bloc de notas

Memorias del napátrida

Erri De Luca profundiza en el desarraigo en una bella historia parcelada de desapego a la pertenencia y a la vez orgullo, que le devuelve a la ciudad de sus orígenes

Erri De Luca

Erri De Luca / PIM

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

La escritura de Erri De Luca (Nápoles 1950) es culta, fluida y elegante, está llena de musicalidad. Resulta especialmente lírica en "Napátrida" (Napòlide, en italiano), un pequeño y hermoso libro autobiográfico, publicado por primera vez en 2006 y que ahora ve la luz gracias a Periférica. Para apreciarla no hace falta estar de acuerdo con algunas sentencias iluminadas, más que luminosas, del autor: rescoldos de aquellos "folios sísmicos" que, de joven y siendo albañil en las fábricas del norte, De Luca enviaba a "Lotta Continua", el periódico de la organización homónima de extrema izquierda, de la que salió para dedicarse a la literatura y a las causas humanitarias. "Napátrida" profundiza en el significado del desarraigo, refiriéndose a Nápoles, su ciudad de origen, que dejó con apenas dieciocho años para después fugazmente volver.

Es esa Nápoles del desapego y del amor, herida y mágica, que Anna Maria Ortese describió con una mezcla de fascinación y horror, que encuentra a sus santos bajo tierra, los pesca en la lava incandescente del Vesubio y recoge de los chorros de magma que parten los terroni. Una Nápoles que reza en el lenguaje físico, de los silencios sonoros y los clamores, que se desliza al mar a través de embudos y callejones angostos, la misma que Erri De Luca abandonó teniendo aún cuerpo de muchacho, como él mismo escribe, cuando su padre con los ojos secos no distinguía ya el cielo del mar. "Así fue como Nápoles se cerró a mis espaldas echando una cortina tras otra para retirar la luz, como la retina desgarrada de mi padre ciego asomado a la terraza". Nunca más, cuenta, volvió a echar raíces en ninguna otra parte: "Quien se despega de Nápoles se despega en el fondo de todo: ni siquiera le queda saliva para pegarse a nada ni a nadie". Escribe en las primeras páginas que si bien no tiene derecho a definirse como apátrida, puede decir de sí mismo que es napátrida: "Alguien que se ha raspado del cuerpo sus orígenes para entregarse al mundo".

El primer recuerdo, la historia del viaje que el autor emprende a los dieciocho años, es también el preámbulo de un regreso posterior para amar. Cuando el amor llega a su fin, entonces De Luca abandona a su chica y la ciudad para siempre. Luego reviven otros muchos: la ira de la maestra de primaria; el dialecto local; las comedias de Eduardo De Filippo, "como si fueran el esqueleto de una novela, reducida a la mera acción de las voces"; la furia desatada del ábrego en la punta del muelle de Mergellina, que simulaba el Cabo de Hornos; el fútbol y Maradona; la sexta flota americana; la pesca; las calles; el volcán, y el ragú. Las páginas incluyen semblanzas de Totò y Giancarlo Siani, el periodista asesinado por la Camorra. Y resuenan las voces perfectamente audibles de las historias escuchadas en voz alta en la infancia, porque se trataba de una infancia acústica, en la que el oído era el órgano maestro. El autor de "Napátrida" aguarda hasta el final para mirarse en el espejo en el que contempla la imagen de un hombre solitario que cocina un plato de pasta por la noche y que se percata de que es Navidad solo por el reflejo a través del cristal de la ventana de su rostro opaco, "rodeado de un confeti de gotas luminosas". Entonces, ese hombre que come y bebe en soledad coge una guitarra y canta una canción que se extiende por el cuarto.

Nápoles no es únicamente el escenario, sino el personaje de este homenaje de un hijo que halló la manera de desprenderse de su pertenencia reivindicando, al mismo tiempo, el orgullo de ser napolitano. Igual que pensaba el propio Raffaele La Capria, en su admirada génesis partenopea, puedes amar mucho un lugar sin convertirlo en el topos de tu existencia. Erri De Luca cita en una de las veinte pequeñas piezas de "Napátrida" las palabras "Ver Nápoles y morir" referidas al relato de Conrad, de 1906, ambientado en la ciudad, para resumir la manera en que la muerte ha sido capaz de convivir a lo largo de los años con el principal reclamo turístico. La inseguridad y el matonismo camorrista, con la belleza. El desaliento y la esperanza.

portada NAPATRIDA

portada NAPATRIDA

Napátrida

Erri De Luca

Traducción de Carlos Gumpert Melgosa

Periférica, 144 páginas, 12 euros 

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