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Arévalo, el rey del chiste de cassette que se negó a abdicar

El comediante valenciano que empezó su carrera como bombero torero, fue adaptando su humor para mantener la popularidad en tiempos adversos

Arévalo.

Arévalo. / TVE

Voro Contreras

Quizá se nos haya quedado en el recuerdo que, por aquel tiempo, el país parecía dividirse entre los que escuchaban en el radiocassette los chistes de Eugenio y los que preferían reírse con los de ArévaloPero no se crean, la mayoría de los que degustaban este tipo de humor (y eran muchos) solía combinar ambas opciones con bastante naturalidad. Los dos cuentachistes, además, tenían un nutridísimo grupo de fans, llenaban salas de fiestas y convocaban a millones de espectadores cada vez que salían en televisión.

Pero hoy, a Eugenio le dedican documentales, películas y programas nostálgicos y a Arévalo, no. Resulta que el humor es un material tan delicado que, al menos como espectáculo, tiende a quedarse viejo con más rapidez que, por ejemplo, la amargura, el odio o la tristeza.

En el caso de Arévalo, ha quedado bastante claro que aquellos chistes suyos de andaluces, gangosos, pasotas y mariquitas dan hoy más lástima que risa. Como ciertas prendas que nos hacían sentirnos atractivos y elegantes allá por nuestro Pleistoceno y de las que ahora nos avergonzamos cuando nos topamos con ellas en el álbum de fotos familiar.

Pero ojo, da la sensación que fue el propio Arévalo el primero en darse cuenta de este fenómeno del chiste ajado. Arévalo fue adoptándose a su manera a los tiempos, edulcorando poco a poco sus historias, manteniendo cierto carisma entre un público que tampoco necesitaba mucho más, ganándose la vida entre platós y escenarios en tiempos en los que muchos compañeros de generación y gracias habían pasado ya al olvido.

Un capote chiquitito

Nacido en Madrid y criado en Catarroja, Arévalo artista fue, desde el principio, hijo de su tiempo, desde que debutó junto a su padre en el Bombero Torero, vestido de payaso y sacando de la maleta un capote chiquitito para citar a la vaqulla, hasta que acabó frecuentando los platós de los programas televisivos del corazón para enfrentarse con Malena Gracia.

La popularidad le fue llegando poco a poco en aquel tiempo de las películas de destape y evasión, cuando las gracietas sostenidas por los tópicos se hacían a gritos en las barras de bar y no en las cuentas de Twitter. Los suyos eran chistes fuertes, poco aptos para niños que, sin embargo, escuchábamos sus cintas en el coche familiar sin demasiada censura de por medio. En la España preautonómica él ya hacía de andaluz, vasco, madrileño y, por supuesto, valenciano. Siempre, eso sí, desde la caricatura y la burla, a veces tonto y otras veces soez, porque lo realmente serio y formal era ser solamente español.

El salto en "Un, dos, tres"

En aquel tiempo el poder de la televisión (también una y no cincuenta y una) era enorme, mucho más que ahora, y en el caso de Arévalo fue decisiva para hacer de él un personaje popularísimo.

Primero lo intentó a través de “Esta noche… fiesta”, pero no fue hasta “Un, dos, tres” cuando dio el campanazo. Eso sí, y cómo decíamos antes, dejando atrás el humor verde de las salas de espectáculos y de las gasolineras, y ofreciendo comedia para todas las edades, algo que por entonces también incluía burlarse de los gangosos o de los mariquitas.

También en esos primeros 80 frecuentó el cine español anterior a la Ley Miró, ese que atraía a millones de espectadores a base de humor fácil, señores demasiado normales y chicas muy desnudas. A las órdenes del John Ford de todo aquello -es decir, de Mariano Ozores- Arévalo trabajó en películas como El currante (1983), Agítese antes de usarla (1983), El pan debajo del brazo (1983) o Los obsexos (1985).

Ya muchos años después -de nuevo adaptándose a los tiempos dentro de sus propias posibilidades- siguió apareciendo en filmes y series más o menos digeribles como Éste es mi barrio, Papá Piquillo ¡Ja me maaten...! El oro de Moscú (2003), Isi & Disi, alto voltaje o Abrázame, y también en "Tranvía a la Malvarrosa", a las órdenes de José Luis García Sánchez, y en "Flor de mayo" bajo la dirección de José Antonio Escrivá.

El fin de una generación

La fama de las cintas de cassette y del “Un, dos, tres” le dio al cómico valenciano la suficiente carrerilla para seguir apareciendo en la televisión de los 90, la de las nuevas cadenas privadas y la de las autonómicas, compitiendo con los compañeros de gremio, vestidos ahora todos con frac pero con los mismos chistes de siempre. Curiosamente, fue un antiguo cantaor de flamenco algo mayor que ellos, un tal Chiquito de la Calzada, el que a base de un humor entrecortado y onomatopéyico convertido en fenómeno social, empezó a echar tierra sobre la tumba de aquella generación.

Arévalo, un superviviente del humor desde los tiempos en las plazas de toros de los pueblos, siguió trabajando, participando en programas de variedades de sábado noche e incluso en reality shows. También siguió pisando los escenarios teatrales, acompañado en “Dos mellizos” por Bertín Osborne (nuestros particulares Danny De Vito y Arnold Schwarzenegger), con quién rompió relaciones después de publicar una foto del rey Juan Carlos comiéndose una paella en casa del cantante jerezano.

"No sabía que todas las cosas del Rey emérito eran privadas", lamentaba Arévalo en una entrevista concedida a Levante-EMV, del grupo Prensa IbéricaAllí también aseguraba que, en el balance final “afortunadamente hay más gente que me quiere, que me odia. Y la que me odia, cuando ves su currículum, no me extraña”. Quizá podría servirle de epitafio.