Opinión | de lo nuestro Historias heterodoxas

Sobre la capilla de San Andrés de Murias

Relato de la destrucción, durante la Guerra Civil, de la ermita allerana entre cuyas ruinas se halló, en 2000, la lauda sepulcral de Flora

Arqueólogos, historiadores y en general todos los interesados por el mundo antiguo y especialmente por el pasado de Asturias asistimos desde hace unas semanas a una polémica sobre cuál fue la verdadera función de Santa María del Naranco. Durante siglos se creyó o se hizo creer que era una iglesia –de ahí su nombre–, e incluso se le añadieron unas escaleras y un campanario para que tuviese más apariencia de templo, pero ya hace décadas que los expertos en arte prerrománico desecharon esa idea y nos convencieron de que se trataba de un edificio relacionado con las funciones palaciegas del rey Ramiro I, levantado según su lápida fundacional en el año 848.

Sobre la capilla de San Andrés de Murias

Sobre la capilla de San Andrés de Murias / Ernesto BURGOS

En esas estábamos hasta que ahora el arqueólogo César García de Castro ha resucitado una hipótesis que ya expuso en 1993 en su tesis doctoral, "Arqueología Cristiana de la Alta Edad Media en Asturias", e interpreta una gran losa aparecida en el curso de unos trabajos de conservación de este edificio como la base que sustentaría el sarcófago del monarca, con lo cual deberíamos ver Santa María como un panteón real con su correspondiente capilla.

La pieza en cuestión mide dos metros y pesa 600 kilos, pero quienes se oponen a esta idea –que son mayoría en la Universidad– piensan que solo es una tribuna preparada para que Ramiro I apareciese con más porte cuando daba sus discursos. García de Castro es un experto en prerrománico, que cuenta con un impresionante currículo de publicaciones y excavaciones sobre el Naranco, donde ya localizó en la década de 1990, a 40 metros de Santa María, una estructura con forma de torre cuadrangular que sí pudo formar parte de un palacio y se burla de esta idea porque la supuesta tribuna mira a una ladera donde el rey solo podría dirigirse a las ovejas y cabras que pastan allí apaciblemente y tendría que estar en el lado opuesto, mucho más apto para acoger a sus súbditos.

La discusión entre expertos promete ser larga y la he traído a esta página para que vean cómo la historia es una disciplina abierta, especialmente cuando tratamos cualquier asunto que tenga más de mil años. Por ejemplo, la inscripción que encontraron unas chicas en Murias de Aller en abril de 2000 y que se guarda celosamente en este pueblo.

En este caso, se trata de un fragmento de una lauda sepulcral que se ha perdido en su mayor parte. El trozo que se conserva tiene un grosor uniforme de 5 cm y forma trapezoidal, midiendo 59 cm en su parte superior y 23 en la inferior por 49 cm de alto.

Ya he publicado en este periódico dos artículos sobre ella (por cierto, sin que nadie más haya seguido esta pista). La primera vez fue en el momento de su aparición, porque tuve la suerte de que quienes la rescataron eran alumnas mías en el Instituto de Aller y me la mostraron enseguida. La segunda, veinte años más tarde, cuando la volví a ver detenidamente en Murias, con la ayuda de mi amigo el epigrafista José Manuel Valdés, quien se dio cuenta muy pronto de su importancia.

En la piedra se puede leer parte de una inscripción funeraria que incluye el nombre de Flora y el inicio de una fecha que nos permite datarla entre los años 762 y 961, aunque por el tipo de letra seguramente se acerque más al siglo X; pero, de cualquier forma, la polémica suscitada en torno a Santa María del Naranco demuestra que cualquier detalle puede ayudar a poner en su marco histórico hallazgos que como este no tienen otro tipo de documentación. Por eso voy a contarles ahora cómo se destruyó la capilla entre cuyas ruinas se halló esta lápida.

Se trataba de una pequeña ermita dedicada a San Andrés, bastante apartada del pueblo de Murias, bajo un antiguo camino vinculado a la ruta secundaria que elegían algunos peregrinos entrando en Asturias por el valle del río Negro para dirigirse a San Salvador y que en el siglo XIX fue muy venerada, como lo demuestra todavía una inscripción grabada en la roca en 1861 en la que los obispos de Oviedo y de León concedieron 80 días de indulgencias a todas las personas que rezasen un Ave María mirando hacia ella.

En plena guerra española (1938), el dominico Manuel González Hoyos publicó en Burgos el libro titulado "Esto pasó en Asturias" contando como se había desarrollado la persecución religiosa en el concejo de Aller y especialmente en este valle y en torno a Murias. Como pueden ustedes suponer, tanto por la fecha como por la identidad del escritor, se trata de un libro muy parcial y dedicado a ensalzar a los militares golpistas. De hecho, lleva en su primera página un retrato de Franco al que se identifica como "Espada de Dios, Caudillo de España, Martillo del bolchevismo y Libertador de Asturias"; pero está lleno de nombres, datos e informaciones que nos sirven, por ejemplo, para conocer lo que ocurrió con esta capilla.

Según el dominico, ante el avance de las columnas gallegas sobre Oviedo se decretó la movilización de los voluntarios que habían dado sus nombres a los Comités locales, entre ellos el de Murias, compuesto exclusivamente por jóvenes: "Delfín González, que era alcalde de barrio y presidente; Juan José, secretario; Luis García de Rosa del Corral; Emilio y Jesús de Filomena del Corral; José Baizán de la Sierra; Jaime de Emilia, Belarmino García; Jesús Fernández González de Resto; Reinerio de Tirso; Secundino Fernández Solís, Carlos García de Donata, José María de Feliciana… y alguno más".

En aquel momento, ya se habían bajado las campanas de la iglesia de Murias y de la ermita de San Andrés hasta Moreda y, según este autor, hubo quien propuso arrasar el templo y no dejar de él piedra sobre piedra. También se había obligado a los derechistas del pueblo a sacar los confesionarios y llevarlos hasta la carretera donde servían como garitas de guardia; sin embargo, los voluntarios retornaron a los diez días de su partida porque en el frente sobraba gente, pero faltaban armas, y para celebrar su regreso se organizó una merienda campestre en la que corrió el vino con abundancia.

En el pueblo la casa rectoral funcionaba como cuartel de milicias después de haber sacado de allí los libros parroquiales que había puesto a salvo el maestro del pueblo, pero en otra habitación quedaban todavía algunos del archivo del párroco y entonces quienes había prolongado la merienda hasta el amanecer decidieron seguir la fiesta haciendo una hoguera con ellos.

A continuación, se dirigieron hasta la iglesia, rompieron las puertas y penetraron en ella destrozándolo todo: "hicieron rodar por el suelo la pila bautismal y con ella los vasos del culto, imágenes y ornamentos y varios milicianos revestidos con casullas y otros ornamentos se llevaron la imagen de María Inmaculada, luego fueron a la carretera donde aguardaba una camioneta para llevarlos a Moreda y avisaron con la explosión de cartuchos de dinamita a los que estaban haciendo lo mismo en Santibáñez para que bajasen a reunirse con ellos. Una vez juntos, colocaron la imagen en la delantera de la camioneta y bajaron con ella por la carretera hasta Moreda, donde la arrojaron al río mutilada y deshecha".

Sin embargo, lo que más nos interesa es lo sucedido con la capilla de San Andrés, hasta la que llegaron también los voluntarios del Comité para hacer lo mismo que con la parroquia. Sin embargo, según el libro de Manuel González Hoyos "cuidadosamente y con santa y loable previsión, habíaseles adelantado Aníbal Cordero, el cual logró sacar de la ermita y esconder en un pajar cercano lo que él juzgó piedra del ara y no era otra cosa sino una simple losa de mármol, pues por entonces no existía ara ninguna en dicha capilla".

De estos párrafos deducimos que la inscripción altomedieval de Murias estuvo allí abandonada desde 1937 y que es probable que aún queden otros fragmentos entre las ruinas. Lo que no sabemos con certeza es por qué se escogió un sitio tan apartado para levantar esta capilla ni tampoco el momento en que se hizo la obra, pero todo indica que nos encontramos con un enterramiento –o tal vez una necrópolis– que por algún motivo tuvo tanta fama que se levantó sobre él un lugar de culto.

Por la fecha que manejamos, la lápida de Flora pudo grabarse en el periodo de mudanza de las instituciones del reino de Asturias hasta León. Un poco más abajo, en Villanueva, la familia de Jesús González Folgueras guarda con respeto otra lápida funeraria, en este caso bien estudiada, dedicada al cristiano Braulión en el año 895. La existencia de dos inscripciones aproximadamente de la misma época, en un espacio geográfico tan cercano, nos habla de la importancia que tuvo entonces este territorio y merece un estudio académico más profundo.

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