Opinión

Tierra quemada

La destrucción de los pueblos de Caso durante la guerra civil

Cuando se pretende reescribir el pasado desde las propias leyes, impregnadas de posiciones meramente ideológicas, flaco favor se hace a la Historia. La batalla por la verdad histórica y la memoria democrática no se gana adulterando lo acaecido para exonerar de responsabilidad a determinado bando, o echando la culpa al contrario por los dolorosos pasajes del ayer, pues solo contribuye al fraude y al engaño.

El concejo de Caso tiene una apasionante historia, que viene de remota antigüedad. Pero quiero referirme a un tiempo relativamente cercano, al doloroso octubre de 1937, cuyas páginas figuraron ya en la inmediatez periodística de aquellos días, cada una con su particular cabecera editorial. Resulta decepcionante advertir en recientes publicaciones el revisionismo sesgado con que se tratan los dramáticos acontecimientos que se vivieron en el concejo de Caso durante la pasada guerra civil; aunque, seamos benévolos, tal vez se deba al desconocimiento general sobre nuestro territorio y su pasado. Por ello escribo esta columna, antes de que la «damnatio memoriae» nos cierre la pluma para esa eternidad que a duras penas durará los años que tarden en cambiar los vientos políticos.

Diversos historiadores insisten en que la destrucción del pueblo de Tarna fue originada por terribles bombardeos de la aviación franquista, la cual, tras aniquilar la heroica defensa del puerto por las tropas republicanas, se ensañaría con extrema furia en tan pobre caserío. Esta versión se va consolidando, o cuanto menos, siembra la duda sobre la versión de los ganadores de la guerra civil, hasta el extremo de que hoy parece adquirir la condición de versión oficial de los sucesos, aunque, curiosamente, nada explican para otras aldeas reducidas a cenizas en las mismas fechas.

Podría ser lícito cuestionar lo narrado in situ por el periodista Tebib Arrumi o las conclusiones de la Causa General, pues la batalla de la información intoxicaría, lógicamente, las circunstancias a favor del franquismo. Sin embargo, menos dudosos son los diarios de operaciones de las unidades aéreas que participaron en las operaciones del frente de Tarna y que no reflejan bombardeos sobre el pueblo en esos días, aunque sí sobre las posiciones del puerto de Tarna. Tampoco son sospechosos los partes de novedades de los batallones de ambos bandos que operaban en la zona y que tampoco refieren bombardeos sobre el pueblo de Tarna.

Pero lo que resulta absolutamente incuestionable son los testimonios de los propios vecinos que presenciaron aquellos hechos y que transmitieron tan dramática experiencia a sus descendientes, integrando la tradición oral del pueblo casín. Estos testimonios relatan con absoluta certeza que el pueblo de Tarna fue incendiado por el ejército republicano que, en su retirada, aplicaba la llamada táctica de guerra quemada; todavía hoy se recuerda como, con gran violencia y sin apenas tiempo para recoger los enseres más necesarios, los vecinos de Tarna fueron desalojados de sus casas; también el caso de algún tarnín que se enfrentó y dio muerte a un miliciano que pretendía incendiar su casa, logrando así salvarla. Muchos de estos testimonios están recogidos en la impagable obra titulada «Vo contate la guerra» en la que María E. González recogió los nítidos recuerdos de numerosos ancianos que vivieron aquellos aciagos días. Dicha táctica había sido ordenada por el Estado Mayor del Ejército del Norte y contemplaba la destrucción de núcleos de población, industrias e infraestructuras. El escritor socialista Juan Antonio Cabezas, nada sospechoso de franquista, narra en su obra «Asturias, catorce meses de guerra civil» la destrucción del pueblo de VillamanÍn en León cumpliendo dichas órdenes.

En el concejo de Caso esta táctica de tierra quemada supuso la destrucción mediante incendio de los pueblos de Tarna, Pendones y La Foz por parte de unidades republicanas en su retirada, al igual que la voladura mediante dinamita de la mayoría de los puentes del concejo, condenando a los casinos a inútiles sufrimientos y miseria durante años. En Bezanes, la rápida llegada de las tropas del Coronel Muñoz Grandes libró al pueblo de la hoguera, aunque ardieron algunos edificios pertenecientes a significados derechistas. Del afán destructor se salvó el pueblo de Sotu gracias a la vvalentíade algunos vecinos que derramaron los bidones de gasolina, preparados para la pira, en el Nalón. Estos fueron los hechos reales contados por personas de uno y otro signo que lo vieron con sus propios ojos y, desgraciadamente, lo padecieron.

La capital del concejo, Campo de Caso, también sufrió parecida furia destructora aquel fatÍdico octubre del 37, en este caso por el bando contrario: los aviones alemanes de la Legión Cóndor asolaron la villa destruyendo buena parte de su casco urbano, al igual que ocurrió con el pueblo de Orlé, pequeños Guernica sobre los que se extendió un manto culpable de silencio. Después vendría el peregrinaje errante de quienes todo lo habían perdido, la adquisición de la condición de «pueblos adoptados por el Caudillo» y la lenta reconstrucción por la Dirección General de Regiones Devastadas, en los oscuros años del régimen franquista.

Cuando tanta tinta se derrama sobre la Guerra Civil debemos recordar que, proporcionalmente, nuestro concejo fue uno de los mayores damnificados de Asturias. Ochenta y seis años después de los acontecimientos, dejemos las trincheras y los búnkeres como recuerdo y homenaje a los que lucharon por sus ideas o fueron, simplemente, obligados a participar en la peor página de nuestra historia. Sacudamos del espíritu los odios viejos, no pretendamos iluminar el pasado desde la perspectiva de nuestros días y no arrimemos el ascua a nuestra conveniencia política tergiversando los acontecimientos históricos. No olvidemos que las guerras las pierden siempre los más pobres, los que llevan los golpes de los «hunos y los hotros».

Suscríbete para seguir leyendo