explica sosegado que en la mar no hay referencias de ningún tipo salvo que entiendas la letra de las estrellas o distingas el murmullo de los vientos o sepas mirar al sol a los ojos. No hay meridianos ni paralelos pintados en la mar para que uno pueda agarrarse a ellos y tirar de su rumbo hasta llegar. No, solo está la nada que lo envuelve todo con un manto inabarcable de agua azul. No hay gaviotas ni pájaros siguiendo el invariable camino de su migración. El cielo anda vacío. Vacío de nubes y vacío de esperanza. Todo está hueco. Todo.

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