Hace algo más de un año, Josep Fontana, uno de los pocos maestros de historiadores vivo de su generación e intelectual íntegro y comprometido con su tiempo, nos ofrecía una monumental historia del mundo tras la II Guerra Mundial que ha sido, como él mismo ha reconocido, el origen de este reciente y sugerente y oportuno ensayo historiográfico, El futuro es un país extraño (Pasado&Presente). La propia persistencia y gravedad de la crisis económica actual que todavía en su fase incipiente analizaba en su obra anterior, así como su compromiso como historiador e intelectual con su tiempo, le han llevado a ahondar y buscar en esta obra el verdadero significado de la grave situación social y económica actual. Y ello porque sólo desde un diagnóstico certero de lo que está ocurriendo se podrá poner remedio radical a esta grave situación social y económica que padecemos. Y sólo desde la luz que arroja para un historiador la evolución histórica de los dos últimos siglos, se demuestra la obsolescencia de una visión del pasado nacido de la Ilustración que presuponía (falsamente) que la flecha directriz del mismo era el progreso continuo y ascendente.

El futuro, como demuestra de manera evidente y clara lo ocurrido desde los últimos decenios del siglo anterior y ha continuado sucediendo con el estallido de la crisis financiera de 2008 y su transformación en la Gran Recesión que estamos atravesando, es desde el presente -como enuncia en el título de su libro- un país extraño, sometido a la amenaza sombría de la desigualdad, la pobreza de los más, la destrucción ecológica y la limitación fáctica de los derechos civiles, políticos y sociales ciudadanos. Futuro éste que nos conduciría (no irremediablemente) a un mundo dominado por esta fase del capitalismo salvaje neoliberal que estamos viviendo en el presente Y que ha puesto a la humanidad ante una situación crucial cuyo remedio sólo puede venir de la toma de conciencia de nuestra realidad y de la oposición y lucha consecuentes que la mayoría de los hombres de hoy hagamos para enderezar el rumbo injusto y antidemocrático que una minoría trata de imponernos.

Porque para Fontana, la actual crisis económica que padecemos es algo más que otra crisis más del capitalismo, esto es, una crisis surgida puntualmente en 2008 bajo la forma de una crisis financiera que finalmente se ha convertido en una profunda crisis económica. Más bien estamos ante una verdadera crisis social de origen político efecto de un proceso iniciado hace cuarenta años y consecuencia de un proyecto perfectamente calculado y llevado a la práctica, primero en Estados Unidos y Gran Bretaña y después en Europa, por determinadas élites empresariales y financieras para poner fin al capitalismo de rostro humano que se había instalado tras la II Guerra Mundial.

La crisis de 2008 hay que inscribirla, pues, en una etapa regresiva del capitalismo que demuestra fehacientemente que el progreso indefinido en que se creía no era sino un espejismo, pero también que el capitalismo domesticado implantado tras la II Guerra Mundial no había sido concedido gratuitamente, sino arrancado al capital a través del miedo al bloque soviético y a la lucha de las clases no propietarias. Pero en los setenta ese miedo se esfumó tras el proceso imparable de decadencia de la Unión Soviética. La consecuencia, en el mundo anglosajón, fue que la clase capitalista dio un verdadero golpe de Estado. Y a través de un proceso de privatización de la política (control de las elecciones, imposición de leyes económicas desreguladoras, rebajas fiscales para las empresas y los más ricos, privación y limitación de derechos civiles, políticos y sociales...) y de la privatización del Estado (desmantelamiento del Estado de bienestar convirtiendo en negocio privado sus funciones) abrió las puertas a esta fase de capitalismo de casino que estamos viviendo, cuyas consecuencias, además de la crisis financiera y económica, han sido la desigualdad social, la pobreza para la clase media y trabajadora, además del vaciamiento de la democracia formal penetrada por los poderes económicos, aderezado todo ello por las limitaciones de numerosos derechos políticos, civiles y sociales que tanto tiempo y tantas luchas había costado conseguir.

Fontana demuestra, además, con profusas referencias documentales, cómo en Estados Unidos y Gran Bretaña la respuesta que se sigue intentando dar a la crisis financiera y económica es una solución sesgada desde los principios de esa política neoliberal que no sólo está sirviendo para ahondar más la crisis social, sino que, en realidad, su objetivo último tiene como prioridad profundizar más en ese modelo neoliberal y en el beneficio del capital empresarial financiero. Es el mismo proceso (especulación, crisis, rescate de la banca, empobrecimiento de los trabajadores y las capas de medias, justificado todo ello por la fábula que atribuye la crisis al exceso de gasto público) que, con algo más de retraso, debido al mayor calado del Estado del bienestar que existía en nuestro continente, se ha producido también en Europa al estallar la crisis financiera. Con el agravante de que aquí se ha ido todavía más allá en el control de la política por la banca y en el empobrecimiento de los ciudadanos de la Europa del Sur.

A escala global, la Gran Recesión está teniendo también unas consecuencias profundamente negativas de pobreza y conflicto a cuyo análisis dedica nuestro historiador un excelente capítulo de su libro que nos proporciona en unas pocas páginas una reveladora radiografía de la actual situación mundial. Del mismo modo, la crisis social en marcha ha originado un conjunto de nuevos movimientos de resistencia y de protesta contra sus perversas consecuencias con cuyo estudio cierra Fontana su obra. Algunos de esos movimientos como los de los Indignados, Occupy Wall Street son más conocidos por desarrollarse en el centro del sistema y otros menos por hacerlo en la periferia, como los de los estudiantes chilenos y Vía Campesina. Quizá, porque el de los Indignados es mejor conocido entre nosotros, Fontana pone el énfasis, sobre todo, en el análisis de Occupy, del que hace un detallado análisis de su desarrollo, significado, limitaciones y posibilidades.

En fin, no es extraño que este libro ocupe ya un lugar preferente en muchas de las listas de libros más leídos. Es el justo reconocimiento no sólo de la sabiduría historiográfica de su autor, sino también, sobre todo, de algo que hoy echamos tanto de menos, su coherencia ideológica y honestidad intelectual.