Opinión | Pasado imperfecto

La Revolución de los Claveles cumple 50 años

Cinco décadas del cambio político en Portugal para pasar de la dictadura a una democracia liberal

El movimiento militar portugués del 25 de abril de 1974, considerado como el más progresista del mundo occidental en el siglo XX, terminó con la dictadura más longeva de Europa en cuestión de horas y sin apenas resistencia.

Se ha dicho que Portugal era antes de la revolución un mundo atormentado. Un país triste, pobre, oprimido en el que cualquier cosa podía ser castigada. Y donde era muy difícil aspirar a un futuro esperanzador. Por contraste, la revolución de las Fuerzas Armadas se bautizó en principio como un movimiento liberador, jubiloso, pacífico.

En junio de 1999, Otelo Saravia de Carvalho, coordinador y uno de los adalides del golpe de Estado, pronunciaba una conferencia en el salón de actos del Instituto Jerónimo González de Sama de Langreo. Habló en aquella ocasión de los éxitos, dificultades y declive de una "revolución ejemplar". El malestar de buena parte de la población civil por la falta de libertades y la inquietud de las Fuerzas Armadas por la sangría colonial habrían sido las dos causas determinantes del triunfo revolucionario. Y una vez derribada la dictadura salazarista, había que devolver "la dignidad al pueblo portugués, estableciendo una democracia liberal".

El punto de inflexión del proceso de transición lo marcaron sin duda las elecciones constituyentes de abril de 1975, en las que el Partido Socialista obtuvo 116 diputados de 250, seguido del centrista Partido Social Demócrata con 81. Sin embargo, con sólo 30 diputados, el resultado electoral del Partido Comunista, una de las principales fuerzas opositoras a la dictadura, fue muy decepcionante para sus expectativas políticas.

Días después, durante la jornada del 1ª de mayo, se produjeron violentos enfrentamientos entre partidarios comunistas y socialistas en varias ciudades portuguesas.

La situación se fue agravando en los meses posteriores. Un período de extrema tensión social y política, conocido como el "Caluroso Verano del 75". Se llegó a temer que estallara una guerra civil.

Estuve aquel verano en Lisboa, en cuyas plazas públicas más céntricas se debatía apasionadamente sobre un futuro lleno de incertidumbres. El dilema político se planteaba entre revolución y democracia liberal: dos opciones teóricamente excluyentes.

En noviembre, la anarquía política alcanzó tal grado que el Gobierno se declaró en huelga, alegando que "de ningún modo se daban las condiciones para gobernar el país" .

En el contexto histórico de la Guerra Fría (Portugal pertenecía a la OTAN desde 1949), con dos bloques geopolíticas bien definidos, no parecía posible que triunfara en Portugal una revolución comunista.

La escalada de violencia culminó con el fallido golpe de Estado del 25 de noviembre de 1975 protagonizado por activistas revolucionarios de extrema izquierda. El contragolpe del militar y político moderado, Ramalho Eanes, "restableció entonces el sistema democrático" con el apoyo del Partido Socialista y de su líder Mario Soares.

Por último, y a modo de inciso, sorprende el respaldo electoral (50 diputados) al partido de extrema derecha Chega en las elecciones parlamentarias del pasado 10 de marzo: medio siglo después del inicio de la Revolución de los Claveles.

Algunos especialistas explican ese respaldo por el cansancio de buena parte de la población portuguesa ante la falta de soluciones a sus problemas más acuciantes: bajos salarios, malas condiciones de trabajo, desempleo, alto precio de las viviendas o escasas expectativas para los más jóvenes.

De todas formas, sean cuáles sean las circunstancias, el 25 de abril se ha convertido en la fiesta nacional por antonomasia de Portugal. Es también el "Día de la Libertad": una fiesta popular en la que participan miles de ciudadanos con la idealista convicción de que la dictadura jamás será posible en su país.

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