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Antón Saavedra

Tribuna

Antón Saavedra

Reingreso a la era del carbón

Las dudas sobre la política energética en España, donde se cierran las centrales térmicas para comprar electricidad a Marruecos, producida con «carbón de sangre, o a Francia, con energía nuclear

Cuando las potentes locomotoras de vapor empezaron a cruzar las inmensas llanuras del Oeste americano, algún tremendista se atrevió a predecir: «Como esta fiebre de velocidad se contagie al mundo entero, el carbón desaparecerá antes de veinte años». Vino la Primera Guerra Mundial y volvió a repetirse la profecía. No digamos nada cuando estalló el conflicto del año 1939. Era la segunda explosión de preocupaciones para el sector energético. Y todavía, no hace mucho tiempo, los agoreros y los «ecologetas» de turno señalaban la desaparición del carbón, los primeros por agotamiento de los yacimientos, y los segundos, porque el carbón era el «asesino del clima y de la humanidad» (Greenpeace dixit).

Es decir, siempre faltan veinte años para que se acabe el carbón. Pero el carbón sigue ahí, en cantidades abundantes para otros muchos veinte años. Y siempre que en el mundo se ha producido un momento crítico grave, se le ha pedido al carbón un esfuerzo sobrehumano y el carbón ha respondido satisfactoriamente, como, sin duda alguna, responderá en estos momentos críticos que vive el mundo como consecuencia de la guerra que se libra en Ucrania entre la OTAN y sus lacayos europeos contra Rusia.

Hoy por hoy, dígase lo que se diga, el carbón sigue siendo básico, fundamental, no solo desde el punto de vista de la independencia energética, sino desde el punto de vista del desarrollo de una parte importante de la economía, no solo de España, sino de la economía mundial. En efecto, los combustibles fósiles son energía pura. Ellos han sido los que han favorecido el crecimiento económico mundial y con ello el progreso del mundo, hasta el punto de que incluso un solo combustible, el carbón, ha sido en las últimas dos décadas el impulsor del PIB mundial, lo que nos hace ver con toda claridad que en los últimos 25 años ha sido el crecimiento del carbón el que ha liderado la economía mundial a través de la China y la India, ya que estos dos países consumen el 64% del carbón mundial. Es decir, los combustibles fósiles fueron el motor de crecimiento de los países desarrollados en el siglo pasado y actualmente siguen siendo el motor de crecimiento de los países emergentes. Dicho de otra manera: el carbón es la roca sobre la que se ha edificado el desarrollo industrial del siglo XIX y de la mayor parte del siglo XX. Nuestra civilización está basada en el carbón y, tanto las máquinas que nos mantienen en vida como las máquinas que fabrican estas máquinas dependen todas, directa o indirectamente, del carbón. Además, las reservas de combustibles fósiles más abundantes en el planeta son las de carbón, siendo EE UU, el país que posee los mayores yacimientos carboníferos del mundo. Y, siendo verdad que, en la actualidad, este país está reduciendo bastante la aportación de carbón en generación eléctrica gracias al gas natural extraído por fracking, no es menos cierto que el agotamiento de este método de extracción tiene fecha de caducidad, más que probable en esta misma década. ¿Importará EE UU el gas natural de otros países o volverá a explotar sus abundantes y baratos yacimientos de carbón?

Es más, incluso el gran cambio que se pretende hacia las energías renovables va a significar un incremento en el consumo de carbón, entre otras cuestiones, porque el carbón es un componente integral para el 70% de la producción mundial de acero. Es decir, por mucho agorero y más «ecologetas» que vayan surgiendo de las «mamas» del «electrofascismo», nadie podrá detener al carbón, hoy por hoy el recurso más abundante, más seguro y mejor repartido por el planeta tierra. Solo en términos de reservas probadas de carbón, Asia y el mundo tienen un suministro de 80 y 135 años, respectivamente, con unos recursos mucho mayores, según el muy reciente informe World Energy Outlook de la Agencia Internacional de la Energía.

Ahondando más, con el informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en la mano, publicado el 28 de julio de 2022, está previsto que la demanda de carbón en el mundo alcance un máximo histórico, alcanzando los 8.000 millones de toneladas en 2022, y creciendo aún más en 2023. Lógicamente, esta demanda de carbón viene impulsada por el aumento de los precios del gas natural, que obliga a muchos países al cambio del gas al carbón, teniendo que reabrir las centrales eléctricas de carbón que se habían cerrada.

En el documento se afirma que China, «responsable de más de la mitad del consumo mundial de carbón», será el principal impulsor del crecimiento de la demanda en la segunda mitad de 2022, pero, también se pronostica que la UE contribuirá a esta demanda, recurriendo cada vez más al carbón en la producción de electricidad para reemplazar el gas o guardarlo para el invierno debido a la disminución de las importaciones de gas ruso, no en vano, las sanciones y prohibiciones sobre el carbón ruso han perturbado los mercados.

India y China, que entre ambas representan dos tercios de la demanda mundial, representan los mayores incrementos de demanda pese a que ambos países desplegaron grandes cantidades de energía renovable. Estas dos economías, dependientes del carbón y con una población combinada de casi 3.000 millones de personas, serán la clave de la futura demanda de carbón.

Por otra parte, la Comisión Europea aprobaba el pasado 18 de mayo de 2022 el paquete de medidas REPowerEU, que tiene como objetivo reducir la dependencia de los combustibles rusos, planteando medidas de racionamiento para el gas entre los estados miembros y reduciendo la participación de las centrales de ciclo combinado en el mix, sustituyéndolas por energía producida a partir de carbón.

Pero la cuestión se complica un poco en nuestro país, en el que solo una térmica, la asturiana de Aboño (921,7 MW), no había solicitado el cierre, al igual que ha ocurrido con la central de Soto de Ribera, ambas pertenecientes a la empresa EDP, quedando por ver ahora si el plan de la Unión Europea frena de alguna forma las autorizaciones de desconexión de las centrales españolas de Soto de la Barca en Tineo –propiedad de Naturgy– y de Lada en Langreo –de Iberdrola–, actualmente en pleno proceso de desmantelamiento. Otras, como las de La Robla en León y Andorra en Teruel, han visto hace unos meses cómo se demolían sus icónicas torres de refrigeración, al igual que ocurriera mucho antes con las de Anllares del Sil en la localidad leonesa de Páramo del Sil, «dinamitada» su torre de refrigeración el pasado 3 de junio de 2021, y la de Compostilla en Cubillos del Sil, perteneciente a Endesa, que fue desmantelada en el año 2020.

En definitiva, hoy día de lo que se habla en la prensa es del gran logro de la desindustrialización en España. Es decir: Han cerrado nuestras minas de carbón, en vez de aplicar las tecnologías existentes para la eliminación de todos los efectos que pudieran ser contaminantes, pero seguimos importando la energía de Marruecos producida con el carbón de sangre depositado en el puerto del Musel. Se aprueba la moratoria nuclear por imposición de la ETA, que tenemos que pagar en nuestra factura de la luz, pero seguimos importando energía nuclear procedente de Francia, y hemos frenado la producción de las energías renovables durante siete años para comprársela a otros países, como Portugal. ¿Existe alguna política energética en España, me sigo preguntando yo?

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