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La vida y "milagro" del sacerdote Valeriano Miranda

La historia sobre el traslado de sus restos y las explicaciones ofrecidas por el Ayuntamiento

Es mucha la letra fina la que se necesita para constatar ciertos hechos ocurridos en esta nuestra casa. De momento conviene dejar constancia del personaje principal que a muchos les suena pero no tantos están al corriente de su personalidad.

A Mieres llegó cierto día del siglo XIX un joven sacerdote llamado Valeriano Miranda, como coadjutor de la antigua iglesia y parroquia de San Juan, con la nueva tarjeta del reforzamiento de determinados actos litúrgicos, entre ellos la definición de fiesta con rasgos de acontecimiento, de la Inmaculada. A ello contribuyeron de forma decisiva las llamadas Hijas de María. En aquellos tiempos y una vez al año, un coro de señoritas, cantaba con afinación y gusto, durante toda la celebración, desde la novena a la despedida. Y fueron unas cuantas las que se educaron en la música para tocar el piano en el templo. Todo ello bajo el beneplácito de Valeriano Miranda, profesor y maestro de capilla.

Muy aficionado a las excursiones con visos de religiosidad, el sacerdote solía organizar la de La Magdalena en el Monsacro de Morcín, a donde acudía acompañado de romeros para oficiar la misa en la ermita de este privilegiado lugar. Otro punto escogido era el Carbonero, lugar de celebración de la festividad de Santa Germana.

En 1924 el sacerdote, con su inquietud por bandera, y con motivo del regreso de los soldados del Regimiento Príncipe que venían de la penosa campaña de África, organizó una peregrinación a los Mártires de Valdecuna, como agradecimiento de su feliz regreso, para posteriormente degustar una comida , servida por la familia del mayordomo del santuario Manuel Fernández. Allí, los propios soldados declararon a Valeriano Miranda "general en jefe" de la expedición. También viajaron, posteriormente, y gracias al sacerdote, a Santa Cristina de Lena. Visto los méritos que iba acumulando el presbítero, un año más tarde el pleno del Ayuntamiento de Mieres, que por aquella presidía José Sela y Sela, nombra al veterano cura de San Juan Hijo Adoptivo del concejo, por sus cuarenta y un años de acción apostólica en la villa, recibiendo por ello numerosas felicitaciones. Más tarde el cuadro artístico del Colegio "Santiago Apóstol" puso en su honor, en escena, la simpática obra "Las grandes fortunas". Con todo ello finalizó un largo recorrido de agradecimiento y cariño hacia este sacerdote con palabras del mierense Celso G. Canteli, destacando la actitud del homenajeado quién "gozaba de manirroto con sus limosnas en un deseo de desprenderse de lo material con el fin de paliar miserias".

Era tal la fama de bondad que había alcanzado que muchas comisiones de fiestas donaban lo que sobraba después de los gastos para que lo repartiese entre los pobres. Fue lo que ocurrió con la verbena celebrada en junio de 1926 con motivo del Corpus Christi, cuyas cuentas resultaron un hecho elocuente. Figuran como gastos 150 pesetas para la banda de música, 64 con destino a los organillos, 82,50 invertidas en cohetes y 26,90 en otros pequeños gastos, lo que hicieron un total de 323,40 pesetas. Como lo recaudado alcanzaba las 349,80 quedó un sobrante de 26,40 que fueron entregadas al sacerdote.

Valeriano Miranda falleció, el 22 de setiembre de 1927, cuando contaba sesenta y ocho años, sin ver terminado el nuevo templo de San Juan, su gran ilusión. Lo hizo en su casa de Requejo. Posteriormente en sesión plenaria de la corporación municipal de Mieres, celebrada durante el mes de febrero de 1928, se tomó, por unanimidad, el acuerdo, por cierto con pleno beneplácito del pueblo, bajo el cual "se dio nombre de calle de Valeriano Miranda", a la que hasta aquel momento se llamaba prolongación de Ernesto Guilhou, hoy Numa Guilhou. También se le concedió, a perpetuidad y de forma gratuita, un compartimiento en el cementerio parroquial de la villa, para que allí descansasen sus restos mortales. Y finalmente la concesión, así mismo, a perpetuidad, un compartimiento, para la construcción de una especie de mausoleo, con el fin de perpetuar su memoria.

El sepelio del sacerdote tuvo lugar a las cinco de la tarde del viernes siguiente y constituyó una impresionante manifestación de duelo. En el cementerio católico, a nivel de la parte posterior de la capilla que allí existía -y que fue demolida en su día como consecuencia de la secularización de los cementerios de España- se encontraba un terreno reservado para dar cristiana sepultura a los sacerdotes. En ese lugar fueron depositados los restos de Valeriano Miranda, con la idea de que reposarían para siempre, dado que se le había concedido lugar a perpetuidad. En 1929 se formó una comisión en su memoria como consecuencia de la apatía del Ayuntamiento para quien había sido declarado hijo adoptivo. Se abrió una suscripción popular para colocar, en el citado terreno una lápida o panteón sobre sus restos, y que guardase relación con su sentido de modestia y generosidad. Durante un mes y desde la simple cantidad de cinco céntimos de peseta, aportaron su dádiva gentes de todos los barrios y zonas, desde La Peña a Bazuelo, así como en diversos comercios, logrando la suficiente recaudación para el objetivo que se perseguía.

Pasan los años y en 1997, siendo alcalde Misael Fernández Porrón, en el cementerio municipal se procede a la exhumación de los restos de Valeriano Miranda, siendo depositados en el panteón de la familia Muñiz Prada. Ante el hecho insólito, hubo algún mierense, en este caso el fallecido Julio León Costales y el aún afortunadamente vivo, Florentino Romero, quienes se personaron en el camposanto, "en plan de podemistas o antidesahucios de cementerios" (en sentido figurado), para averiguar las causas de tal decisión, que quedaron rápidamente aclaradas. Por lo visto el terreno estaba fuera de línea por lo que cortaba parte de una de las calles interiores del cementerio. El Ayuntamiento, con vistas a subsanar el detalle, consultaron con la parroquia de San Juan, a la sazón bajo la dirección de Nicanor López Brugos, a quién pidieron autorización con el fin de proceder al traslado de los restos a donde se les autorizase. Así se hizo y todo quedó en el orden actual.

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