Opinión | Velando el fuego

Política y humanidad

La comparecencia de los enfermos de ELA en el Congreso, con la asistencia de solo cinco diputados

José Luis Capitán y Juan Carlos Unzué, en el acto en el Congreso.

José Luis Capitán y Juan Carlos Unzué, en el acto en el Congreso. / javier garcía cellino

Según la lupa que utilicemos, la diferencia entre los asuntos públicos y los privados puede tener un foco amplio o quedar reducido a una lente de escaso tamaño. A pesar de que se trate de tallos diferentes, en ocasiones coinciden en su camino (o al menos deberían coincidir). La política, entendida como la preocupación por los asuntos públicos y, en consecuencia, como la disposición para atenderlos de la mejor manera posible, no está reñida con una ética que se ocupe de mostrar valores universales como la honestidad, la responsabilidad, la justicia y la empatía.

Si se hiciera una encuesta entre nuestros políticos y se les preguntara por el orden de preferencia del muestrario anterior, cabría suponer que hincharan mucho el pecho al referirse a la defensa de la justicia o a su probada responsabilidad a la hora de bajar a la plaza pública. Y, del mismo modo, proclamarían a los cuatro vientos (o cincuenta, si fuera necesario) su decencia y decoro en cuantos asuntos tuvieran que intervenir. Sin embargo, más difícil sería pensar que mostraran sobrada capacidad para comprender los sentimientos y las emociones de las otras personas. La complejidad de la empatía no propicia, precisamente, que se pierda mucho tiempo en intentar entender los árboles privados, dirían algunos políticos, y se quedarían tan tranquilos.

Ejemplos de tantas muestras de desinterés hacia todo lo que no signifique un reconocimiento público, a ser posible inmediato, hay en abundancia (a buen seguro que todos podríamos citar varios). No es lo mismo cortar una cinta en la inauguración de una carretera, o asistir al nacimiento de una empresa de última generación que sentarse en el Congreso de los Diputados para escuchar a los afectados por la ELA, o al menos eso se deduce de la noticia aparecida el martes pasado en este diario, en donde se daba cuenta de la visita al Congreso de los Diputados de las entidades que luchan para que se agilice una ley que ofrezca recursos y apoyo especial a los enfermos de esclerosis lateral amiotrófica.

Las decepciones pueden acabar convirtiéndose en experiencias emocionalmente dolorosas, incluso a veces de un modo definitivo; pero, a un tiempo, en otras ocasiones significan una nueva oportunidad de aprendizaje, como bien entendieron los afectados por la enfermedad al encontrarse con una bancada de políticos casi vacía (cuando el exfutbolista Juan Carlos Unzué pidió que levantaran la mano los diputados que estaban presentes para escucharles, solo contó cinco: estaban invitados 99).

A pesar de que no era imperativa de un modo legal la asistencia de los diputados a esa jornada, si había una obligación moral que no tenían que haber desatendido. Mas, en todo caso, la realidad fue otra. Sin embargo, asomándose a algunos versos de Neruda: "Queda prohibido no sonreír a los problemas / no luchar por lo que quieres...", el chasco sufrido se convirtió de inmediato en un gran triunfo que sirvió para hacer más visible a la ELA. Lo que demuestra la riqueza del reino de las paradojas, cuando lógica y realidad se enfrentan.

Algunas personas podrían concluir que este ha sido un baldón más de los políticos (no de todos, naturalmente), mientras que otras extenderían su mantel sobre una mesa huérfana de alimentos desde hace tiempo. Debates a un lado, lo que parece indudable es que sobran muchas raciones de egos y faltan muchas dosis de humanidad.

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