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La cárcel social en la pluma del último Dickens

Hambre, sed, frío y palizas son los cuatro puntos cardinales del universo del pequeño George Silverman cuando es liberado del sótano en el que sus padres, recién fallecidos, lo tenían encerrado. A la altura de 1868, dos años antes de morir, Dickens añade a su habitual estado de gracia esa rara lucidez inducida por la inminencia de la muerte. De modo que Silverman, protagonista de una novela corta que condensa una vida, no resulta uno más de los niños esclavos que agitan sus narraciones. En manos de un Dickens sin cadenas, que no duda en arrancar dos veces en falso el relato, Silverman se convierte en acabado ejemplo de niño salvaje redimido de la orfandad para ser condenado a la pena perpetua de una civilización que reprime todos sus deseos por la culpa. Siglo y medio después de ser escrita, La declaración de George Silverman sigue hiriendo la pupila con la fiereza de la luz concentrada por la mejor lupa.

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