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Desde mi Mieres del Camino

San Pedro, un barrio minero con amplia historia

La solidaridad y la camaradería juvenil, los grandes valores de la barriada mierense

Finales de los cuarenta del siglo pasado. Las gentes de los cuatro puntos cardinales de Asturias, y de varias provincias españolas (sobre todo las de Galicia, meseta castellana, Extremadura y Andalucía), acuden a la llamada del oro negro. No petróleo, sino carbón de las Cuencas mineras asturianas, donde dicen que se gana para el sustento familiar. Y las comarcas del Caudal y Nalón, son los puntos preferidos.

Ante el aluvión de optantes a puestos en el interior y exterior de la mina y también de la siderurgia, venidos de fuera para unirse al fuerte contingente de los nativos de la zona, el Gobierno español se ve en la tesitura de ubicar a las familias de los nuevos obreros. Y como setas en primavera, en las principales poblaciones de ambas cuencas nacen poblados obreros, al estilo de cuarteles, pero con la cobertura de lo más elemental para acoger a la prole. Ya había algún antecedente como los cuarteles de San Francisco en Turón, Santa Cruz, y también caso posterior como lo fue el poblado de Rioturbio.

En las cercanías del río Caudal, al norte de la villa mierense, se levanta uno de esos importantes núcleos que habrían de servir de nido a todo un contingente de familias llegadas de diferentes puntos geográficos. Son en torno a cuatrocientas o cuatrocientas cincuenta unidades que alcanzan los sesenta metros cuadrados, aunque las hay de menor superficie. Las viviendas se reparten en una cocina comedor, dos o tres habitaciones, cuarto de baño con ducha y en algunos casos despensa o carbonera, este último recurso por el derecho al vale de carbón que tenían los nuevos mineros.

El barrio tiene algunas características especiales. Por ejemplo, que la mayoría de las viviendas son construidas por la Obra Social del Ministerio de la Vivienda, menos un bloque del que se encarga directamente Fábrica de Mieres. Dando frente a la entonces calle Caballeros de España, hoy avenida de Méjico, se encuentra el edificio más carismático, de forma prácticamente cuadrangular, con hogares a partir del primer piso. En los bajos, locales comerciales con entrada por el interior de la plaza -que recibiría el nombre de "la Placina"- para abastecimiento del barrio. Precisamente este, un tanto gigantesco inmueble, habría de convertirse en el punto de la originalidad de la barriada.

A partir de 1950 el núcleo de viviendas de San Pedro se fue ocupando por parte de las familias de los flamantes trabajadores de la mina y del metal, muchas de ellas llegadas de más allá del puerto de Pajares con cuatro enseres y poco más. Estos últimos fueron los que recibieron, por parte de la población nativa de Mieres, el sello de "los sequías". Y, de principio, hubo cierta discriminación o trato diferencial a la baja, algo que con el tiempo se fue borrando.

En los bajos comerciales de "La Placina" se fueron instalando establecimientos de todos los colores. Especialmente tiendas de ultramarinos y comestibles, aunque, en realidad, se vendía de todo. Una de ellas fue ocupada por una mierense de pequeña estatura pero grande de corazón: Delfina Vallina Piquero. Viuda por aquel entonces y sin muchos recursos para mantener la familia formada por dos hijos, vio la posibilidad de San Pedro y allí abrió su comercio para hacer demostración de un gran sentido solidario y una generosidad digna de elogio.

Los tiempos de la década de los cincuenta y sesenta no era muy pródigos para las familias de San Pedro, a pesar del jornal que se ganaba en torno a la industria minera y siderometalúrgica. Y por pura exigencia de la necesidad fue obligado establecer la fórmula de comprar de fiado, a través de "la libreta". Allí se apuntaba lo comprado durante el mes y, a la hora de cobrar, quedaba saldada la deuda. Pero? no siempre era así. Y, pese a ello, "Fina" -como se le apodaba cariñosamente- nunca negaba la demanda de algún artículo, sobre todo de primera necesidad, aunque "la libreta" arrojase saldos negativos. Cuenta la anécdota que algunas amas de casa que le debían restos a "Fina", y no se atrevían a ir personalmente a por nuevos productos, enviaban a sus hijos pequeños con esa petición. Y la tendera, con su maravillosa sonrisa, servía lo que era necesario aún en el caso de que lo más seguro es que no cobrara el importe.

Delfina Vallina dejó un rastro de extrema generosidad en San Pedro a la hora de jubilarse, con el más claro testimonio de solidaridad. Incluso se sabe que, en algunos casos, prestó dinero contante y sonante bajo la seguridad de que no sería recuperado. Esto ocurría en la década de los sesenta, cuando las huelgas (en 1962 y 1963) tuvieron a los mineros en el dique seco durante varios meses. Hoy es recordada con gran agrado y bastante agradecimiento por parte de los veteranos del barrio, muchos de ellos por aquel entonces niños, que iban a "pedir prestado a la tienda de Fina". Falleció en 2011, a los noventa y seis años.

El golpe demográfico que impactó en Mieres en torno a 1950, hizo que toda una colección de adolescentes y jovenzuelos inundase, en este caso el barrio de San Pedro, tomando como punto de concentración, juegos y jolgorio "La Placina". Con el paso del tiempo, y formados ya como jóvenes, habrían de buscarse la salida laboral, pero sin abandonar el nexo de amistad y compañerismo que se había logrado en torno a la famosa "Pandilla Juvenil del Barrio de San Pedro". Eran cerca de cuarenta o cincuenta integrantes, de todos los colores y procedencias.

Imposible resulta citarlos a todos. Vaya, con un esfuerzo de memoria, una representación de aquella muchachada -con sincera disculpa para el resto- que los domingo se reunía en su refugio de la plaza, con el fin de formar pequeñas pandillas y repartirse por los escenarios festivos -bailes como Montecarlo, Palau y pista de Sampil- o bien traspasar las divisorias comarcales hacía otros puntos de la cuenca minera. Al final, retornaban cansados y felices a contar sus aventuras tomando de nuevo por asalto el punto preferido del barrio.

Varios fueron los que alternaron su trabajo, como muestra en la construcción, mecánica o minería, con el de jugadores federados de equipos hasta la tercera división. Son el caso de Francisco Argüelles (Paco), Lolo Llaca, Elías El Negro, Tom Rivalla, Carlos Pariente, Luis el de Oñón, y con especial mención para José Antonio Herrero, cuya calidad como futbolista pudo llevarle muy lejos. Luego estaba los Alfredo Saavedra, Pepe Sanmartín, Juanos, Los Corrales, sobre todo Joselito y Victorino, Fermín A. Gil y Pepe Gancedo, ambos miembros de la Banda de Música de Mieres. Y ya como casos especiales "Gelín el Zapatero", de poco más de un metro de estatura, detalle que no fue óbice para considerarlo uno más convirtiéndose en pieza activa del grupo, y José Manuel "El Cojonudo" por su bravura y arrojo pese a cierta cojera que sufría.

En los dos bares que había en "La Placina" se jugaba a las cartas, sobre todo chinchón y subasta, mientras que en las boleras de Bar Bibiana y El Platas era este deporte autóctono el que ocupaba mucho tiempo. Desgraciadamente, un determinado grupo de aquellos alegres jóvenes ya no figuran en la nómina de los vivos. De lamentar, por aquel entonces, fue la muerte de Pepe "El Andaluz" ahogado en la charca que había al sur del barrio, así como la prematura de Herrero.

El tiempo transcurrió. El barrio ha sufrido dos importantes transformaciones, a pesar de que sigue presentando la cara exterior parecida a los cuarteles, y hoy se encuentra perfectamente integrado en el conjunto urbano de Mieres. Lo mismo pasa con Santa Marina y Vega de Arriba. Muchas caras han cambiado, pero en la mente de los aún supervivientes sigue fresca la imagen, el ambiente y la idiosincrasia de aquella recordada Pandilla del Barrio de San Pedro. Aun hoy, de vez en cuando, esos veteranos integrantes del grupo suelen reunirse en una comida de hermandad para recordar viejos tiempos.

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