Saúl Fernández (Madrid, 1974) presenta, como escritor, un caso anormal. Cuando lo corriente, es decir, lo frecuente, lo normal, es el aprovecharse de cierta posición de mando en el mundo de las letras, aunque sólo sean las de Asturias, para auparse a uno mismo a la gloria, aunque sólo sea la de aquí, este escritor avilesino por pación y paciencia desechó la posibilidad de los laureles no haciendo apenas propaganda de sus relatos contenidos en Maneras perdidas y otras historias o Basado en hechos reales, y quizá menos aún de su novela Las demás historias. Pudo hacerlo apoyado en aquel programa de la tele que condujo junto a Laura Castañón y bajo la capitanía de Pedro de Silva. Pudo hacerlo desde la revista «Pretexto», que supervisó desde el puente de popa. Pudo hacerlo apuntándose a una de esas tertulias literarias que dan fama efímera, pero la dan y a muchos satisface y basta. Sin embargo, se mantuvo al margen y buscó que sus obras fuesen tan sólo esparcimiento para los amigos, sin añorar otros empeños triunfales, aun siendo las tres mucho más estimables que tantos ladrillos que nos sirven desde Madrid o Barcelona acuñándolos como «nueva narrativa» y esas cosas. Saúl Fernández se inició en este mismo Suplemento «Cultura» y hoy hace carrera como redactor de LA NUEVA ESPAÑA, sin olvidar antologizar al prójimo (véase su El centauro) y desocuparse de sí mismo.

Esta anormalidad tampoco lo lleva a creerse maldito, y bien me gustaría que se acabase su no normalidad con el presente libro de fragmentos, más que relatos o cuentos, y la novela que alumbrará en diciembre, titulada En medio del invierno. Los llamo «fragmentos» o «microfragmentos» a los contenidos en Quiero seguir siendo rubia porque parecen voluntariamente trozos o partes fugaces de un discurso más amplio, de un Relato con mayúscula, que corresponde a los tiempos que vivimos y que Saúl Fernández presenta despiezado, en forma de flashes esquivos, apuntes, cortes en el tiempo. Es decir, no redondea con sorpresa final, con intriga creciente, con trama enrevesada sus páginas. Nos ofrece una vista inacabada, quizá la única que de verdad retrata esta época. De ahí las mezclas chocantes de las citas iniciales (Dante o «Simple Minds», Montanelli o «Frankie goes to Hollywood»), de ahí los escenarios tan diversos (Londres o Avilés, Venecia o Cangas del Narcea). Así pues, leemos una forma de contar que no aspira a ser un Cuento, un Relato o un Discurso, sino un fragmento del cuento, el relato o el discurso imposible de contar, pues no existe, en estos comienzos del XXI. A la búsqueda del Sentido, responde Saúl Fernández indagando en los sentidos, si los hubiere, en esos tajos en el tiempo que elige para narrar el presente. Ojalá estemos asistiendo con ellos al fin de la anomalía que Saúl Fernández representa y lo integren en el circuito que merece, ni maldito, ni minoritario, ni oculto, ni apenas entrevisto.