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Desde mi Mieres del Camino

Recordando el auge de la "movida" mierense

Adriano Calzas-Bejarano fue uno de los mejores testigos del trabajo y el ocio nocturno de aquella época

¿Les invito a que me acompañen por un recorrido histórico en torno a la "movida" mierense de los años de oro, que se centraban principalmente en la calle la Vega, bautizada irónicamente como la "calle del viciu" y ya en plan más serio la calle del ocio? A pocos nos queda en la mente aquel monumental movimiento que hacía llegar una auténtica corriente de jóvenes desde todos los puntos de la región. Y es que, desgraciadamente, ha pasado el tiempo, ha cambiado la estructura socioeconómica de la villa y de "aquellos polvos quedan otros lodos".

De todas formas está la huella inequívoca de aquel ambiente que era aplaudido por las nuevas generaciones y denostado por ciertos sectores del vecindario ante los efectos negativos que producía. Y? ¿Quién mejor que un tal Adriano Calzas-Bejarano, de no sé cuantos años de edad, que con su particular estilo de vida y obra, dejó marca de la casa, no solo en ese especial rincón de Mieres, sino también en otros puntos del casco urbano y lugares de Asturias?

En realidad Adriano comenzó su épica actividad de camarero a los catorce años en la desaparecida Cantina del Vasco, con los Liborios padre e hijo, que lo pusieron en línea de combate a base de una formación digna de la mejor academia, dada la fama que este establecimiento alcanzó sobre todo a base de la buena mesa.

Pero él quería volar y dos años más tarde se trasladó a Moreda de Aller para centrarse en la confitería El Carmen, donde ganó, con esa edad, su primera carrera de camareros. Y de allí, el salto a Gijón, para estrenarse, en plan "playu", por la ruta de los vinos en el Mesón Sebastián y a lo largo de la calle Corrida, con la freiduría El Yuste por bandera.

Sin embargo, claro está, la tierrina tiraba y su vuelta a Mieres estaba más que cantada. Se iniciaba el periplo de la "calle del viciu" con todo un alarde de establecimientos, la mayoría emblemáticos y con la modernidad de estandarte, dados los vientos democráticos que ya comenzaban a respirarse. Y al lado de Andrés Bernaldo de Quirós, en el Yaracuy, inició su nueva etapa mierense y vivió intensamente la resurrección del Carnaval.

Quizás se imponga un inciso para dejar constancia de que Adriano Calzas-Bejarano poseía una facultad difícil de ocultar, y era ni más ni menos que un oído portentoso y una voz fuera de lugar para imitar a los grandes españoles de entonces, citemos como muestra Nino Bravo y Raphael. Con ese bagaje se fue al concurso "La gran ocasión", pasó las pruebas preliminares con excelente nota pero, de golpe, se finiquitó el programa y todos quedamos con un palmo de narices. Vuelta una vez más a sus principios y se topa con el Baby's-2, de Chus Quirós y Sergio León, dueños a partes iguales. De allí se pasó, ¡qué ilusión, Señor! a Il Gatopardo, la sensación por aquel entonces, donde las noches resultaba redondas, medio epilépticas y casi esquizofrénicas (es broma).

En esto, tocan a rancho y nuestro joven se ve justificando su estancia en la mili, con la suerte de que a la vuelta le había respetado la plaza, pero ya las condiciones de entonces no le convencieron y con su macuto urbano se fue para el Capri, donde había quedado vacía la plaza, por retirada obligada, del popular Rubén. Pese a ello, el pajarito seguía volando y una efímera salida a la cafetería Patos de Oviedo, donde fue a buscarlo Sauro, quien había puesto en marcha el Piano Bar, primer chigre musical de la capital del condado. La entrada en juego de Sabino y Antonio (este último recientemente fallecido), le marcaron la pauta de la continuidad hasta que, como novedad de última hora decidió instalarse por su cuenta creando Valessia -hoy casi en ruinas- para asociarse posteriormente con Maderas Pub, donde permaneció, por primera vez, ocho años, dándole oportunidad para casarse, pero, sin más, por diferencias personales, terminó por romper con su socio y tomar otra vez las de Oviedo para permanecer siete años en el Época, de la calle Fernández Vega, y tres en Don Café (se nota que la responsabilidad familiar tiraba). Hoy, a punto de jubilarse, cubre sus últimos días de profesional de la bandeja y el paño en el brazo, ocupándose de bajas y de peticiones esporádicas.

Mil y una anécdotas salpican el ir y venir de este profesional hostelero que vivió y vive esa profesión en profundidad. Cuenta que en cierta ocasión dos señoras que no resultaban agradables a la concurrencia se encontraban dando el palique en uno de los establecimientos de la calle La Vega. Se le encargó que buscase la forma de lograr que abandonasen la estancia, y a un compañero no se le ocurrió otra forma que soltar la bandeja contra el suelo, provocando el ruido y alboroto general, hasta el punto de que una de las clientas de marras se cayó del taburete y ambas se largaron con viento fresco. En el Yaracuy había y se cree que aún hay un semisótano donde Adriano y sus compañeros practicaba los primeros compases del baile de moda, iniciando a otros en ese arte.

Entre sus grandes amigos, que, por cierto, tuvo muchos, destaca la huella de Dolfín, fallecido a temprana edad, calificando su figura de "gran persona". Con él compartió momentos muy agradables en El Alcázar, Galeón, El Molín de Cuna y luego en su propio establecimiento, a saber, bar Dolfín.

Un momento muy particular ocurrió cierto día que, celebrándose en el Capitol un concurso de canción popular, su compañero de oficio Martín se presentó a cantar con la pieza "yo pago esta noche". En determinado momento se le fue la letra, "no pudo seguir", y tomó las de Villadiego volviéndose a su puesto de trabajo en el Capri. Terminada la función en el teatro, la cafetería de marras se llenó de gente pidiendo consumiciones con la exigencia de que fuesen gratis. Y es que no había caído en saco roto lo de "yo pago esta noche".

Grandes figuras, sobre todo de la canción, conectaron con Adriano, por ejemplo y con toda lógica, Víctor Manuel y Ana Belén, Sara Montiel, Luis Mariano, José Guadiola y otros que pasearon su elegancia y su arte por el Capitol o por el Faust que, de la mano de Emeterio había alcanzado gran notoriedad.

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