Opinión

Artemio

La vida de los pueblos, casi hasta nuestros días, estuvo ligada a la de sus párrocos. Como humanos, los hubo de excepcionales cualidades aunque también, los menos, para no recordar; don Artemio está, sin duda, entre los primeros.

"Artemio era un cura paisano, un paisano que no parecía un cura, por eso era tan apreciado en Casu". Suscribo esa definición leída en las redes sociales. Sabía de su enfermedad (nunca daba importancia a sus padecimientos físicos) y de tarde en tarde nos enviábamos correos; teníamos en común nuestra pasión por la historia casina. Tomamos ocasionalmente un último café en la terraza del Rívoli hace un tiempo que me parecía anteayer hasta que la noticia de su muerte, el pasado día 13, me reconcome pensando en las cosas que vamos postergando hasta que no tienen remedio.

Llegó a Tanes en 1966 sustituyendo al célebre don Vicente. Cuando las vocaciones y los curas empezaron a escasear, Artemio fue incorporando otras parroquias y pueblos a su tarea pastoral. Ese proceso irremediable en el que la despoblación fue diluyendo las referencias de los pueblos, donde las escuelas, las rectorales, los cuarteles y hasta los chigres son apenas recuerdos del pasado.

Conocí al don Artemio de voz grave y solemne en sus ritos religiosos y al Artemio humilde y sabio, tan distinto al semblante de seriedad que parecía protegerle, el que me abrió las puertas de la rectoral para consultar los libros que con tantos siglos conservaba la parroquia, hoy a buen recaudo en el Archivo Diocesano. Al que debemos también la recuperación de los archivos de Caleao, que se pudrían por desidia en un viejo arcón comunal, la transcripción de los libros de fábrica con los aconteceres de las parroquias y, sobremanera, sus desvelos por la decencia arquitectónica de las viejas iglesias y capillas, especialmente su lucha porque la parroquial de Tanes no sucumbiese a los daños que el pantano le estaba originando allá por los años ochenta. Un cura paisano al que siempre recordaré abriendo con respetuosa veneración los sagrados apuntes que guardaban los nombres de los antepasados.

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