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Poesía

Los adioses de Ardisana y Ángel Pariente

La poesía asturiana pierde en menos de una semana a dos de sus autores más notables, en bable y castellano, del último medio siglo

Los adioses de Ardisana y Ángel Pariente

La lírica española debe a Ángel Pariente (1937-2017) sus estudios sobre el surrealismo y el culteranismo, dos de las más duraderas pasiones del autor gijonés, además de un muy premiado Diccionario bibliográfico de la poesía española del siglo XX. Y esa colección de entrañables y frágiles libros amarillos que Ediciones Júcar, bajo el título de Los Poetas, empezó a publicar en 1972. También un puñado de poemas memorables: composiciones en las que resisten unos cuantos versos de preocupación civil, algunos haikus, canciones con la música asonante o versículos en los que se juntan fortuitos un revólver y una máquina de coser, siguiendo a su amado conde de Lautreamont, del que tradujo todo.

Un legado que resumimos aquí con evidente injusticia hacia su talento y su talante, él que se marchó veinteañero a vivir a Madrid un poco harto de la hostilidad ambiente. Los pobres no lo han tenido fácil nunca. Tampoco en el Gijón gris de la larga posguerra de los vencedores y los vencidos. Y en la capital española falleció el pasado 27 de marzo, a los 79 años, después de una vida consagrada a hacer de la poesía un "albergue" o un "refugio" contra las iniquidades de la vida.

Ángel Pariente pertenecía por edad al grupo de poetas más jóvenes de la Generación del 50. Era un año mayor, por ejemplo, que el también fallecido Carlos Sahagún. Y con algunos de ellos compartió, en momentos, el tono civil y crítico de una poesía que se quería amasada con las palabras claras de andar por la calle. Pero el conjunto de sus versos, que reunió y reorganizó en Poesía (1966-2013), un volumen publicado por Renacimiento, presenta muchas más facetas. Mayor ya, me contó en una ocasión que no creía que la poesía sirviera para cambiar el mundo. Buscó como Novalis la flor azul. Y la halló, pese a que él creyera lo contrario, en alguna línea que aún nos emociona.

Como la encontró también Pablo Ardisana (1940), fallecido el pasado lunes, en una obra breve e intensa que desplegó en sus tres libros en asturiano. Con motivo de su muerte, hay quien ha visto en el autor llanisco algo así como el último poeta del agro, el versificador de un bucolismo neorrural en el que las vacas (por ahí andan Mora, Noble y Clavela) se han convertido en rentables máquinas lácteas. Enraizado en su valle ofrece sin duda ese lado lírico, pero hay en Ardisana un poeta de temas y tonos más complejos. Por edad era el mayor de los poetas del Surdimientu, el movimiento de renovación de la poesía asturiana que toma forma a partir de finales de los años setenta. Sin embargo, su primer libro en asturiano ( Armonía d'anxélica sirena) es de 1986 . Su dicción enlaza, en ese sentido, con las voces renovadoras de los poetas más jóvenes de entonces, de Antón García a Berta Piñán o Xuan Bello.

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